19 DE ABRIL - LUNES –
3ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San León, IX
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (6,8-15):
En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes
prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos, de la sinagoga llamada de
los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a
discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al
espíritu con que hablaba.
Entonces indujeron a unos que asegurasen:
«Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios».
Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y, viniendo de
improviso, lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, presentando testigos
falsos que decían:
«Este individuo no para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley, pues le
hemos oído decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las
tradiciones que nos dio Moisés».
Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y su
rostro les pareció el de un ángel.
Palabra de Dios
Salmo: 118,23-24.26-27.29-30
R/. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí,
tu siervo medita tus decretos;
tus preceptos son mi delicia,
tus enseñanzas son mis consejeros. R/.
Te expliqué mi camino, y me escuchaste:
enséñame tus mandamientos;
instrúyeme en el camino de tus mandatos,
y meditaré tus maravillas. R/.
Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu ley;
escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,22-29):
Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo
vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado
al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que
Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían
marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían
comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que
ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en
busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos,
sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que
perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el
Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Palabra del Señor
1. La primera preocupación que siempre han tenido, y
siguen teniendo, todos los seres humanos es la preocupación por la vida, por
tener una vida sana y segura. Ahora bien, la sanidad y seguridad de
la vida supone alimentación y salud. Por eso, los dos grandes temas, que
aparecen constantemente en los evangelios, son la salud de los enfermos y la
comida de los que carecen de alimentos, no como limosna para llenar el estómago, sino como comensalía para compartir la mesa.
2. Por eso, si hablamos de la comida, no como mera
solución al hambre de cada uno, sino como comensalía, que nos lleva al tema del
compartir con los demás, se comprende lo que Jesús le dijo a la gente que le
buscaba.
Aquella gente no comprendió el significado de la multiplicación de los
panes. Solo apetecían el pan que aquel día les resolvería el
problema del hambre. El problema está en que, como eso es lo único
que nos preocupa a casi todos, por eso no se resuelve
el problema del hambre en el mundo. Y, menos aún el problema que es la causa de que haya tanta hambre en un mundo en el sobran
alimentos.
3. Se suele decir que este espantoso problema no se
resuelve porque no hay voluntad política para resolverlo. No es eso.
El problema radica en la falta de fe, es decir, en la falta de una motivación
superior, de una voluntad y fuerza superior, que nos haga
sensibles a la solidaridad y a la comensalía para todos.
La solución está en que tengamos fe en Él, es decir, que la "memoria
subversiva" de Jesús movilice nuestras vidas.
San León, IX
Hay un epitafio en su sepulcro que reza así:
Roma vencedora
está dolorida
al quedar viuda
de León IX,
segura de que,
entre muchos,
no tendrá un
padre como él.
Así quiso mostrarle su agradecimiento la Ciudad Eterna; quiso introducirlo
para siempre en la entraña de la familia.
Los condes de Alsacia tuvieron un hijo en el año 1002 y, como se hace
siempre, le pusieron un nombre: Bruno. Estudia en la escuela episcopal
–probablemente, el único modo de estudiar algo en su época– de Toul. La familia
atribuye a san Benito la curación de una enfermedad grave que sufrió. Como son
gente bien relacionada, no les fue difícil obtener para Bruno del pariente
emperador alemán, Conrado II, un importante y alto cargo eclesiástico, porque
entonces las cosas –mejor o peor– se hacían así. Por esta época, sobresale en
su bondad y comienzan a llamarle «el buen Bruno».
El año 1026 –jovencito hoy, pero no poco frecuente en su momento– ya es
obispo de Toul, desde que muere el anterior obispo, Hermann. Aceptó por ser Toul
una iglesia pobre. Y desde ese hecho, se manifiesta en él un celo infatigable.
Su empeño es llevar a cabo la reforma en la Iglesia que ya comenzaron los
cluniacenses. Para ello, convoca sínodos, mantiene buenas relaciones con los
obispos vecinos, fomenta los estudios eclesiásticos, cuida esmeradamente el
trato con las Órdenes religiosas y prima las iniciativas reformistas de Cluny.
No es de extrañar que fuera elegido para Sumo Pontífice. Eran tiempos malos,
muy malos, en los que la Iglesia se presentaba ante el mundo como un desastre;
por eso se necesitaba tanto una reforma. Era el año 1048; se había puesto fin
al terrible cisma, pero ni el papa Clemente VIII (1046-1047) ni su sucesor
Dámaso II (1047-1048) tuvieron tiempo de iniciarla. Papa electo, con el visto
bueno de Enrique III en la Dieta de Worms, toma el nombre de León IX y comienza
su mandato con el punto de mira fijo en la reforma.
Supo rodearse de los promotores más significativos: Hugo de Cluny –alma del
movimiento cluniacense–, Halinard –arzobispo de Lyon– y san Pedro Damiano.
También la Curia romana nota la tendencia reformista cuando hace llamar a
Hildebrando para nombrarlo Archidiácono y hacerlo Secretario pontificio.
En el 1049 despliega una actividad incesante por amor a Dios y a su Iglesia.
Lo primero es un solemne sínodo cuaresmal en Roma y la petición de secundar la
iniciativa con otros sínodos en las demás provincias. También ese año lo conoce
como papa peregrino por Italia, Alemania y Francia. Ha de llevar a la Iglesia
el convencimiento de que es el papa quien gobierna en ella. No lo tuvo fácil en
el concilio de Reims por las continuas dificultades que ponía Enrique I, rey de
Francia; pero estaba decidido a luchar por suprimir los abusos fundamentales
existentes, aplicando remedios eficaces contra la simonía, la usurpación por
los laicos de los cargos eclesiásticos y el disfrute de los bienes de la
Iglesia por los nobles a los que debían favores los emperadores y reyes; era
urgente corregir de modo definitivo el concubinato de los eclesiásticos y poner
punto final al desprecio de las sagradas leyes del matrimonio. Luego, en el
otro concilio del mismo año, en Maguncia, se renovaron las proclamaciones de
Reims. Fue el principio de todo un resurgimiento de lo espiritual y
disciplinar.
Pero en la vida de los hombres hay luces y hay sombras.
No supo o no pudo ser tan afortunado en asuntos temporales; quizá sea que el
papa está hecho para otra cosa. Con los normandos lo pasó mal; perdió la guerra
de junio del año 1053 y llegó a ser su prisionero; tuvo que cederles
territorios para lograr la libertad que disfrutó poco tiempo por sobrevenirle
la muerte en el mes de abril del 1054.
Tampoco con las Iglesias Orientales hubo acierto. Durante su pontificado se
maduró y culminó la separación definitiva de estas Iglesias de la Iglesia de
Roma; el Patriarca Miguel Cerulario se dejó abandonado a la ambición de verse
convertido en Cabeza de la Iglesia Griega y consumó la separación tres meses
después de la muerte de León IX, tornando infelices las conversaciones con los
legados enviados por Roma.
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