20 – DE
MAYO – SÁBADO –
6 - SEMANA DE PASCUA – A
San Bernardino de Siena
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (18,23-28):
PASADO algún tiempo en Antioquía, Pablo marchó y recorrió sucesivamente
Galacia y Frigia, animando a los discípulos.
Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo,
natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en las Escrituras. Lo
habían instruido en el camino del Señor y exponía con entusiasmo y exactitud lo
referente a Jesús, aunque no conocía más que el bautismo de Juan.
Apolo, pues,
se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y
Áquila, lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de
Dios. Decidió pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los
discípulos de allí que lo recibieran bien. Una vez llegado, con la ayuda de la
gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes, pues rebatía vigorosamente
en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías.
Palabra de Dios
Salmo:
46,2-18-9.10
R/. Dios es
el rey del mundo
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo es terrible,
emperador de toda la tierra. R/.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono
sagrado. R/.
Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la
tierra,
y él es excelso. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (16,23b-28):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad,
en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.
Hasta ahora
no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra
alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en
que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os
digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque
vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios.
Salí del
Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre».
Palabra del Señor
1. Impresionan
estas palabras de Jesús a quienes creen y se fían de él. Porque, en realidad, lo que viene a decir Jesús es que quienes acuden al
Padre, siendo creyentes y seguidores de Jesús, su oración no es solo ni principalmente
oración de ellos, sino que es oración de Jesús mismo al Padre. Y es que el
seguimiento de Jesús nos une de tal manera a Jesús, que nuestros deseos
o necesidades son deseos o necesidades del mismo Jesús.
2. Hasta
ese extremo la fe y el seguimiento nos hacen uno con Jesús. Y a Jesús con cada
creyente y cada discípulo. Por eso, semejante oración es infalible. Porque, en
esa plegaria, es el mismo Jesús el que pide por boca del orante, mediante los deseos del que hace la petición. Lo que supone una
identificación exacta de lo que uno quiere con lo que siempre quiso y pidió
Jesús mientras vivió en esta tierra.
Seguir a
Jesús es identificarse con él. Y esa identificación se realiza y se verifica en
la identificación de deseos y de peticiones al Padre.
3. En
el fondo, esto nos viene a decir que la oración perfecta es la que identifica
los propios deseos con los deseos de Jesús. Y uno siente como necesidades
propias las mismas cosas que Jesús vio y vivió como las más urgentes y
necesarias.
Cuando dos
personas se quieren tanto que llegan a identificar lo que les gusta, lo que les
preocupa, lo que les interesa, lo que anhelan, no cabe la menor duda de que ese
cariño mutuo es muy fuerte. Porque, si ya es difícil en la vida respetar los
deseos de los otros, ¡cuánto más difícil y exigente tiene que ser identificar
los propios con los deseos del otro!
San Bernardino de Siena
San Bernardino de Siena, presbítero de la
Orden de los Hermanos Menores, quien, con la palabra y el ejemplo, fue evangelizando
por pueblos y ciudades a las gentes de Italia y difundió la devoción al
santísimo Nombre de Jesús, perseverando infatigablemente en el oficio de la
predicación, con gran fruto para las almas, hasta el día de su muerte, que
ocurrió en L’Aquila, del Abruzo, en Italia.
Vida de San Bernardino de Siena
Nacido en Massa Marittima, territorio de
Siena, (hoy en región Toscana, Italia), el año 1380.
Queda huérfano y es criado por una tía.
Ya desde chico le gustaban las cosas de Dios. Componía altares e imitaba a los
predicadores. De adolescente era se cuidaba de hablar y actuar con pureza.
Cuando tenía 20 años hubo una gran peste
en Italia que arrasó a Siena. Él y otros jóvenes amigos suyos fueron al
hospital y sirvieron por 3 meses hasta que acabó la epidemia.
A los 22 años lo dejó todo para
entrar en la comunidad franciscana. Tanto movía los corazones con su prédica
que se cerraban las tiendas y hasta las clases en la universidad para
escucharle. Se convirtieron innumerables pecadores que venían a él
arrepentidos.
Entró en la Orden de los Frailes Menores,
se ordenó sacerdote y desplegó por toda Italia una gran actividad como
predicador, con notables frutos.
Propagó la devoción al santísimo nombre
de Jesús. Tuvo un papel importante en la promoción intelectual y espiritual de
su Orden; escribió, además, algunos tratados de teología.
Propaga la devoción a la Eucaristía.
Acostumbraba a llevar consigo una tablilla, mostrando la Eucaristía con rayos
saliendo de ella y en el medio, el monograma IHS que el ayudó a popularizar
como símbolo de la Eucaristía. Fue gran reformador de la Orden Franciscana.
No faltan las pruebas: El Papa Martín V
lo suspende como predicador pero San Juan Capistrano, le ayuda a arreglar su
situación.
Rechazó 3 episcopados, fundó más de 200
monasterios e intervino para traer la paz entre dos bandos, los güelfos y los
gibelinos.
A los 63 años se le apareció San
Pedro Celestino que le avisa de su muerte ya cercana, la que acontece en la
vigilia de la Ascensión. Muere en 1444 y seis años después es canonizado por el
para Nicolás V.
Está sepultado en Aquila. Estuvo
incorrupto y su ataúd sangró sin cesar hasta que vino la paz entre los bandos que
peleaban en la ciudad.
(Fuente:
corazones.org)
Oración a San Bernardino de Siena
San Bernardino, que propagaste la devoción al santísimo nombre de Jesús,
danos un tierno amor al Redentor y obtén para nosotros la protección contra los
males respiratorios, con los cuales tú mismo fuiste probado. Te lo pedimos por
los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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