11 DE ABRIL DOMINGO
2ª – SEMANA DE PASCUA – B –
Fiesta de la
Divina Misericordia
Se celebra el domingo siguiente a la Pascua de Resurrección. Este “segundo domingo de pascua” tiene como
finalidad hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje:
«Dios es misericordioso y nos
ama a todos ... y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el
derecho que tiene a mi misericordia”
SAN ESTANISLAO
Lectura del libro de
los Hechos de los apóstoles (2,42-47):
Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los
apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba
impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes
vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Con perseverancia acudían
a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban
el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien
vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se
iban salvando.
Palabra de Dios
Salmo
117,2-4.13-15.22-24
R/. Dad gracias al
Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
Empujaban y empujaban para
derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.
La piedra que desecharon
los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pedro (1,3-9):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo,
que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre
los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia
incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros,
que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una
salvación dispuesta a revelarse en el momento final.
Por ello os alegráis,
aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la
autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero,
se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de
Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en
él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de
vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les
enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver
al Señor.
Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce,
llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros
discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la
señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto
la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban
otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas
las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino
creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has
creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que
no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos
han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor
Bienaventurados los que creen sin haber visto.
Todas las apariciones de Jesús resucitado son
peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren:
mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro
(María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero
distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son
dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque
luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»).
En Mc ven a un muchacho vestido de
blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de
aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un
rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a
diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras
muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran
acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los
relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan
20,19-31).
«Bienaventurados los que creen sin
haber visto (Juan 20,19-31)
Comparado con
otros relatos de apariciones, este de Juan ofrece las siguientes peculiaridades:
1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan
lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar
a Jesús, lo han condenado por blasfemo y rebelde contra Roma. Sus partidarios
corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal
vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen
a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros».
Tras la referencia
inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre
bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a
vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom
alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero la
solución no es tan fácil. Este saludo, «paz a vosotros», solo se encuentra
también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es
que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Marcos y
Mateo), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se
aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mateo con una fórmula
distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este
pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última
cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis
ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos,
el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su
vida y especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar
la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos.
Las mujeres le abrazan los pies (Mateo), María Magdalena intenta abrazarlo
(Juan); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según
Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les
ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y
come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las
manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es
el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección.
Curiosamente se encuentra en el evangelio de Juan, que es el mayor enemigo de
las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe.
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en
este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y,
despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va
acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan solo habla
de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros
ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y
nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan
de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso
tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo».
No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena
que se remonta hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Marcos y Mateo no dicen nada de este don y Lucas lo
reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento,
vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos
interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental,
que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los
discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que, en Juan,
perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al
bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.
Tomás y nosotros. En un mundo bastante racional y racionalista,
queremos a veces una fe con pruebas: pedimos ver y palpar. Lo hacemos sin soberbia, como
simples personas que sienten dudas y dificultades. Jesús se mantiene a la
expectativa, tarda ocho días, o meses y años. Se presenta de pronto, cuando
menos lo esperamos, saludándonos con la paz. O quizá no se presente nunca. Se
contentará con recordarnos en nuestro interior: «Bienaventurados los que creen
sin haber visto».
«Un solo corazón y una sola alma»
(Hechos 4,32-35)
Lucas presenta
en dos ocasiones un resumen de la vida de la primera comunidad cristiana (Hch
2,42-47 y 4,32-35). Este segundo contiene cuatro afirmaciones breves: la
primera y la última se centran en la posesión de los bienes en común, con el
ejemplo especial de los que poseían tierras o casas; la segunda se refiere al
testimonio de los apóstoles «con mucho valor», cosa comprensible porque ya han
tenido que aparecer ante el Sanedrín (4,1-22); la tercera, a la buena acogida
entre los no cristianos, tema que también apareció en el resumen anterior
(2,43).
Pensando en
las comunidades actuales, las diferencias son notables. El compartir los bienes
se mantuvo en algunas iglesias durante más de dos siglos (tenemos el testimonio
nada dudoso de Luciano de Samosata). Hoy día seguimos, más bien, la práctica de
las comunidades paulinas, donde cada cual conservaba sus bienes, ayudando a los
necesitados cuando era preciso. Entonces, como ahora, las comunidades pobres
(Tesalónica) eran mucho más generosas que las ricas (Corinto).
El impulso
misionero, que produjo la admirable expansión del cristianismo por el imperio
romano, ha adquirido en las últimas décadas un enfoque muy distinto al del
simple predicar la resurrección de Cristo.
El cambio más
notable se advierte en la buena opinión de la gente, que hoy día es a menudo
bastante mala, no siempre con razón. Pero conviene recordar que la visión de
Lucas peca de optimismo. Durante el siglo I los cristianos fueron perseguidos,
insultados y considerados los peores malhechores.
