20 DE ABRIL - MARTES –
3ª - SEMANA DE PASCUA – B –
SANTA INES
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (7,51–8,1a):
En aquellos días, dijo Esteban al pueblo y a los ancianos y escribas:
«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre
resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. - ¿Hubo un
profeta que vuestros padres no persiguieran?
Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, y ahora vosotros lo
habéis traicionado y asesinado; recibisteis la ley por mediación de ángeles y
no la habéis observado».
Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes
de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio
la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
«Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se
abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a
apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo
y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
«Señor Jesús, recibe mi espíritu».
Luego, cayendo de rodillas y clamando con voz potente, dijo:
«Señor, no les tengas en cuenta este pecado».
Y, con estas palabras, murió.
Saulo aprobaba su ejecución.
Palabra de Dios
Salmo:30,3cd-4.6ab.7b.8a.17.21ab
R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu
Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R/.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,30-35):
En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del
cielo les dio a comer”».
Jesús les replicó:
«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo,
sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de
Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree
en mí no tendrá sed jamás».
Palabra del Señor
1. Jesús empieza a explicar aquí el significado profundo
del pan que dio de comer a la gente cuando el episodio de la multiplicación de
los panes.
Jesús les ha dicho que no entendieron el significado profundo de lo que
allí pasó y ellos le preguntan en qué consiste tal significado.
En las Escrituras judías estaba dicho que, a los que huyeron de Egipto,
Dios les dio a comer "pan del cielo" (Ex 16, 13 ss; Sal 77, 24 s; Sab
16, 20), el maná del desierto.
2. Jesús les responde que el pan de Dios es el que da
vida, no a algunos privilegiados solamente, sino a todo el mundo. Pero aquí es
determinante saber que, en tiempo de Jesús, cuando los judíos hablaban del
"pan de Dios", con esa expresión se referían a la Ley que
Dios dio al pueblo en el desierto por medio de Moisés.
Esta interpretación está bien documentada y aceptada por los mejores
especialistas en este asunto (X. Léon-Dufour).
3. Pero lo sorprendente es que, a renglón seguido, Jesús
añade: Yo soy el pan de vida. Al decir eso, Jesús estaba afirmando: "La
Ley que Dios os da soy yo". Es decir, la religión de Jesús no consiste en
la observancia de unas normas legales, sino en el seguimiento y la adhesión a
una persona. La estructura básica del cristianismo no es
jurídica, sino personal. En cuanto que consiste en ser fiel a la relación fiel
a Jesús.
SANTA INES
Nació alrededor del año 1270. Hija de
la toscana familia Segni, propietarios acomodados de Graciano, cerca de
Orvieto.
Cuanto solo tiene nueve años, consigue
el permiso familiar para vestir el escapulario de «saco» de las monjas de un
convento de Montepulciano que recibían este nombre precisamente por el pobre
estilo de su ropa.
Seis años más tarde funda un monasterio con Margarita, su
maestra de convento, en Proceno, a más de cien kilómetros de Montepulciano.
Mucha madurez debió de ver en ella el obispo del lugar cuando, con poco más de
quince años, la nombra abadesa. Dieciséis años desempeñó el cargo y en el
transcurso de ese tiempo hizo dos visitas a Roma; una fue por motivos de
caridad, muy breve; la otra tuvo como fin poner los medios ante la Santa Sede
para evitar que el monasterio que acababa de fundar fuera un día presa de
ambiciones y usurpaciones ilegítimas. Se ve que en ese tiempo podía pasar
cualquier cosa no solo en los bienes eclesiásticos que detentaban los varones,
sino también con los que administraban las mujeres.
Apreciando los vecinos de Montepulciano el bien espiritual que
reportaba el monasterio de Proceno puertas afuera, ruegan, suplican y empujan a
Inés para que funde otro en su ciudad pensando en la transformación espiritual
de la juventud. Descubierta la voluntad de Dios en la oración, decide fundar.
Será en el monte que está sembrado de casas de lenocinio, «un lugar de
pecadoras», y se levantará gracias a la ayuda económica de los familiares,
amigos y convecinos. Ha tenido una visión en la que tres barcos con sus
patronos están dispuestos a recibirla a bordo; Agustín, Domingo y Francisco la
invitan a subir, pero es Domingo quien decide la cuestión: «Subirá a mi nave,
pues así lo ha dispuesto Dios». Su fundación seguirá el espíritu y las huellas
de santo Domingo y tendrá a los dominicos como ayuda espiritual para ella y sus
monjas.
Con maltrecha salud, sus monjas
intentan procurarle remedio con los baños termales cercanos; pero fallece en el
año 1317.
Raimundo de Capua, el mayor difusor de
la vida y obras de santa Inés, escribe en Legenda no solo datos biográficos,
sino un chorro de hechos sobrenaturales acaecidos en vida de la santa y, según
él, confirmados ante notario, firmados por testigos oculares fidedignos y
testimoniados por las monjas vivas a las que tenía acceso por razones de su
ministerio. Piensa que, relatando prolijamente los hechos sobrenaturales
–éxtasis, visiones y milagros–, contribuye a resaltar su santa vida con el aval
inconfundible del milagro. Por ello habló del maná que solía cubrir el manto de
Inés al salir de la oración, el que cubrió en interior de la catedral cuando
hizo su profesión religiosa, o la luz radiante que aún después de medio siglo
de la muerte le ha deslumbrado en Montepulciano; no menos asombro causaba oírle
exponer cómo nacían rosas donde Inés se arrodillaba y el momento glorioso en
que la Virgen puso en sus brazos al niño Jesús (antes de devolverlo a su Madre,
tuvo Inés el acierto de quitarle la cruz que llevaba al cuello y guardarla
después como el más preciado tesoro). Cariño, poesía y encanto.
Santa Catalina de Siena, nacida unos
años después y dominica como ella, será la santa que, profundamente
impresionada por sus virtudes, hablará de lo de dentro de su alma. Llegó a
afirmar que, aparte de la acción del Espíritu Santo, fueron la vida y virtudes
ejemplares vividas heroicamente por santa Inés las que le empujaron a su
entrega personal y a amar al Señor. Resalta en carta escrita a las monjas hijas
de Inés de Montepulciano –una santa que habla de otra santa– la humildad, el
amor a la Cruz y la fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Pero el
mayor elogio que puede decirse de Inés lo dejó escrito en su Diálogo,
poniéndolo en boca de Jesucristo: «La dulce virgen santa Inés, que desde la
niñez hasta el fin de su vida me sirvió con humildad y firme esperanza sin
preocuparse de sí misma».
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