domingo, 11 de abril de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 13 DE ABRIL MARTES – 2ª – SEMANA DE PASCUA – B – SAN HERMENEGILDO

 

 

 


13 DE ABRIL MARTES –

2ª – SEMANA DE PASCUA – B –

SAN HERMENEGILDO

 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,32-37):

El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.

José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la consolación, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.

 

Palabra de Dios

 

 

Salmo: 92,1ab.1c-2.5

 

R/. El Señor reina, vestido de majestad

 

El Señor reina, vestido de majestad;

el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.

Así está firme el orbe y no vacila.

Tu trono está firme desde siempre,

y tú eres eterno. R/.

Tus mandatos son fieles y seguros;

la santidad es el adorno de tu casa,

Señor, por días sin término. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (3, 5a.7b-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».

Nicodemo le preguntó:

«¿Cómo puede suceder eso?».

Le contestó Jesús:

«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».

 

Palabra del Señor

 

1.  Un cambio total de vida, hasta el extremo de ser visto como una persona distinta, como el que ha nacido   otra vez, eso no es tan fácil. Ni lo hace cualquiera. Un cambio así de vida supera lo que da de sí la condición humana.   Se comprende la pregunta de Nicodemo:    

- "¿Cómo puede suceder eso?".

 

2.  Jesús responde apelando a la distinción radical que existe entre lo que pertenece a la tierra y lo que es propio del cielo, de forma que no se trata solo de lo que procede del cielo, sino de lo que permanece en el cielo y, por tanto, se sustrae a los ojos humanos.  De esto último es de lo que habla aquí Jesús (Sab 9,16; 4 Esd 4, 1-21; Heb 8, 5; 9, 23; 11, 16).

Con ello le está diciendo a Nicodemo: "Si tienes fe en lo que te digo, con esa fe podrás llegar a ser un hombre distinto".

 

3.  El problema está en que eso tiene un peligro. El peligro que siempre han tenido (y tienen) las religiones. Exigir a la gente cambios radicales en nombre de realidades celestiales, que se sustraen a nuestros ojos, se presta a que los representantes "oficiales" de esas realidades obliguen a los demás a hacer lo que a ellos se les ocurre y les conviene, no lo que realmente quiere Dios.

Jesús lo advierte: "Nadie ha subido al cielo". Por eso lo que afirma Jesús es esto: "No creáis nada más que al que baja de cielo".

 Jesús merece todo nuestro crédito porque no es un Dios que se quedó en el cielo, sino porque es el Hijo de Dios que bajó, que descendió, que se vació de su poder y renunció a su grandeza.

El que hace eso es -a juicio de Jesús- el único que tiene credibilidad. Para hablar de Dios, la credibilidad la tiene el que baja, no el que sube.

 

SAN HERMENEGILDO

 


Se desconoce su fecha de nacimiento, pero se sabe que murió el 13 de abril de 585, Leovigild, el rey ariano de los visigodos (569-86) tenía dos hijos, Hermenegildo y Reccared, que fueron producto de su primer matrimonio con la princesa católica Theodosia. Hermenegildo se casó en 576 con Ingundis, una princesa católica hija de Sigebert y Brunhilde.

Como resultado de su propia inclinación e influenciado por su esposa, y por instrucciones de San Leander de Sevilla, ingresó a la fe católica. La segunda esposa de Leovigild, Goswintha, una fanática ariana, llegó a odiar a su nuera y trató de establecer la manera de apartarla de la fe católica. Hermenegildo se había ido, con la sanción de su padre, a Andalucía, y había llevado a su esposa con él. Sin embargo, cuando Leovigild se enteró de la conversión de su hijo, le impuso regresar a Toledo, una orden que Hermenegildo no llegó a obedecer.

El fanatismo religioso de su madrastra, y la severidad con que su padre estaba tratando a los católicos en España, le obligó a tomar las armas en protección de sus compañeros de religión, y en defensa de sus propios derechos. Al mismo tiempo, formó una alianza con los bizantinos. Leovigild tomó el campo en contra de su hijo, en 582, haciendo que los bizantinos traicionaran a su hijo por la suma de 30,000 barras de oro sólido, haciendo que sitiaran a Hermenegildo en Sevilla en 583, y capturando la ciudad, tras un sitio de casi dos años.

Hermenegildo buscó refugio en una iglesia en Córdova, donde recibió falsas promesas por parte de Leovigild; este último le prohibió regresar a Valencia (584). Su esposa Ingundis, se fue con su hijo a Africa, donde ella murió. Luego de ello, el muchacho fue entregado, por orden del Emperador Mauricio, al cuidado de su abuela Brunhilde. No sabemos mucho más del subsiguiente destino de Hermenegildo.

Gregorio el Grande relata (Dialogi, III, 31, en P.L. LXVII, 289-93) que Leovigild envió a un obispo ariano cuando nuestro personaje se encontraba en prisión, en la vìspera de pascua de 585; el propósito era el de perdonar a su hijo, siempre que este aceptara la comunión de una autoridad ariana. A ello, Hermenegildo se opuso con firmeza, no rechazando su fe católica, y como resultado, fue decapitado el Día de Pascua de ese año.

Más tarde fue venerado como mártir, y Sixto V (1585), actuando de acuerdo a la sugerencia del Rey Felipe II, extendió la celebración de su festividad (13 de abril), en todo el territorio de España.

 

 

 

 

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