jueves, 29 de abril de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 DE ABRIL - VIERNES – 4ª - SEMANA DE PASCUA – B – Papa San Pío V

 


 

30 DE ABRIL - VIERNES –

4ª - SEMANA DE PASCUA – B –

Papa San Pío V

   

      Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,26-33):

En aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga:

      «Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús. Así está escrito en el salmo segundo:

“Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 2,6-7.8-9.10-11

 

R/. Tu eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy

«Yo mismo he establecido a mi Rey

en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;

él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:

yo te he engendrado hoy. R/.

Pídemelo:

te daré en herencia las naciones,

en posesión, los confines de la tierra:

los gobernarás con cetro de hierro,

los quebrarás como jarro de loza». R/.

Y ahora, reyes, sed sensatos;

escarmentad, los que regís la tierra:

servid al Señor con temor,

rendidle homenaje temblando. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar.

Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».

Tomás le dice:

«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».

Jesús le responde:

«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Palabra del Señor

 

1.  Jesús dijo estas palabras cuando se despedía de sus discípulos. Fue una despedida tranquilizante, esperanzadora y hasta ilusionante: Jesús tranquiliza a sus amigos y les asegura que les prepara sitio para estar juntos: Os llevaré conmigo. 

Los detalles de humanidad son entrañables.  Pero una humanidad fundida con la fe religiosa y la esperanza del que está persuadido de que las

limitaciones de lo humano se verán trascendidas.

 

2.  Pero - ¿cómo será eso posible?

Las dudas y las oscuridades de Tomás son nuestras dudas y oscuridades. De sobra sabemos que este tipo de lenguaje y estos temas entrañan siempre pensamientos e inseguridades que nunca nos tranquilizan plenamente. Es la inevitable oscuridad de la fe.

 

3.  La respuesta de Jesús es genial:  El camino soy yo. Quien se esfuerza por identificarse con Jesús, con su bondad, su libertad, su cercanía a todo dolor y toda pena, su paz y su honda felicidad, quien quiere hacer eso, en su vida y en sus circunstancias concretas, está en el buen camino, en el único camino.

Teniendo presente un punto capital: esto no es cuestión de religión, sino que es cuestión de humanidad. Todo ser humano que, coherente con su cultura y sus creencias, se comporta con bondad y humanidad, está en el camino correcto.

Porque la clave de lo que nos enseña Jesús no está en "lo religioso" que explicó, sino en "lo humano" que vivió.

 

Papa San Pío V

 


              Nació cerca de Alejandría (Italia) en el año 1504. Ingresó en la Orden de Predicadores y fue profesor de teología. Consagrado obispo y elevado al cardenalato, fue finalmente elegido papa en 1566. Continuó con gran decisión la reforma comenzada por el Concilio de Trento, promovió la propagación de la fe y la liturgia. Murió el 1 de mayo de 1572.

 

                   Nacido en Bosco, cerca de Alejandría, Lombardía, el 17 de enero de 1504. Elegido el 7 de enero de 1566; murió el 1 de mayo de 1572. Era de una pobre, aunque noble familia, su destino habría sido ejercer de comerciante, pero fue acogido por los dominicos de Voghera, dónde recibió una buena educación y fue adiestrado en una piedad sólida y austera. Ingresó en la orden, fue ordenado en 1528 y enseñó teología y filosofía durante dieciséis años. Entretanto fue maestro de novicios y, en varias ocasiones, elegido prior de diferentes casas de su orden en las que se esforzó por desarrollar la práctica de las virtudes monacales y extender el espíritu del santo fundador. Fue un ejemplo para todos. Ayunaba, hacía penitencia, pasaba muchas horas por la noche meditación y oración. Viajaba a pie, sin capa, en silencio profundo o hablando únicamente a sus compañeros de las cosas de Dios. En 1556 fue nombrado obispo de Sutri por Pablo IV. Su celo contra la herejía lo ocasionó ser elegido como inquisidor de la fe en Milán y Lombardía y en 1557 Pablo IV le nombró cardenal e inquisidor general para toda la cristiandad. En 1559 fue transferido a Mondovi dónde restauró las purezas de la fe y la disciplina, gravemente dañadas por las guerras del Piamonte. Frecuentemente llamado a Roma, mostró su firme celo en todos los asuntos en que fue consultado. Así ofreció una insuperable oposición a Pio IV cuando éste quiso admitir a Fernando de Medici, entonces con sólo trece años, en el Sacro Colegio. De nuevo fue él quién derrotó el proyecto de Maximiliano II, emperador de Alemania, de abolir el celibato eclesiástico. A la muerte de Pio IV, fue, a pesar de sus lágrimas y súplicas, elegido papa, con gran alegría de toda la Iglesia.

