domingo, 28 de mayo de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 29 – DE MAYO – LUNES – 8 – SEMANA DE T.O. – A Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia

 

 



29 – DE MAYO – LUNES –

8 – SEMANA DE T.O. – A

Bienaventurada Virgen María,

Madre de la Iglesia

 SAN PABLO VI, papa

(1897-1978)

 

    Lectura del libro del Génesis 3,9-15. 20

 

   Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:

«¿Dónde estás?»

    Él contestó:

    «Oí un ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».

    El Señor Dios replicó:

    «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»

    Adán respondió:

    «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».

    El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?»

    La mujer respondió:

    «La serpiente me sedujo y comí».

    El Señor Dios dijo a la serpiente:

    «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».

    Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

 

Palabra de Dios.

 

    O bien:

    Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles1,12-14

 

   Después de que Jesús fue levantado al cielo, los apóstoles volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro, y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago.

    Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.

 

Palabra de Dios.

 

     Salmo 86: Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.

 

   Él la ha cimentado sobre el monte santo;

y el Señor prefiere las puertas de Sion

a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! R/

 

    «Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles;

filisteos, tirios y etíopes han nacido allí». R/

 

   Se dirá de Sion: «Uno por uno,

todos han nacido en ella;

el Altísimo en persona la ha fundado». R/

 

    El Señor escribirá en el registro de los pueblos:

«Este ha nacido allí». R/

 

   Y cantarán mientras danzan:

«Todas mis fuentes están en ti». R/

 

    Lectura del santo Evangelio según san Juan19,25-34

 

    Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.

    Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:

    «Mujer, ahí tienes a tu hijo».   

    Luego, dijo al discípulo:

    «Ahí tienes a tu madre».

    Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

    Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

    «Tengo sed».

    Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.

    Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

    «Está cumplido».

    E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

    Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran.

    Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

 

Palabra del Señor.

 

     El papa Francisco, a través de un Decreto de la Con­gregación para el Culto Divino, ha establecido que la memoria de la «Virgen María, Madre de la Iglesia» se celebre cada año el lunes siguiente a Pentecostés. Según señala el Decreto, «el Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año». «Esta celebración –continúa– nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana debe fundamentarse en el misterio de la cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos».

 

Homilia del papa Francisco:

 

1.          Me gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Y lo hago recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la constitución Lumen gentium: “Como enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la Iglesia en el orden de la fe, la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (n. 63).

 

2.          MARÍA VIVIÓ LA FE EN LA SENCILLEZ DE LAS MILES DE OCUPACIONES Y PREOCUPACIONES COTIDIANAS DE CADA MADRE

Partamos desde el primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este proyecto. María responde “sí”, y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.

 

3.          ¿Cómo ha vivido María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar… Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El “sí” de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.

 

4.          Podemos hacernos una pregunta: ¿nos dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O la creemos lejana, muy diferente a nosotros? En tiempos de dificultad, de prueba, de oscuridad, la vemos a ella como un modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solamente nuestro bien? Pensemos en ello, ¡tal vez nos hará bien reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia por esta fe que ella tenía!

 

5.          Llegamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor? Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en dicha casa significaba llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el comprenderse.

 

6.          Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.

 

7.          Hemos hablado de María, de Jesús. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Con nosotros que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que llevamos a los demás? Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que acompaña, ¿o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un amor fuerte, o débil, al punto que busca las simpatías, que quiere una contrapartida, un amor interesado?

 

8.          MARÍA REZABA, TRABAJABA, IBA A LA SINAGOGA… PERO CADA ACCIÓN SE REALIZABA SIEMPRE EN PERFECTA UNIÓN CON JESÚS

Otra pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal de los demás, cuidamos cada uno nuestro “patio trasero”? O nos cuidamos unos a otros? ¡Estas son preguntas de la caridad!

 

9.          Y un último punto brevemente: María, modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga… Pero cada acción se realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte.

 

10.    Es hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús sólo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?

 

11.    Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia

 

SAN PABLO VI, papa

(1897-1978)





 

Juan Bautista Montini nació el 26 de septiembre de 1897 en Concesio, pueblo cerca de Brescia. Fue ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1920 prestando su ministerio en la Santa Sede hasta que fue nombrado Arzobispo de Milán.

Fue elegido para la Cátedra de Pedro el 21 de junio de 1963. Continuó felizmente el Concilio Vaticano II, promovió la vida eclesial, especialmente la liturgia, el diálogo ecuménico y el anuncio del evangelio al mundo de nuestro tiempo. Murió el 6 de agosto de 1978.

 

Segundogénito de Giorgio y de Giuditta Alghisi, Giovanni Battista Montini nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. De familia católica muy comprometida en el ámbito político y social, frecuentó la escuela primaria y secundaria en el colegio Cesare Arici de Brescia dirigido por los jesuitas, y la concluyó en el instituto estatal de la ciudad en 1916.

 

En otoño de ese año ingresó en el seminario de Brescia y cuatro años más tarde, el 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal. Después del verano se trasladó a Roma, donde estudió filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana y letras en la universidad estatal, obteniendo luego el doctorado en derecho canónico y en derecho civil. Mientras tanto, tras un encuentro con el sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Pizzardo en octubre de 1921, fue destinado al servicio diplomático y por algunos meses de 1923 trabajó en la nunciatura apostólica de Varsovia.

