15 – DE
MAYO – LUNES –
6 - SEMANA DE
PASCUA – A
SAN ISIDRO LABRADOR
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (16,11-15):
NOS hicimos a la mar en Tróade y pusimos rumbo hacia Samotracia; al día
siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos, primera ciudad del
distrito de Macedonia y colonia romana. Allí nos detuvimos unos días.
El sábado
salimos de la ciudad y fuimos a un sitio junto al río, donde pensábamos que
había un lugar de oración; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres
que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira,
vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el
Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo.
Se bautizó
con toda su familia y nos invitó:
«Si estáis
convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa».
Y nos obligó
a aceptar.
Palabra de Dios
Salmo:
149,1-2.3-4.5-6a.9b
R/. El Señor
ama a su pueblo
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los
fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R/.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los
humildes. R/.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca.
Es un honor para todos sus fieles. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (15,26–16, 4a):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga
el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que
procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis
testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.
Os he hablado
de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún,
llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a
Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Os he hablado
de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había
dicho».
Palabra del Señor
1. La
composición de este evangelio recoge, ante todo, el final del capítulo 15 del
IV evangelio (Jn 15, 26), donde se repite la promesa de la venida del Espíritu
(el Paráclito o abogado defensor), que dará a los discípulos la fortaleza necesaria, para mantenerse fieles a la misión que Jesús les ha encomendado.
Y esta
promesa “que es el final del capítulo 15” se une inmediatamente al comienzo del capítulo 16, que es la prolongación de la promesa que les
hace Jesús. Pero una promesa que se va a realizar en unas condiciones
extremadamente duras, que Jesús explica enseguida.
2. Lo
que se dice, al comienzo del cap. 16, se refiere a la persecución que tuvieron que
sufrir los seguidores de Jesús durante la época posterior a la muerte de Jesús. Es un tema común en la literatura cristiana primitiva. Y
refleja la experiencia dolorosa que tuvieron que sufrir las comunidades
cristianas desde sus orígenes.
Y es que el
Evangelio, vivido en serio y en su integridad, era como "un cuerpo
extraño" en la cultura del Imperio. Esto se refleja también en
los evangelios sinópticos (Mt 24, 9-14; Mc 13, 9-13; Lc 21, 12-17). Cosa que ya
había quedado expresada en las tradiciones de la misión que les encomendó Jesús
(Mt 10, 17-25; 5, 10-11; Lc 12, 1-12) (Jean Zumstein).
3. Pero
Jesús llega más lejos. Porque asegura que, a los testigos del Evangelio, los
excomulgarán de las sinagogas. Es decir, esos testigos de Jesús tendrán que
pasar por la dura vergüenza de verse expulsados de los centros propios de la
religión. Y, lo que es más inconcebible, llegará el día en que a los testigos
de Jesús se les matará, se les quitará la vida, pensando que así es cómo se le
da culto a Dios (dókse latreían prosphé rein tóTheó). Es, literalmente, la
ofrenda cultual a Dios, convertida en "culto asesino".
El día del
Corpus de 1534, el emperador Francisco I, presidió la procesión del Santísimo
por las calles de París; y con su propia mano fue prendiendo
fuego a 25 hogueras en las que ardieron 25 herejes, para honrar así a su Divina
Majestad. Semejante perversión brutal, se da a diario en pequeñas cosas
cotidianas, con más frecuencia de lo que imaginamos.
Es la
perversión radical de la religión.
SAN ISIDRO LABRADOR
San
Isidro, labrador Memoria
A finales del siglo XI nace san Isidro en Madrid, en cuya parroquia
de San Andrés fue bautizado. Contrajo matrimonio en Torrelaguna con María de la
Cabeza. Trabajó como jornalero agricultor. Murió muy anciano.
La tradición popular conservó la memoria de su espíritu de oración y de
generosidad con los necesitados. Es patrono del campo español.
Fue canonizado por Gregorio XV en 1622. Su cuerpo se conserva incorrupto en
la Real Colegiata de San Isidro, en Madrid.
En 1960, Juan XXIII lo proclamó patrón y protector de los agricultores
españoles.
(Alrededores de Madrid,
hacia 1080 - Madrid, 1130) Santo español, patrono de la Villa de Madrid y de
los agricultores. Aunque no se tienen demasiados datos biográficos sobre el
santo, parece ser que vino al mundo en el seno de una familia humildísima, poco
antes de la reconquista de Madrid, en una casa situada donde en la actualidad
se halla la calle de las Aguas. Quedó huérfano muy pronto, así que el joven
Isidro se buscó el sustento con trabajos como el de pocero hasta que finalmente
se empleó como labrador.
