18 DE ABRIL - DOMINGO –
3ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San Apolonio
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3,13-15.17-19):
En aquellos días, Pedro dijo a la gente:
«El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado
a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato,
cuando había decidido soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino;
matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y
nosotros somos testigos.
Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras
autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por
los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»
Palabra de Dios
Salmo: 4,2.7.9
R/. Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor
Escúchame cuando te invoco,
Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración. R/.
Hay muchos que dicen:
«¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro
ha huido de nosotros?» R/.
En paz me acuesto
y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor,
me haces vivir tranquilo. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,1-5):
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima
de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también
por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien
dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la
verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios
ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,35-48):
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el
camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos
y les dice:
«Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.
Él les dijo:
« - ¿Por qué os alarmáis?, - ¿por qué surgen dudas en vuestro
interior?
Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de
que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de
ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito
en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que
cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y añadió:
«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al
tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los
pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos
de esto.»
Palabra del Señor
Perdón, resurrección y misión.
El perdón
Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a
todo el mundo gracias a la muerte de Jesús.
- La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para
que se borren vuestros pecados.”
- La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no
pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a
Jesucristo, el justo.”
- En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.
Gente con muy poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la
conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeo-cristiana para amargarle
la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada
milenios antes, en Babilonia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón
de los pecados gracias a la muerte de Jesús.
La resurrección y sus pruebas
El evangelio de este domingo concede especial importancia al tema de la
resurrección. Imaginemos la situación de los primeros misioneros
cristianos. -¿Cómo convencer a la gente para que crea en una persona
condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas,
intelectuales y políticas?
Necesitaban estar muy convencidos de que su muerte no había sido un
fracaso, de que Jesús seguía realmente vivo. Y la certeza de su resurrección la
expresaban con los relatos de las apariciones. En ellas se advierte una
evolución muy interesante:
1. En el relato más antiguo, el de Marcos, Jesús no se aparece; es un ángel
quien comunica a las mujeres que ha resucitado, y éstas huyen asustadas sin
decir nada a nadie (Mc 16,1-8).
2. En el relato posterior de Mateo, a la aparición del ángel sigue la del
mismo Jesús; su resurrección es tan clara que las mujeres pueden abrazarle los
pies (Mt 28,9-10).
3. Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a
propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la
negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en
dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables:
camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el
pan. Pero sobre todo el episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste
en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la
posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis
manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu
no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo»…
4. Juan parece matizar el enfoque de Lucas: Jesús ofrece a Tomás la
posibilidad de meter el dedo en sus manos y en el costado. Pero ese tipo de
prueba física no es el ideal. Lo ideal es “creer sin haber visto”, como el
discípulo predilecto cuando acude con Pedro al sepulcro. En esta misma línea se
mueve la aparición final junto al lago: cuando llegan a la orilla y encuentran
ven las brasas preparadas y el pescado (Jesús no come) “ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor”.
Juan ha expresado de forma magistral la unión de incertidumbre y certeza. No
hay pruebas de que sea Jesús, pero no les cabe duda de que lo es.
5. La sección final del evangelio de Marcos, que se añadió más tarde,
inspirándose en relatos conocidos, ofrece un punto de vista muy curioso. Las
personas que hablan de la resurrección de Jesús no parecen las más dignas de
crédito: de María Magdalena había expulsado siete demonios; los dos que
dialogan con él por el camino dicen que se les apareció «con otro
aspecto». Parece lógico que no les crean. Sin embargo, Jesús les reprocha su
incredulidad.
He querido alargarme en estas diferencias entre los evangelistas porque a
menudo se utilizan los relatos de las apariciones como armas arrojadizas contra
los que tienen dudas. Dudas tuvieron todos y, de acuerdo con los distintos
ambientes, se contó de manera distinta esa certeza de que Jesús había
resucitado y de que se podía creer en él como el Salvador al que merecía la
pena entregarle toda la vida.
La sección final de Lucas
El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba
contundente para los discípulos, pero no para los lectores del evangelio, que
debían hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.
Por
eso, Lucas añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros:
en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y
resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender
las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y
los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de
perdón y salvación.
Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que
se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos
acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les
dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al
tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los
pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos
de esto».
La mejor prueba de la resurrección de Jesús
Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos,
comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase
final: “vosotros sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de
veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas
que, como dice la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es
la mejor prueba de la resurrección de Jesús.
«Dios lo resucitó. Arrepentíos y
convertíos» (Hechos 3,13-15.17-19)
Días
después de Pentecostés, Pedro y Juan suben al templo, ven a un paralítico de
nacimiento, Pedro lo agarra de la mano y lo levanta. La multitud, asombrada, se
reúne junto a los apóstoles en el pórtico de Salomón, y Pedro tiene un largo
discurso del que se han entresacado estas palabras, especialmente relacionadas
con la muerte y resurrección de Jesús. Es interesante que no acusa de asesinato
ni siquiera a las autoridades (postura muy distinta a la de Pablo en 1 Tes
2,15, donde acusa a los judíos de haber dado muerte al Señor Jesús). Por otra
parte, Pedro no se limita a exponer unas verdades, invita a sacar las
consecuencias, arrepintiéndose y convirtiéndose para conseguir el perdón de los
pecados.
