30 DE ABRIL - VIERNES –
4ª - SEMANA DE PASCUA – B –
Papa San Pío V
Lectura del libro de los Hechos
de los apóstoles (13,26-33):
En aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la
sinagoga:
«Hermanos,
hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a nosotros
se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de
Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras
de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y,
aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo
mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo
bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con él de Galilea a
Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros os
anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres,
nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito
en el salmo segundo:
“Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”».
Palabra de Dios
Salmo: 2,6-7.8-9.10-11
R/. Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy. R/.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la
tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de
loza». R/.
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la
casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a
prepararos un lugar.
Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que
donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».
Palabra del Señor
1. Jesús dijo estas palabras cuando se despedía de sus
discípulos. Fue una despedida tranquilizante, esperanzadora y hasta
ilusionante: Jesús tranquiliza a sus amigos y les asegura que les prepara sitio
para estar juntos: Os llevaré conmigo.
Los detalles de humanidad son entrañables. Pero una humanidad
fundida con la fe religiosa y la esperanza del que está persuadido de que las
limitaciones de lo humano se verán
trascendidas.
2. Pero - ¿cómo será eso posible?
Las dudas y las oscuridades de Tomás son nuestras dudas y
oscuridades. De sobra sabemos que este tipo de lenguaje y estos temas
entrañan siempre pensamientos e inseguridades que nunca nos tranquilizan
plenamente. Es la inevitable oscuridad de la fe.
3. La respuesta de Jesús es genial: El camino soy yo.
Quien se esfuerza por identificarse con Jesús, con su bondad, su libertad, su
cercanía a todo dolor y toda pena, su paz y su honda felicidad, quien quiere
hacer eso, en su vida y en sus circunstancias concretas, está en el buen
camino, en el único camino.
Teniendo presente un punto capital: esto no es cuestión de religión, sino
que es cuestión de humanidad. Todo ser humano que, coherente con su
cultura y sus creencias, se comporta con bondad y humanidad, está en el camino
correcto.
Porque la clave de lo que nos enseña Jesús no está en "lo
religioso" que explicó, sino en "lo humano" que vivió.
Papa San Pío V
Nació cerca de
Alejandría (Italia) en el año 1504. Ingresó en la Orden de Predicadores y fue
profesor de teología. Consagrado obispo y elevado al cardenalato, fue
finalmente elegido papa en 1566. Continuó con gran decisión la reforma
comenzada por el Concilio de Trento, promovió la propagación de la fe y la
liturgia. Murió el 1 de mayo de 1572.
Nacido en
Bosco, cerca de Alejandría, Lombardía, el 17 de enero de 1504. Elegido el 7 de
enero de 1566; murió el 1 de mayo de 1572. Era de una pobre, aunque noble
familia, su destino habría sido ejercer de comerciante, pero fue acogido por
los dominicos de Voghera, dónde recibió una buena educación y fue adiestrado en
una piedad sólida y austera. Ingresó en la orden, fue ordenado en 1528 y enseñó
teología y filosofía durante dieciséis años. Entretanto fue maestro de novicios
y, en varias ocasiones, elegido prior de diferentes casas de su orden en las
que se esforzó por desarrollar la práctica de las virtudes monacales y extender
el espíritu del santo fundador. Fue un ejemplo para todos. Ayunaba, hacía
penitencia, pasaba muchas horas por la noche meditación y oración. Viajaba a
pie, sin capa, en silencio profundo o hablando únicamente a sus compañeros de
las cosas de Dios. En 1556 fue nombrado obispo de Sutri por Pablo IV. Su celo
contra la herejía lo ocasionó ser elegido como inquisidor de la fe en Milán y Lombardía
y en 1557 Pablo IV le nombró cardenal e inquisidor general para toda la
cristiandad. En 1559 fue transferido a Mondovi dónde restauró las purezas de la
fe y la disciplina, gravemente dañadas por las guerras del Piamonte.
Frecuentemente llamado a Roma, mostró su firme celo en todos los asuntos en que
fue consultado. Así ofreció una insuperable oposición a Pio IV cuando éste
quiso admitir a Fernando de Medici, entonces con sólo trece años, en el Sacro
Colegio. De nuevo fue él quién derrotó el proyecto de Maximiliano II, emperador
de Alemania, de abolir el celibato eclesiástico. A la muerte de Pio IV, fue, a
pesar de sus lágrimas y súplicas, elegido papa, con gran alegría de toda la
Iglesia.