San Isidro Labrador
Cuando Alí, rey de
Marruecos, atacó Madrid en 1110, Isidro hizo como muchos otros y se trasladó a
Torrelaguna, donde continuó con el mismo género de vida, dedicada al trabajo y
a la oración, que había llevado hasta el momento. Fue precisamente en la parroquia
de esta localidad donde contrajo matrimonio con una joven llamada María,
natural de Uceda, cuya dote matrimonial fue una heredad en su pueblo natal, lo
que fue causa de que los esposos se establecieran allí para trabajar las
tierras por cuenta propia.
Aunque Isidro era
piadoso y devoto, su esposa no le iba a la zaga a este respecto, ni tampoco en
cuanto a laboriosidad, todo lo cual hizo -según la leyenda- que se granjearan
la predilección de Dios, que los benefició con su ayuda innumerables veces,
como cuando salvó milagrosamente a su hijo único que había caído en un profundo
pozo o cuando permitió a María pasar a pie enjuto sobre el río Jarama y así
librarse de los infundios de infidelidad que contra ella lanzaban las gentes.
En 1119, Isidro volvió
de nuevo a Madrid, y entró a trabajar como jornalero agricultor al servicio de
un tal Juan de Vargas. Estableció su morada junto a la Iglesia de San Andrés,
donde oía la misa del alba todas las mañanas y, luego, atravesaba el puente de
Segovia -las tierras de su patrón estaban del otro lado del Manzanares- para
aprestarse al duro trabajo de roturar la tierra con el arado. Se dice de él que
daba cuanto tenía a los menesterosos, y aún a las palomas hambrientas cedía las
migas de pan de las que se alimentaba.
Con el correr del
tiempo decidieron los esposos separarse para llevar una vida de mayor santidad;
marchó así Isidro a Madrid, mientras María quedaba en Caraquiz consagrada al
cuidado de la ermita, la cual barría y aseaba diariamente, al tiempo que pedía
limosna para costear el aceite que alumbraba la imagen. La separación duró
hasta la última enfermedad del santo, cuando María tuvo noticia por un ángel de
la muerte de su marido. Corrió presta a la Villa y no se separó del lado de su
esposo hasta que éste exhaló su último aliento. Luego volvió a Caraquiz y,
después de unos años, también murió.
A Isidro, como
pobre de solemnidad que era, se le enterró en el cementerio de la parroquia de
San Andrés, en una tosca caja de madera sin cepillar. Transcurridos cuarenta años,
como los prodigios de Isidro seguían corriendo de boca en boca, ante la
insistencia del pueblo, se exhumó el cuerpo y se le dio sepultura en el
interior del templo. Se vio entonces que, a pesar del tiempo transcurrido y de
haber estado expuesto a las inclemencias meteorológicas, todavía se conservaba
entero y de color tan natural como si estuviera vivo, prodigio que se ha podido
comprobar en las múltiples traslaciones que de su cuerpo se han hecho.
Cuando Alfonso VIII
vino a Madrid tras haber derrotado al moro en las Navas de Tolosa, ordenó que
el cuerpo fuera colocado en un arca bellamente policromada con escenas de la
vida de Isidro. La beatificación, pronunciada por Paulo V el 14 de junio de
1619, a instancias de Felipe III, fue acontecimiento largo tiempo esperado por
el pueblo madrileño; para conmemorar el evento se celebraron grandes festejos,
en el transcurso de los cuales se inauguró la plaza Mayor.
El 19 de junio de 1622,
Isidro, que en la memoria del pueblo ya era santo, fue canonizado por el papa
Gregorio XV, junto a Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San
Francisco Javier y San Felipe Neri. En 1657 el arquitecto fray Diego de Madrid
comenzó a levantar la capilla de San Isidro -primer ejemplo del barroco
madrileño-, aneja a la iglesia de San Andrés, destinada a contener la urna del
santo, cuyo traslado se produjo definitivamente en 1669. El 4 de febrero de
1789, Carlos III ordenó que la urna fuera instalada en el antiguo Colegio
Imperial, que pasó a llamarse entonces Iglesia Real de San Isidro, y que luego
sería la catedral de Madrid.
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