«Si alguno peca, tenemos a uno que
abogue ante el Padre» (1 Juan 2,1-5a)
Uno de los
principales problemas de la comunidad de Juan es la idea propagada por algunos
de que quien conoce a Dios no ha pecado ni peca. Es un tema que el autor aborda
desde el primer momento con bastante pasión. «Si decimos que no hemos pecado,
nos engañamos» (1,8) y hacemos pasar a Dios por mentiroso (1,10). Pero
reconocer el propio pecado no debe llevar a la angustia, porque tenemos a
Jesús, que intercede por nosotros. Como respuesta, debemos observar sus
mandamientos, que, más tarde, se recordará que consisten en amar a los
hermanos, con especial referencia a los que pasan necesidad.
San Apolonio
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de san Apolonio, filósofo y
mártir, que, en tiempo del emperador Cómodo, ante el prefecto Perenio y el
Senado defendió con aguda palabra la causa de la fe cristiana, que confirmó con
el testimonio de su sangre al ser condenado a la pena capital (185).
Etimológicamente: Apolonio = Aquel que brilla, es de origen griego.
Apolonio, senador romano, era conocido entre los
cristianos de la Urbe por su elevada condición social y profunda cultura.
Denunciado probablemente por un esclavo suyo, el juez invitó a Apolonio a
sincerarse frente al senado.
El presentó -escribe Eusebio de Cesarea- una
elocuentísima defensa de la propia fe, pero igualmente fue condenado a muerte.
El procónsul Perenio, en atención a la nobleza y fama
de Apolonio deseaba sinceramente salvarlo, pero se vio obligado a pronunciar la
condena por el decreto del emperador Cómodo (alrededor del año 185).
Reproducimos aquí algunos pasajes del proceso, en que
el mártir afirma su amor por la vida, recuerda las normas morales de los cristianos
recibidas del Señor Jesús, y proclama la esperanza en una vida futura.
Apolonio: Los decretos de los hombres no pueden suprimir el decreto de Dios;
más creyentes ustedes maten, y más se multiplicará su número por obra de Dios.
Nosotros no encontramos duro el morir por el verdadero Dios, porque por medio
de él somos lo que somos; por no morir de una mala muerte, lo soportamos todo
con constancia; ya vivos, ya muertos, somos del Señor.
Perenio: ¡Con estas ideas, Apolonio, tú sientes gusto en morir!
Apolonio: Yo experimento gusto en la vida, pero es por amor a la vida que no
temo en absoluto la muerte; indudablemente, no hay cosa más preciosa que la
vida, pero que la vida eterna, que es inmortalidad del alma que ha vivido bien
en esta vida terrenal. El Logos (= Palabra) de Dios, nuestro Salvador
Jesucristo "nos enseñó a frenar la ira, a moderar el deseo, a mortificar
la concupiscencia, a superar los dolores, a estar abiertos y sociables, a
incrementar la amistad, a destruir la vanagloria, a no tratar de vengarnos
contra aquellos que nos hacen mal, a despreciar la muerte por la ley de Dios, a
no devolver ofensa por ofensa, sino a soportarla, a creer en la ley que él nos
ha dado, a honrar al soberano, a venerar solamente a Dios inmortal, a creer en
el alma inmortal, en el juicio que vendrá después de la muerte, a esperar en el
premio de los sacrificios hechos por virtud, que el Señor concederá a quienes
hayan vivido santamente.
Cuando el juez pronunció la sentencia de muerte,
Apolonio dijo: "Doy gracias a mi Dios, procónsul Perenio, juntamente con
todos aquellos que reconocen como Dios al omnipotente y unigénito Hijo suyo
Jesucristo y al Espíritu santo, también por esta sentencia tuya que para mí es
fuente de salvación".
Apolonio murió decapitado en Roma el domingo 21 de
abril. Eusebio comenta así la muerte de Apolonio: "El mártir, muy amado
por Dios, fue un santísimo luchador de Cristo, que fue al encuentro del
martirio con alma pura y corazón fervoroso. Siguiendo su fúlgido ejemplo,
vivifiquemos nuestra alma con la fe".
Sabemos también por el
mismo Eusebio que el acusador de Apolonio - como también más tarde el del
futuro papa Calixto- fue condenado a tener las piernas quebradas. En efecto,
según una disposición imperial, que Tertuliano (Ad Scap. IV, 3) atribuye a
Marco Aurelio, los acusadores de los cristianos debían ser condenados a muerte.
Las Actas del martirio de Apolonio, descubiertos en el siglo pasado, existen
hoy en versión original armenia y griega y en varias traducciones modernas (de
las "Actas de los antiguos mártires", incorporadas en
Eusebio,"Historia Eclesiástica", V, 21).
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