   Comenzó su pontificado dando grandes limosnas a los pobres, en lugar de repartir sus gratificaciones de modo casual, como sus predecesores. Como pontífice practicó las virtudes que había mostrado como monje y obispo. Su piedad disminuyó y, a pesar de los pesados trabajos y angustias de su cargo, hacía al menos dos meditaciones diarias, postrado de rodillas, en presencia del Santísimo Sacramento. En su caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del enfermo, consolándoles y preparándolos para morir. Lavó los pies de los pobres y abrazó a los leprosos. Se comenta que un noble inglés se convirtió al verle besar los pies de un mendigo cubiertos con úlceras. Era muy austero y desterró el lujo de su corte, elevó el orden moral, trabajó con su amigo íntimo, San. Carlos Borromeo, para reformar el clero, obligó a los obispos a que residieran en sus diócesis y a los cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad. Disminuyó los escándalos públicos relegando a las prostitutas a barrios distantes y prohibió la lidia. Reforzó la observancia de la disciplina del Concilio de Trento, reformó el Cister y apoyó las misiones del Nuevo Mundo. En la Bula “In Cæna Domini" proclamó los principios tradicionales de la Iglesia de Roma y la supremacía de la Santa Sede sobre el poder civil.

   Pero el gran pensamiento y la preocupación constante de su pontificado parecen haber sido la lucha contra protestantes y turcos. En Alemania apoyó a los católicos oprimidos por los príncipes heréticos. En Francia animó la Liga con sus consejos y con ayuda pecuniaria. En los Países Bajos apoyó a España. En Inglaterra, finalmente, excomulgó a Isabel, abrazó la causa de María Estuardo y le escribió para consolarla en prisión. En el ardor de su fe no dudó en mostrar severidad contra los disidentes, cuando fue necesario, y en dar un nuevo impulso a la actividad de la Inquisición, por lo que ha sido inculpado por ciertos historiadores que han exagerado su conducta. A pesar de todo lo que en ellos había a su favor, condenó los escritos de Baius (q.v.), quién acabó sometiéndose.

   Trabajó incesantemente por unir a los príncipes cristianos contra el enemigo heredado, los turcos. En el primer año de su pontificado ordenó un júbileo solemne, exhortando a los creyentes a la penitencia y a la limosna para obtener de Dios la victoria. Apoyó a los Caballeros de Malta, enviando dinero para la fortificación de las ciudades libres de Italia, suministrando contribuciones mensuales a los cristianos de Hungría, y se esforzó sobre todo para unir a Maximiliano, Felipe II y Carlos para defender la cristiandad. En 1567, con el mismo propósito, recogió de todos los conventos el diezmo de sus réditos. En 1570 cuando Soliman II atacó Chipre, amenazando toda la cristiandad occidental, no descansó hasta unir las fuerzas de Venecia, España, y la Santa Sede. Envió su bendición a D. Juan de Austria, comandante en jefe de la expedición, recomendando que dejara atrás a todos los soldados de mala vida, y prometiéndole la victoria si así lo hacía. Pidió oraciones públicas y aumentó sus propias súplicas al cielo. En el día de la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, estaba trabajando con los cardenales, cuando, de repente, interrumpiendo su trabajo, abriendo la ventana y mirando el cielo, exclamó, "Un alto en el trabajos; nuestra gran tarea ahora es dar gracias a Dios por la victoria que acaba de dar al ejército cristiano”. Estalló en las lágrimas cuando oyó hablar de la victoria que dio al poder turco un golpe del que nunca se recuperó. En memoria de este triunfo instituyó el primer domingo de octubre la fiesta del Rosario y agregó a la Letanía de Loreto la súplica" Ayuda de los cristianos." Deseaba acabar con el poder del Islam formando una alianza global de las ciudades italianas, Polonia, Francia, y toda la Europa cristiana, y había empezado las negociaciones para este propósito cuando murió de litiasis, repitiendo “ ¡Oh Señor, aumenta mis sufrimientos y mi paciencia!". Dejó un recuerdo de una virtud poco común y una integridad inagotable e inflexible.

     Fue beatificado por Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.

 

 

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