30 – DE
MAYO – MARTES –
8 –
SEMANA DE T.O. – A
SAN FERNANDO
Lectura del libro
del Eclesiástico (35,1-12):
Quien observa la ley multiplica las ofrendas, quien guarda los mandamientos
ofrece sacrificios de comunión.
Quien
devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina, quien da limosna ofrece sacrificios de alabanza.
Apartarse del
mal es complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la
injusticia.
No te
presentes ante el Señor con las manos vacías, pues esto es lo que prescriben
los mandamientos.
La ofrenda
del justo enriquece el altar, su perfume sube hasta el Altísimo.
El sacrificio
del justo es aceptable, su memorial no se olvidará.
Glorifica al
Señor con generosidad, y no escatimes las primicias de tus manos.
Cuando hagas
tus ofrendas, pon cara alegre y paga los diezmos de buena gana.
Da al
Altísimo como él te ha dado a ti, con generosidad, según tus posibilidades.
Porque el
Señor sabe recompensar y te devolverá siete veces más.
No trates de
sobornar al Señor, porque no lo aceptará; no te apoyes en sacrificio injusto.
Porque el Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Palabra de Dios
Salmo:
49,5-6.7-8.14.23
R/. Al que sigue
buen camino
le haré ver la salvación de Dios
«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un
sacrificio».
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar. R/.
«Escucha, pueblo mío, voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo soy Dios, tu Dios—.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante
mí». R/.
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo.
«El que me ofrece acción de gracias, ése
me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios». R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (10,28-31):
En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús:
«Ya ves que
nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os
digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o
padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en
este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y
tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna.
Muchos primeros
serán últimos, y muchos últimos primeros».
Palabra del Señor
1. La
afirmación segura, que hace Pedro: "lo hemos dejado todo", y eso lo hemos hecho "para seguirte", indica obviamente una convicción de
orgullo.
Un orgullo
que contrasta con el miedo y el abandono del joven rico. Un orgullo, además,
que queda más destacado en el relato paralelo de Mateo, donde se añade: ¿Qué,
pues, recibiremos? (19, 27). Y conste que seguramente Pedro hacía aquí también
de portavoz de los demás apóstoles.
2. Los
que hemos entrado en los seminarios, en los conventos, en instituciones
apostólicas, hacemos algo que se considera como un acto y se toma una decisión
de enorme generosidad. De eso no cabe duda. Pero no todo es trigo
limpio en estos casos. Ni en tantos otros que, de la manera que sea, afectan a
la vida de quienes decimos que creemos en
el Evangelio y lo tomamos en serio.
Porque, en
los estratos más hondos de la propia conciencia, llevamos lacras y manchas, que
seguramente jamás nos atrevemos a reconocer que están ahí, en nuestra propia
intimidad.
"Ser
importantes", "salir del anonimato", "llegar a ser
algo" en la vida, "mandar sobre otros", "tener una vida
asegurada y con dinero", ¡qué sé yo!
3. Jesús
le dijo a Pedro (y a los demás, de entonces y de ahora) que no le iba a faltar nada. Pero que, además de tenerlo todo, le esperaban también
persecuciones.
¿Por
qué? Muy sencillo: el que "lo deja todo", no está atado a
nada. Si es verdad que lo deja todo, sin duda que se queda completamente libre:
para pensar, para decir, para tomar decisiones. Y es evidente que una persona
así es temible. Las trampas y los tramposos de la vida se basan en el miedo de
los que prefieren vivir sujetos, atados, pero seguros. Por eso abundan tanto
los canallas.
SAN FERNANDO
Rey de Castilla y de León
Santo seglar, que "no conoció el vicio
ni el ocio", Fernando III -el más grande de los reyes de Castilla, dice
Menéndez y Pelayo- nació en 1198; fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y
primo de san Luis IX, rey de Francia. Guerreó con los moros, que ocupaban gran
parte de España, unió las coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos
de Úbeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.
En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No buscó
su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino
verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y
elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de
Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones
divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de
las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: "Más
temo las maldiciones de una viejecita pobre de mí reino que a todos los moros
del África". Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la
que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta
fuera llamada tierra de María Santísima.
La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y humildad.
Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de cenizas, recibió
los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se despidió de ellos
después de haberles dado sabios consejos.
Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por
alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que
sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió
luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de
1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo
afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los
hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa "bravo en la
paz".
Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a nuestra
Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.
Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo
sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el
nombre de Alfonso el Sabio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario