11 – DE
MAYO – JUEVES –
5 - SEMANA DE PASCUA – A
San Mayolo de Cluny
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,7-21):
EN aquellos días, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a
los apóstoles y a los presbíteros:
«Hermanos,
vosotros sabéis que, desde los primeros días, Dios me escogió entre vosotros
para que los gentiles oyeran de mi boca la palabra del Evangelio, y creyeran. Y
Dios, que penetra los corazones, ha dado testimonio a favor de ellos dándoles
el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y
nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora
intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un
yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que
lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús».
Toda la
asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y Pablo, que les contaron los
signos y prodigios que Dios había hecho por medio de ellos entre los gentiles.
Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo:
«Escuchadme,
hermanos: Simón ha contado cómo Dios por primera vez se ha dignado escoger para
su nombre un pueblo de entre los gentiles. Con esto concuerdan las palabras de
los profetas, como está escrito:
“Después de esto volveré y levantaré de nuevo la choza caída de David;
levantaré sus ruinas y la pondré en pie, para que los demás hombres busquen al
Señor, y todos los gentiles sobre los que ha sido invocado mi nombre: lo dice
el Señor, el que hace que esto sea conocido desde antiguo”.
Por eso, a mi
parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios; basta
escribirles que se abstengan de la contaminación de los ídolos, de las uniones
ilegítimas, de animales estrangulados y de la sangre. Porque desde tiempos
antiguos Moisés tiene en cada ciudad quienes lo predican, ya que es leído cada
sábado en las sinagogas».
Palabra de Dios
Salmo:
95,1-2a.2b-3.10
R/. Contad las
maravillas del Señor a todas las naciones
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su
nombre. R/.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las
naciones. R/.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos
rectamente». R/.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (15,9-11):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el
Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado
de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a
plenitud».
Palabra del Señor
1. Dios
(el Padre del cielo) se relaciona con los seres humanos como se relaciona con
Jesús. Se trata de un tipo de relación que no se define por el poder que exige sumisión, sino por el amor que pide estabilidad, fidelidad,
permanencia.
La imagen del
"padre", tal como se suele vivir entre humanos, es con frecuencia
ambigua. Porque tendría que ser siempre una relación de bondad y cariño, pero a menudo es una relación de imposición, amenaza y castigo.
Por no hablar
de tantos casos en los que no hay relación alguna, por causa del mutuo desinterés, incluso el rechazo, entre padre e hijo.
2. El
Padre del que habla Jesús es siempre bondad y amor, acogida y tolerancia,
respeto y ayuda incondicional. En esta serie de actitudes del Padre hacia el Hijo consisten los "mandamientos" (entolás), que no son
órdenes (y menos aún imposiciones), sino los deseos que
brotan del cariño. Cuando hay cariño entre personas, los deseos son
órdenes. Pero no pasan de ser deseos, que el amor las traduce en hacer lo que
agrada al otro.
3. Cuando
se vive así y de esa manera, la vida es fuente incesante de la mayor alegría.
No es la alegría que proviene del tener, sino la dicha del que siempre ofrece
respeto y bondad y, en respuesta, recibe lo mismo que da.
Así tendría
que ser siempre nuestra relación con los demás, sean quienes sean. Y sean como
sean.
En Souvigny, de Borgoña, san Mayolo o Mayeul , abad de Cluny, quien, firme
en la fe, seguro en la esperanza y repleto de una doble caridad, renovó
numerosos monasterios de Francia e Italia.
Vida de San Mayolo de Cluny
Hijo de Foquer, señor rico y poderoso en Provenza. Mayolo o también Mayeul
nació en el año 906, en la pequeña villa de Valenzola. Sus padres murieron
pronto, cuando Mayolo era aún muy joven. Pronto le ronda por la cabeza el pensamiento
de abandonar sus muchas posesiones y retirarse a la soledad; pero antes de
tomar esta determinación le obligan a salir de sus tierras los sarracenos que
van haciendo incursiones desde España. Esta es la razón de refugiarse en Mâcon
donde le conociera el obispo Bernon que le da la prebenda de un canonicato al
ver sus buenas cualidades y disposiciones. Termina sus estudios en la entonces
célebre escuela de Lyon de donde regresa para instruir en filosofía y teología
al clero local, recibir el diaconado y ser nombrado arcediano, o sea, el
primero del orden de los diáconos. Como el ministerio del diaconado lleva
consigo preparar la mesa a los pobres, repartiéndoles las limosnas de la
iglesia, su nuevo cargo le proporciona la ocasión de ejercitar la caridad
limosnera de un modo poco común; de hecho, vende sus muebles, casas y tierras
para repartirlos entre los más menesterosos, incrementando así las limosnas del
obispo.
Quieren nombrarlo obispo de Besanzon a la muerte de Guifredo; pero se
resiste y, temeroso de que se presenten otras ocasiones que no pueda declinar,
se retira al claustro. Cluny la abadía recientemente fundada -en el 910, bajo
la advocación de san Pedro apóstol y sometido a la autoridad del papa, por
Guillermo, duque de Aquitania-, será su casa desde entonces, cuando su tercer
abad es Aymardo. Se observa estrictamente la Orden de San Benito de Arriano.
Allí le encargan de la biblioteca y le nombran apocrisario, una especie de
legado para resolver asuntos fuera del convento y, de modo especial, los que se
refieren a las relaciones con los nobles o los príncipes.
Pasa a ser abad de Cluny al quedarse Aymardo imposibilitado para el gobierno
por la ceguera. Con el abad Mayolo es cuando la abadía más resplandece por su
rectitud, disciplina y espíritu de reforma, volviéndose hacia ella los ojos de
los príncipes, emperadores y papas.
La reforma propugnada por Cluny pasa a los monasterios de Alemania a
petición del emperador Otón I y de la emperatriz Adelaida.
Las abadías de Marmontier de Turena, San German de Auxerre,
Moutier-San-Juan, San Benito de Dijon y San Mauro de las Fosas, en las
proximidades de París, conocen la reforma cluniacense en Francia. El mismo papa
Benedicto VII encomienda al abad Mayolo la reforma del monasterio de Lerins.
Fue toda una labor apasionante y pletórica realizada sólo en diez años.
Claro está que nada de esto hubiera podido realizarse con un espíritu
pusilánime o sin oración, sin penitencia y sin su piedad recia que incluía el
tierno amor a Santa María como queda expresado en sus peregrinaciones a los
santuarios de Nuestra Señora de Valay y de Loreto.
No todos los trabajos fueron ad intra propiciando la reforma de los buenos.
Tuvo también escarceos apostólicos y proselitistas con los infieles sarracenos
durante el tiempo en que le tuvieron preso, en Pont-Ouvrier, y de quienes fue
rescatado por una fuerte suma de dinero que pudo reunirse entre los frailes y
con las ayudas de amigos y ricos nobles conocidos.
El emperador Otón II quiso que fuera elegido papa, pero topó con su firme
negativa.
Cansado de trabajos y pensando que su misión estaba concluida, propone se
elija a su fiel discípulo Odilón para sucederle y renuncia a ser abad. Pero,
aunque anciano ya, le queda todavía una última aventura reformadora; fue Hugo,
el fundador de la dinastía de los Capetos, quien le pide como rey de Francia
que regrese a París para introducir la reforma en la abadía de san Dionisio; no
supo negarse, se puso en camino y muere en el intento generoso de mejorar ese
monasterio para bien de la Iglesia; en Souvigni, el 11 de Mayo del año 994,
casi nonagenario, muere el reformador Mayolo, uno de los hombres más eminentes
de la cristiandad del siglo X, organizador insigne que preparó el estallido de
vitalidad del siglo XI. Su figura se presenta magnífica en la escena del siglo
de hierro en un mundo que estaba en construcción. Además de extender la Orden
de Cluny en influencia y prestigio para reformar el mundo cristiano, su obra se
extiende a otros aspectos de la vida social: construye y restaura, favorece las
letras e introduce las ideas cristianas en los gobiernos de Alemania, de Francia
y de Italia y, además, es incapaz de contemplar a un necesitado sin derramar
lágrimas.
La abadía de Cluny, el templo mayor del mundo hasta que en el siglo XVI se
construyó en Roma la basílica de san Pedro, que llegó a ser uno de los más
importantes centros religiosos, que preparó decisivamente el camino a la
reforma gregoriana y que se convirtió en potente foco de radiación del románico
europeo, está convertida hoy en un montón de ruinas sólo recuperadas para la
posteridad en el papel y el diseño. Se cerró y arrasó en el 1790 por la
Revolución francesa. Se entiende que no todas las revoluciones son respetuosas
con la cultura, ni con el arte, ni con la historia o que quizá existan más
interpretaciones de historia, de arte y de cultura.
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