12 – DE
MAYO – VIERNES –
5 - SEMANA DE
PASCUA – A
SAN PANCRACIO
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,22-31):
EN aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia
acordaron elegir algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y
Bernabé. Eligieron a Judas, llamado Barsabá, y a Silas, miembros eminentes
entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta:
«Los
apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria
y Cilicia provenientes de la gentilidad. Habiéndonos enterado de que algunos de
aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando
vuestros ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos
con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al
nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que
os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de
carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de
uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos».
Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la
comunidad y entregaron la carta. Al leerla, se alegraron mucho por aquellas
palabras alentadoras.
Palabra de Dios
Salmo:
56,8-9.10-12
R/. Te daré
gracias ante los pueblos, Señor
Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar y a tocar:
despierta, gloria mía;
despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora. R/.
Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad, que es más grande que los
cielos;
por tu fidelidad, que alcanza las nubes.
Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (15,12-17):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Este es mí
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene
amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois
mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os
llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os
llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois
vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que
lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos
a otros».
Palabra del Señor
1. Jesús
insiste, una vez más, en el "mandamiento nuevo", que ya había dado el mismo Jesús en la Cena, justamente en el momento y sitio de la
Eucaristía.
Esta
insistencia, por otra parte, es la prueba más clara de la importancia central
que Jesús le concede a este asunto. Jesús no habló nunca de temas que han
cobrado una importancia enorme en la Iglesia: la obediencia al Papa y a los
obispos, la liturgia y la observancia de los rituales y ceremonias, la
ortodoxia en las creencias y doctrina teológicas, la honestidad en las buenas
costumbres.
Jesús no
mencionó nunca estas cosas. Y es evidente que todo eso es importante. Pero
raramente se dice y se insiste en que lo central y lo determinante, en la vida,
es que nos amemos.
El amor es el
centro de la vida cristiana y de la existencia en la fe.
2. Es
fácil, es incluso necesario, amar a quien nos quiere o simplemente a quien nos
cae bien y con quien sintonizamos espontáneamente. Lo duro, lo difícil, es amar
al "otro sin más". Es decir, querer al que me resulta indiferente y
no digamos si me es desagradable, insoportable. Por no hablar de los casos
límite en que se trata de amar al que me odia y me ha hecho mucho daño.
En estos
casos nos preguntamos:
- ¿Qué es
amar a los demás?
- ¿Puedo yo
querer al que sé que no me quiere?
- ¿Puedo
tener amor al que sé que me tiene odio y habla mal de mí o me desprecia?
Este es el
problema.
3. No
es fácil saber si esto tiene solución. Una solución que nos tranquilice en la
conciencia.
Por lo menos,
hay algunas cosas que, en cualquier caso, se deberían tener muy claras. Y
además nos pueden ayudar:
1) Nunca
odiar a nadie ni desearle mal a nadie. Y, menos aún, hacer daño de la manera
que sea. Eso, por lo menos.
2) Amar no es
necesariamente tener sentimientos de sintonía, simpatía, complacencia en la
otra persona y con la otra persona.
3) Amar es
respetar.
4) Amar es
tolerar, en los demás, cosas que a mí me desagradan.
5) Amar es
ser transparente, es decir, proceder siempre con claridad, sin ocultar cosas
que el otro debe saber.
6) Amar es
ayudar, si es que eso está a mi alcance, aunque la ayuda pueda ser costosa y
quizá desagradable.
7) Amar
es actuar de forma que el otro pueda estar seguro de que yo nunca le haré daño,
de la forma que sea.
En
definitiva, amar es ser buena persona siempre. Y comportarse como tal, sin
hacer daño jamás a nadie.
SAN PANCRACIO
San Pancracio
fue martirizado en Roma, probablemente durante la persecución de Diocleciano
(284-305). Su sepulcro se conserva en la vía Aurelia y sobre él se levanta una
iglesia edificada por el papa Símaco.
San Pancracio. Año 304.
El doce de mayo se celebra la fiesta de San Pancracio, un jovencito romano
de sólo 14 años, que fue martirizado por declarase creyente y partidario de
Nuestro Señor Jesucristo.
Dicen que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones
un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo
al niño: "Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres
que eres tan valiente como lo fue tu padre".
Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La
mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y
el jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de
Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión.
Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los
apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir
humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41).
Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del
padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada:
"Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre".
Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y
que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo
llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él.
Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos
kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes
premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios.
El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en
Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir
de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el
lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más
fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas
al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al
cristianismo.
Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por
que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en
el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a
pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena
voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el
hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su
sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos
siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso
ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su
vida por demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo.
San Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros
de perder su fe y sus buenas costumbres.
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