 

Comenzó a prestar servicio en la secretaría de Estado el 24 de octubre de 1924. En ese período acompañó a los estudiantes universitarios católicos reunidos en la fuci, de la que fue consiliario eclesiástico nacional de 1925 a 1933. Mientras tanto, a comienzos de 1930, fue nombrado secretario de Estado el cardenal Eugenio Pacelli, del que llegó a ser progresivamente uno de sus más estrechos colaboradores, hasta que en 1937 fue promovido a sustituto de la Secretaría de Estado. Función que mantuvo también cuando a Pacelli —que fue elegido Papa en 1939 tomando el nombre de Pío XII— le sucedió el cardenal Luigi Maglione. Ocho años más tarde, en 1952, fue nombrado prosecretario de Estado para los asuntos ordinarios.

 

Fue él quien preparó el borrador del extremo aunque inútil llamamiento de paz que el Papa Pacelli lanzó por radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas del conflicto mundial: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra».

 

El 1 de noviembre de 1954 recibió inesperadamente el nombramiento como arzobispo de Milán, donde inició su ministerio el 6 de enero de 1955. Como guía de la Iglesia ambrosiana se comprometió plenamente a nivel pastoral, dedicando una especial atención a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración y de las periferias, donde promovió la construcción de más de cien nuevas iglesias.

 

Fue el primer cardenal que recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan XXIII, el 15 de diciembre de 1958. Participó en el Concilio Vaticano II, donde sostuvo abiertamente la línea reformadora. Tras fallecer Roncalli, el 21 de junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia clara al apóstol evangelizador.

 

En los primeros actos del pontificado quiso destacar la continuidad con el predecesor, en particular con la decisión de retomar el Vaticano II, que volvió a abrirse el 29 de septiembre de 1963. Condujo los trabajos conciliares con atenta mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta su conclusión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965 y precedida por la mutua anulación de las excomuniones surgidas en 1054 entre Roma y Constantinopla.

 

Se remonta también al período del Concilio los primeros tres de los nueve viajes que durante su pontificado le llevaron a los cinco continentes (diez fueron, en cambio, sus visitas en Italia): en 1964 visitó Tierra Santa y luego India, y en 1965 Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la asamblea general de las Naciones Unidas. Ese mismo año inició una profunda modificación de las estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando nuevos organismos para el diálogo con los no cristianos y los no creyentes, instituyendo el Sínodo de los obispos —que durante su pontificado tuvo cuatro asambleas ordinarias y una extraordinaria entre 1967 y 1977— y reformando el Santo Oficio.

 

Su voluntad de diálogo en el seno de la Iglesia, con las diversas confesiones y religiones y con el mundo estuvo en el centro de la primera encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida por otras seis: entre estas hay que recordar la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos y la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control de la natalidad, que suscitó numerosas polémicas incluso en ambientes católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971 para el pluralismo del compromiso político y social de los católicos, y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.

 

Comprometido en la no fácil tarea de aplicar las indicaciones del Concilio, aceleró el diálogo ecuménico a través de encuentros e iniciativas importantes. El impulso renovador en el ámbito del gobierno de la Iglesia se tradujo luego en la reforma de la Curia en 1967, de la corte pontificia en 1968 y del Cónclave en 1970 y en 1975. También en la liturgia realizó un paciente trabajo de mediación para favorecer la renovación pedida por el Vaticano II, sin lograr evitar las críticas de los sectores eclesiales más avanzados y la oposición de los conservadores.

 

Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis consistorios remodeló notablemente el Colegio cardenalicio y acentuó su carácter de representación universal. Durante el pontificado desarrolló, además, la acción diplomática y la política internacional de la Santa Sede, comprometiéndose en favor de la paz —gracias a la institución también de una especial jornada mundial celebrada desde 1968 el 1 de enero de cada año— y prosiguiendo el diálogo con los países comunistas de Europa central y oriental comenzado por Juan XXIII.

 

En 1970, con una decisión sin precedentes, declaró doctoras de la Iglesia a dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena. Y en 1975 —tras el jubileo extraordinario que tuvo lugar en 1966 para la conclusión del Vaticano II y el Año de la fe celebrado entre 1967 y 1968 con ocasión del XIX centenario del martirio de los santos Pedro y Pablo— convocó y celebró un Año santo.

 

Murió el 6 agosto de 1978, por la tarde, en la residencia de Castelgandolfo, casi improvisamente. Tras el funeral que se celebró el 12 en la plaza de San Pedro, fue sepultado en la basílica vaticana.

 

El 11 de mayo de 1993 se inició en la diócesis de Roma la causa de canonización. El 9 de mayo pasado el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las causas de los santos la promulgación del decreto relativo al milagro atribuido a su intercesión.

 

Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco.

 

Fue canonizado por el Papa francisco en la Plaza de San Pedro el 14 de octubre de 2018.

 

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,

n. 43, 24 de octubre de 2014.

 

 

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