16 DE ABRIL VIERNES
- 2ª - SEMANA DE PASCUA – B –
Santa Engracia
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,34-42):
En aquellos días, un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, respetado
por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un
momento a los apóstoles y dijo:
«Israelitas, pensad bien lo que vais a hacer con esos hombres. Hace algún
tiempo se levantó Teudas, dándoselas de hombre importante, y se le juntaron
unos cuatrocientos hombres. Fue ejecutado, se dispersaron todos sus secuaces y
todo acabó en nada.
Más tarde, en los días del censo, surgió Judas el Galileo, arrastrando
detrás de sí gente del pueblo; también pereció, y se disgregaron todos sus
secuaces.
En el caso presente, os digo: no os metáis con esos hombres; soltadlos. Si
su idea y su actividad son cosa de hombres, se disolverá; pero, si es cosa de
Dios, no lograréis destruirlos, y os expondríais a luchar contra Dios».
Le dieron la razón y, habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les
prohibieron hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron
del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre. Ningún
día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando la buena
noticia acerca del Mesías Jesús.
Palabra de Dios
Salmo: 26,1.4.13-14
R/. Una cosa pido al Señor: habitar en su casa
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15):
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de
Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con
los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los
ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
«¿Con qué compraremos panes para que coman estos?».
Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe le contestó:
«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un
pedazo».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero
¿qué es eso para tantos?».
Jesús dijo:
«Decid a la gente que se siente en el suelo».
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos
cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban
sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda».
Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes
de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el
signo que había hecho, decía:
«Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».
Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra
vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor
1. Lo más seguro es que, cuando se escribió el evangelio de
Juan, la multiplicación de los panes estaba ya relatada por escrito, por lo
menos, cinco veces (Mc 6, 33-46; 8, 1-9; Mt 14,
18-23; 15, 32-39; Lc 9, 10-17). Por eso cabe decir que, si el IV evangelio
relata una vez más este episodio, sin duda lo hace porque quiere que los cristianos caigan en la cuenta (o se enteren) de algo que no
está dicho en los otros relatos y que es importante.
- ¿De qué se trata?
2. La multiplicación de los panes le sirve a Juan para
introducir el capítulo que dedica al pan del cielo y a la eucaristía. Pero, en
el relato de los panes, Juan señala un detalle que puede pasar
inadvertido, pero que es de importancia.
Se trata de que este hecho singular ocurrió cuando estaba cerca la Pascua,
la fiesta de los judíos. Esta fiesta era la más importante de la religión de
Israel. Porque conmemoraba el acontecimiento de la liberación de Egipto.
Los israelitas tenían la obligación de subir a Jerusalén para matar el
cordero en el Templo y participar en los ceremoniales
religiosos, que duraban siete días.
3. El evangelio de Juan señala que, cuando llega la Pascua, la
fiesta religiosa más importante de aquel pueblo, Jesús no sube a Jerusalén, no
va al Templo, no participa en los ritos
religiosos de su nación. Jesús se queda en Galilea, con los pobres, en el
campo, en medio de la pobre gente que solo tiene panes de cebada, el pan de los
necesitados, y además lo tiene escaso. Y, así las cosas, la gran
fiesta religiosa, para Jesús, es que los hambrientos coman hasta saciarse.
Jesús "seculariza" la religión: la hace menos sagrada y menos
solemne, pero más humana. Según Jesús, cuanto más humano es algo,
por eso mismo es más divino.
Santa Engracia
Martirologio
Romano: En Zaragoza, en la
Hispania Tarraconense, España, santa Engracia, virgen y mártir, que sufrió
duros suplicios, quedándole las llagas como testimonio de su martirio. († s.IV)
Etimológicamente: Engracia = Aquella que se encuentra en estado de
gracia, es de origen latino.
Breve Biografía
Habían proliferado los cristianos en el Imperio al
amparo de la menor presión de las leyes en tiempo de Galieno. Los había en el
campo y más en las ciudades, se les conoce en el foro, se les ve entre los
esclavos, en el ejército y en los mercados. Han contribuido otras causas a
desparramar la fe de Cristo entre las gentes: el aburrimiento del culto a los
vanos dioses paganos, el testimonio que dieron los mártires y que muchos
vieron, la transmisión boca a boca de los creyentes y el buen ejemplo.
Diocleciano ha conseguido la unidad territorial,
política y administrativa; quiere unificar también la religión y para ello debe
hacer sucumbir la religión de Cristo frente a la del Estado. Da cuatro edictos
al respecto y elige cuidadosamente a las personas que sean capaces de hacerlos
cumplir. Daciano será quien siembre el territorio de España, bajando desde el
noreste hasta el centro, con semillas de cristianos.
Engracia es la joven novia graciosa que viaja desde
Braccara, en Galecia, hasta el Rosellón, en Francia, para reunirse con su
amado. Dieciocho caballeros de la casa y familia la acompañan y le dan cortejo.
Al llegar a Zaragoza y enterarse de las atrocidades que está haciendo el
prefecto romano, se presenta espontáneamente ante Daciano para echarle en cara
la crueldad, injusticia e insensatez con que trata a sus hermanos. Termina
martirizada, con la ofrenda de su vida y la de sus compañeros.
Las actas del martirio -¡qué pena sean del siglo VII ,
tan tardías, y por ello con poco valor histórico!- describen los hechos
martiriales con el esquema propio a que nos tienen acostumbrados en el que es
difícil atreverse a separar qué cosa responde a la realidad y qué es producto
imaginativo consecuencia de la piedad de los cristianos.
El diálogo entre la frágil doncella y el cruel
mandatario aparece duro y claro; ella emplea razonamientos plenos de humanidad
y firmes en la fe con los que asegura la injusticia cometida -hoy se invocarían
los derechos humanos-, la existencia de un Dios único a quien sirve, la necedad
de los dioses paganos y la disposición a sufrir hasta el fin por el Amado; él
utiliza los recursos del castigo, la amenaza, la promesa y el regalo. En
resumen, la pormenorizada y prolija descripción del tormento de la joven cuenta
que primero es azotada, luego sufre los horrores de ser atada a un caballo y
arrastrada, le rajan el cuerpo con garfios, llegan a cortarle los pechos y le
meten en su cuerpo un clavo; para que más sufra, no la rematan, la abandonan
casi muerta sometida al indecible sufrimiento por las heridas hasta que muere.
Los dieciocho acompañantes fueron degollados a las afueras de la ciudad.
Un siglo más tarde del glorioso lance cantó Prudencio
en su Peristephanon las glorias de los innumerables mártires cesaraugustanos,
nombró a los dieciocho sacrificados y a la joven virgen Engracia, invitando al
pueblo a postrarse ante sus túmulos sagrados.
Engracia es la figura de la mártir que el pueblo,
siempre sensible a la grandeza, ha sabido mirar con simpatía, la ha dorado con
el mimo del agradecimiento, la bendice por su valentía, la compadece por sus
sufrimientos y quisiera imitarla en su fidelidad.
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