sábado, 24 de abril de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 26 DE ABRIL - LUNES – 4ª - SEMANA DE PASCUA – B – San Isidoro Fiesta

 


 
 

26 DE ABRIL - LUNES –

4ª - SEMANA DE PASCUA – B –

  San Isidoro

Fiesta

                                                                                     

      Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,1-10):

Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.

Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Si no, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Palabra de Dios

 

Salmo: 118,99-100.101-102.103-104

 

      R/. Lámpara es tu palabra para mis pasos,

luz en mi sendero

Soy más docto que todos mis maestros,

porque medito tus preceptos.

Soy más sagaz que los ancianos,

porque cumplo tus leyes. R/.

Aparto mi pie de toda senda mala,

para guardar tu palabra;

no me aparto de tus mandamientos,

porque tú me has instruido. R/.

¡Qué dulce al paladar tu promesa:

más que miel en la boca!

Considero tus decretos,

y odio el camino de la mentira. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo.

No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor

 

1.  Dios se ha encarnado con lo humano en el hombre Jesús. Por eso, se ha revelado en lo humano. Y se ha fundido con lo humano. Y hasta se puede afirmar que Dios se ha confundido con lo humano. De forma que, en todo lo verdaderamente humano, ahí está Dios y en eso se encuentra a Dios. Hasta el punto de que, en todo cuanto es agresión o desprecio de lo humano, por más que se haga por motivos divinos, en eso no puede estar Dios.

 

2.  Hay quien se resiste a aceptar que Dios se ha confundido con lo humano. Sin embargo, Jesús dice: El que recibe a mi enviado, me recibe a mí, y el que a mí

me recibe, recibe al que me ha enviado (Jn 13, 20). Lo mismo se dice en Mt 10,40, aplicado también a los discípulos.

Lo mismo se dice igualmente de los niños, los que entonces carecían de todo derecho y dignidad (Mc 9, 37; Mt 18, 5).

Y lo mismo, aplicado a cualquier ser humano (Lc10, 16; 9, 48).

 

3.  - ¿Por qué tratamos con más respeto "lo sagrado" que "lo profano"? 

- ¿Por qué a muchas personas les preocupa más "lo religioso" que "lo laico" o "lo civil"?

- ¿No será porque creemos más en el Dios que está en el templo, que en el Dios que está en el niño, en el vecino, en el mendigo, en cualquiera? 

- ¿No será eso el más claro indicio de que nos importa más el éxito de la religión que la suerte o la desgracia de los seres humanos?

 

San Isidoro


 

(Cartagena, hacia 556 - Sevilla, 636) Obispo, teólogo y erudito de la España visigoda, elevado a la santidad por la Iglesia Católica y proclamado, más tarde, Doctor Universal de la Iglesia. Su padre, llamado Severiano, pertenecía a una familia hispano-romana de elevado rango social; su madre, en cambio, era de origen visigodo y, según parece, estaba lejanamente emparentada con la realeza.

Se formó con lecturas de Agustín de Hipona y San Gregorio Magno; estudió en la escuela Catedralicia de Sevilla donde aprendió latín, griego y hebreo. Al morir su hermano Leandro, arzobispo de Sevilla, lo sucedió en el gobierno de la diócesis, y su episcopado duró 37 años (599-636). Vivió en una época de transición entre la decadencia de la Edad Antigua y del mundo romano, y el nacimiento de la Edad Media y de las nuevas nacionalidades de influencias germanas.

En ese contexto, se propuso recomponer las debilitadas estructuras culturales de España, y desplegó todos sus recursos pedagógicos para contrarrestar la creciente influencia de las culturas consideradas bárbaras. Propició el desarrollo de las artes liberales, del derecho y de las ciencias, y en el Cuarto Concilio Nacional de Toledo, iniciado el 5 de diciembre del 633, estableció las bases de un decreto que impuso una política educativa obligatoria para todos los obispos del reino.

Isidoro de Sevilla fue un escritor muy prolífico y un infatigable compilador y recopilador. Compuso numerosos trabajos históricos y litúrgicos, tratados de astronomía y geografía, diálogos, enciclopedias, biografías de personas ilustres, textos teológicos y eclesiásticos, ensayos valorativos sobre el Antiguo y Nuevo Testamento, y un diccionario de sinónimos.

Su obra más conocida es Etimología (hacia 634), monumental enciclopedia que refleja la evolución del conocimiento desde la antigüedad pagana y cristiana hasta el siglo VII. Este texto, también llamado Orígenes y dividido en veinte libros, tuvo enorme influencia en las instituciones educativas del Medioevo y fue impreso diez veces entre 1470 y 1529. Casi un siglo después de su muerte fue declarado Doctor de la Iglesia por el papa Inocencio XIII.

 

 

                               

 

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