14 DE ABRIL MIERCOLES
2ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San Valeriano
Lectura del libro de
los Hechos de los apóstoles (5,17-26):
En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos,
que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los
apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del
Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:
«Marchaos y, cuando
lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».
Entonces ellos, al oírlo,
entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el
sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los
ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen.
Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar,
diciendo:
«Hemos encontrado la
prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas;
pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni
el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse
qué había pasado.
Uno se presentó, avisando:
«Mirad, los hombres que
metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».
Entonces el jefe salió con
los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo
los apedrease.
Palabra de Dios
Salmo:
33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Si el afligido
invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre
en mi boca;
mi alma se gloría en el
Señor:
que los humildes lo
escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su
nombre.
Yo consulté al Señor, y me
respondió,
me libró de todas mis
ansias. R/.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se
avergonzará.
El afligido invocó al
Señor,
él lo escuchó y lo salvó
de sus angustias. R/.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es
el Señor,
dichoso el que se acoge a
él. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Juan (3,16-21):
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,
para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su
Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será
juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la
luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus
obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a
la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la
verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios.
Palabra del Señor
1. Jesús
desmonta la teoría jurídica de la satisfacción, aplicada a la salvación. Dios
no mandó a su Hijo al mundo porque estuviera ofendido e irritado por
nuestros pecados. Dios nos dio a su Hijo porque nos quiere tanto, que no quiere
que se pierda ninguno de los que creen en Jesús.
2. -
¿Significa esto que quienes no creen en Jesús no tienen salvación?
Jesús no habla ni de
creencias religiosas ni de observancias o prácticas de piedad.
Jesús se refiere al
comportamiento de cada uno.
El que es honrado, respetuoso,
tolerante, buena persona, de forma que de él se puede decir que vive en la luz,
ese está en camino de salvación.
El que se comporta
perversamente, ese está en camino de perdición.
3. Por
tanto, el problema de la salvación, tal como lo presenta aquí Jesús, no es
cuestión de religión, sino de ética. Se trata de vivir en la luz y en la
verdad.
El que vive de tal
forma que su vida es transparente y hace el bien que está a su alcance, ese es
el que" hace sus obras según Dios". La religión, con sus creencias y sus
prácticas, es importante en la medida en que motiva a cada persona y le da la
fortaleza necesaria para vivir en la luz y en la verdad.
San Valeriano
San Valeriano fue un santo aristócrata romano, marido de santa Cecilia, y
mártir de la Iglesia católica. Es el santo del día 14 de abril.
Este santo mártir, fue un noble romano, pero pagano en ese entonces que fue
esposo de la también noble y santa Cecilia de Roma, gracias a un acuerdo con
los padres de la joven. Valeriano fue convertido al catolicismo de forma
milagrosa por Cecilia, y en la primera noche de bodas recibió el sacramento del
Bautismo por el Pontífice San Urbano I.
Cuando, tras la celebración del matrimonio, la pareja se había retirado a la
cámara nupcial, Cecilia dijo a Valeriano que ella le había entregado su
virginidad a Dios y que un ángel cuidaba su cuerpo; por consiguiente, Valeriano
debía tener el cuidado de no violar su virginidad.
Según la tradición el dialogo entre Cecilia y
Valeriano fue así:
Cecilia: Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor
vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y
tú sufrirás las consecuencias; en cambio, si me respetas, el ángel te amará
como me ama a mí.
Valeriano: Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides.
Cecilia: Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo, verás
al ángel.
Valeriano obedeció y fue al encuentro de Urbano, el papa lo bautizó y
Valeriano regresó como cristiano ante Cecilia.
Valeriano pidió ver al ángel, y un día volvió a su propia casa, donde
Valeriano vio a Cecilia en plena oración con el ángel que cuidaba siempre de
ella y, él ya creyente convencido, rogó que también su hermano Tiburzio
recibiera la misma gracia y así fue.
Martirio
El prefecto Turcio Almaquio condenó a ambos hermanos, Valeriano y Tiburzio a
la muerte. El funcionario del prefecto, Máximo, fue designado para ejecutar la
sentencia. Pero se convirtió al cristianismo y sufrió el martirio con los
Valeriano y su hermano. Cecilia enterró sus restos en una tumba cristiana.
Luego la propia Cecilia fue buscada por los funcionarios del prefecto. Fue
condenada a morir ahogada en el baño de su propia casa. Como sobrevivió, la
pusieron en un recipiente con agua hirviendo, pero también permaneció ilesa en
el ardiente cuarto. Por eso el prefecto decidió que la decapitaran allí mismo.
El ejecutor dejó caer su espada tres veces, pero no pudo separar la cabeza del
tronco. Huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre. Cecilia vivió
tres días más, dio limosnas a los pobres y dispuso que después de su muerte su casa
debía dedicarse como templo. El papa Urbano I la enterró en la catacumba del
papa Calixto I, donde se sepultaban los obispos y los confesores.
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