Comenzó su pontificado
dando grandes limosnas a los pobres, en lugar de repartir sus gratificaciones
de modo casual, como sus predecesores. Como pontífice practicó las virtudes que
había mostrado como monje y obispo. Su piedad disminuyó y, a pesar de los
pesados trabajos y angustias de su cargo, hacía al menos dos meditaciones
diarias, postrado de rodillas, en presencia del Santísimo Sacramento. En su
caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del enfermo,
consolándoles y preparándolos para morir. Lavó los pies de los pobres y abrazó
a los leprosos. Se comenta que un noble inglés se convirtió al verle besar los
pies de un mendigo cubiertos con úlceras. Era muy austero y desterró el lujo de
su corte, elevó el orden moral, trabajó con su amigo íntimo, San. Carlos
Borromeo, para reformar el clero, obligó a los obispos a que residieran en sus
diócesis y a los cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad. Disminuyó
los escándalos públicos relegando a las prostitutas a barrios distantes y
prohibió la lidia. Reforzó la observancia de la disciplina del Concilio de
Trento, reformó el Cister y apoyó las misiones del Nuevo Mundo. En la Bula “In
Cæna Domini" proclamó los principios tradicionales de la Iglesia de Roma y
la supremacía de la Santa Sede sobre el poder civil.
Pero el gran pensamiento y
la preocupación constante de su pontificado parecen haber sido la lucha contra
protestantes y turcos. En Alemania apoyó a los católicos oprimidos por los
príncipes heréticos. En Francia animó la Liga con sus consejos y con ayuda
pecuniaria. En los Países Bajos apoyó a España. En Inglaterra, finalmente,
excomulgó a Isabel, abrazó la causa de María Estuardo y le escribió para
consolarla en prisión. En el ardor de su fe no dudó en mostrar severidad contra
los disidentes, cuando fue necesario, y en dar un nuevo impulso a la actividad
de la Inquisición, por lo que ha sido inculpado por ciertos historiadores que
han exagerado su conducta. A pesar de todo lo que en ellos había a su favor,
condenó los escritos de Baius (q.v.), quién acabó sometiéndose.
Trabajó incesantemente por
unir a los príncipes cristianos contra el enemigo heredado, los turcos. En el
primer año de su pontificado ordenó un júbileo solemne, exhortando a los
creyentes a la penitencia y a la limosna para obtener de Dios la victoria.
Apoyó a los Caballeros de Malta, enviando dinero para la fortificación de las
ciudades libres de Italia, suministrando contribuciones mensuales a los
cristianos de Hungría, y se esforzó sobre todo para unir a Maximiliano, Felipe
II y Carlos para defender la cristiandad. En 1567, con el mismo propósito,
recogió de todos los conventos el diezmo de sus réditos. En 1570 cuando Soliman
II atacó Chipre, amenazando toda la cristiandad occidental, no descansó hasta
unir las fuerzas de Venecia, España, y la Santa Sede. Envió su bendición a D. Juan
de Austria, comandante en jefe de la expedición, recomendando que dejara atrás
a todos los soldados de mala vida, y prometiéndole la victoria si así lo hacía.
Pidió oraciones públicas y aumentó sus propias súplicas al cielo. En el día de
la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, estaba trabajando con los
cardenales, cuando, de repente, interrumpiendo su trabajo, abriendo la ventana
y mirando el cielo, exclamó, "Un alto en el trabajos; nuestra gran tarea
ahora es dar gracias a Dios por la victoria que acaba de dar al ejército
cristiano”. Estalló en las lágrimas cuando oyó hablar de la victoria que dio al
poder turco un golpe del que nunca se recuperó. En memoria de este triunfo
instituyó el primer domingo de octubre la fiesta del Rosario y agregó a la
Letanía de Loreto la súplica" Ayuda de los cristianos." Deseaba
acabar con el poder del Islam formando una alianza global de las ciudades
italianas, Polonia, Francia, y toda la Europa cristiana, y había empezado las
negociaciones para este propósito cuando murió de litiasis, repitiendo “ ¡Oh
Señor, aumenta mis sufrimientos y mi paciencia!". Dejó un recuerdo de una
virtud poco común y una integridad inagotable e inflexible.
Fue beatificado por
Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.
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