«El que ha nacido de Dios vence al
mundo» (1 Juan 5,1-6)
La primera
carta de Juan es un escrito bastante polémico y dualista. Todo lo bueno está en
Dios, y todo lo malo en el mundo. El autor denuncia a los cristianos que han
abandonado la comunidad, a los que llama “mentirosos”, “anticristos”, “falsos
profetas”. Sus errores principales se dan en el terreno de la moral y del
dogma. Desde el punto de vista moral, niegan tener pecado y haber pecado, con
lo que niegan la redención de Cristo. Tampoco conceden importancia al amor a
los hermanos y a la caridad con los necesitados. Desde el punto de vista
dogmático, niegan que Jesús sea el Cristo, el Hijo de Dios. Con ello, al negar
al Hijo, niegan al Padre.
Frente a esta
postura, el autor insiste en el amor que el Padre nos ha tenido enviándonos a
su Hijo y haciéndonos hijos suyos. El cristiano no debe amar este mundo, sino
creer en Jesús y amar a los hermanos, no de palabra, sino de obra y de
verdad.
El evangelio
terminaba hablando de la fe en Jesús, que nos da la vida eterna. Esta fe en que
Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, ocupa también un puesto capital
en este pasaje, repleto de conceptos típicos de Juan: nacer de Dios, amar a
Dios y a los hijos de Dios, cumplir sus mandamientos, vencer al mundo, el agua
y la sangre, el testimonio del Espíritu, la verdad. Demasiada materia. Destaco
dos detalles:
¿Cómo sabemos
que amamos a los hijos de Dios? Si amamos a Dios. Es una inversión curiosa,
porque Juan insiste a menudo en que la prueba de que amamos a Dios es que
amamos a los hermanos.
Creer en un
Mesías que salva «por el agua», con el bautismo, no sería difícil. Lo que
escandaliza a muchos es que salve «por la sangre», derramándola por nosotros.
SAN ESTANISLAO
Nació cerca de Cracovia, Polonia, en el año 1030. Sus padres llevaban
treinta años de casados sin lograr tener hijos y consideraron el nacimiento de
Estanislao como un verdadero regalo de Dios. Lo educaron lo más piadosamente
que pudieron.
Estudió en Polonia y en París, y una vez ordenado sacerdote por el obispo de
Cracovia (que es la segunda ciudad de Polonia), le nombraron párroco de la
catedral. Se distinguió por su gran elocuencia, por el impresionante ejemplo de
vida santa que brindaba a todos con su buen comportamiento, y por la reforma de
costumbres que lograba conseguir con sus predicaciones y con su dirección
espiritual.
El señor obispo deseaba que Estanislao fuera su sucesor, pero él no aceptaba
ser obispo porque se creía indigno de tan alta dignidad. Sin embargo, al morir
el prelado, el pueblo lo aclamó como el más digno para asumir su puesto.
Ejerció el obispado por siete años, desde el año 1072, hasta el año de su
muerte, 1079.
Era muy estricto en exigir a cada sacerdote el cumplimento exacto de sus
deberes sacerdotales. Visitaba cada año a todas las parroquias y dedicaba mucho
tiempo a la predicación y a la instrucción del pueblo. Su palacio episcopal
vivía lleno de pobres, porque jamás negaba ayudas a los necesitados. Tenía una
lista de las familias que estaban pasando por situaciones económicas más
penosas, para enviarles sus generosas ayudas.
El rey de Polonia, Boleslao, era un valiente guerrero pero se dejaba dominar
por sus bajas pasiones. Al principio se entendía muy bien con el obispo
Estanislao, pero luego empezó a cometer faltas muy graves que escandalizaban y
daban muy mal ejemplo al pueblo. El obispo tuvo que intervenir fuertemente en
esta situación. San Estanislao recordaba muy bien aquel mandato de San Pablo:
“Es necesario reprender, aconsejar y hasta amenazar, con toda paciencia y
doctrina, porque llega el tiempo en que los hombres arrastrados por sus propias
pasiones ya no quieren oír las doctrinas verdaderas, sino las falsedades” (2
Tim 4,2).
Como San Juan Bautista con respecto a Herodes, el valiente Obispo de
Cracovia, levantó la voz, amonestando al poderoso soberano sobre el deber de
respetar los derechos ajenos. En efecto, las crónicas del tiempo narran que el
rey se enamoró de la bella Cristina, esposa de Miecislao, y sin pensarlo dos
veces, la hizo raptar con grave escándalo para todo el país. Consecuentemente,
Estanislao le amenazó con la excomunión, y después le excomulgó. Entonces el
rey Boleslao se enfureció y ordenó asesinar a Estanislao en Cracovia, en la
iglesia de santa Matilde, durante la celebración de la Santa Misa. Cuentan que
el horrible asesinato lo hubo de cometer el mismo soberano, después que los
guardias a quienes envió, se vieron obligados a retirarse por una fuerza
misteriosa. Desde el mismo día de su martirio, los polacos comenzaron a
venerarlo. San Estanislao fue canonizado el 17 de agosto de 1253, en la
basílica de San Francisco de Asís, y desde entonces se difundió su culto en
toda Europa y América.
Juan Pablo II fue obispo de Cracovia y como tal, sucesor de San Estanislao.
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