7 – DE MAYO
– DOMINGO –
5 - SEMANA DE
PASCUA – A
Beato Alberto de Bérgamo
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (6,1-7):
EN aquellos
días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron
contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus
viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron:
«No nos parece bien descuidar la palabra de
Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a
siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y
los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al
servicio de la palabra».
La propuesta les pareció bien a todos y
eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo; a Felipe, Prócoro,
Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron
a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios
iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso
muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Palabra de Dios
Salmo:32,1-2.4-5.18-19
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Aclamad, justos, al
Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R/.
La palabra del
Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor
están puestos en quien lo teme,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pedro (2,4-9):
Queridos hermanos:
Acercándoos al Señor, piedra viva rechazada
por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como
piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un
sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios
por medio de Jesucristo.
Por eso se dice en la Escritura:
«Mira, pongo en Sion una piedra angular,
elegida y preciosa; quien cree en ella no queda defraudado».
Para vosotros, pues, los creyentes, ella es
el honor, pero para los incrédulos «la piedra que desecharon los arquitectos es
ahora la piedra angular», y también «piedra de choque y roca de estrellarse»; y
ellos chocan al despreciar la palabra. A eso precisamente estaban expuestos.
Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación
santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os
llamó de las tinieblas a su luz maravillosa.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Juan (14,1-12):
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios
y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo
habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar.
Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y
os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde
yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos
saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie
va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi
Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me
conoces, Felipe?
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el
Padre en mí?
Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta
propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras.
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en
mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en
mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al
Padre».
Palabra del Señor
Iglesia naciente, sufriente, creyente.
Como indiqué el domingo pasado, las tres lecturas de los domingos de Pascua
nos hablan de los orígenes de la Iglesia, de las persecuciones de la Iglesia, y
de nuestra relación con Jesús.
Iglesia naciente
La primera lectura nos cuenta la institución de los diáconos y el aumento
progresivo de la comunidad, subrayando el hecho de que se uniesen a ella
incluso sacerdotes.
La comunidad de Jerusalén estaba formada por judíos de lengua hebrea y
judíos de lengua griega (probablemente originarios de países extranjeros, la
Diáspora). Los problemas lingüísticos, tan típicos de nuestra época, se daban
ya entonces. Los de lengua hebrea se consideraban superiores, los auténticos. Y
eso repercute en la atención a las viudas. Lucas, que en otros pasajes del
libro de los Hechos subraya tanto el amor mutuo y la igualdad, no puede ocultar
en este caso que, desde el principio, se dieron problemas en la comunidad
cristiana por motivos económicos.
Los diáconos son siete, número simbólico, de plenitud. Aunque parecen
elegidos para una misión puramente material, permitiendo a los apóstoles
dedicarse al apostolado y la oración, en realidad, los dos primeros, Esteban y
Felipe, desempeñaron también una intensa labor apostólica. Esteban será,
además, el primer mártir cristiano.
Dignidad de la Iglesia sufriente
La primera
carta de Pedro recuerda las numerosas persecuciones y dificultades que atravesó
la primitiva iglesia. Lo vimos el domingo pasado y lo veremos en los
siguientes. Pero este domingo, aunque se menciona a quienes rechazan a Jesús y
el evangelio, la fuerza recae en recordar a los cristianos difamados e
insultados la enorme dignidad que Dios les ha concedido.
Mientras
los judíos, después de la caída de Jerusalén (año 70), se encuentran sin templo
ni posibilidad de ofrecer sacrificios al Señor, los cristianos se convierten en
un nuevo templo, en nuevos sacerdotes que ofrecen víctimas a Dios por medio de
Jesucristo.
Al
final, recogiendo diversas alusiones del Antiguo Testamento, traza una imagen
espléndida de la comunidad cristiana: «Vosotros sois una raza elegida, un
sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para
proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su
luz maravillosa».
En
nuestra época, cuando la Iglesia parece cada vez menos importante y se ve
atacada y condenada en numerosos ambientes, estas palabras de la carta nos
pueden servir de ánimo y consuelo.
Iglesia creyente
El
evangelio nos sitúa en la última cena, cuando Jesús se despide de sus
discípulos. En el pasaje seleccionado podemos distinguir tres partes: el hotel,
el camino hacia él, los huéspedes.
El hotel
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En
la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que
voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré
conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya
sabéis el camino.»
En la primera parte,
Jesús sabe el miedo que puede embargar a los discípulos cuando él desaparezca y
queden solos. Y los anima a no temblar, insistiéndoles en que volverán a
encontrarse y estarán definitivamente juntos en el gran hotel de Dios, repleto
de estancias. Como diría san Pablo, hablando de lo que ocurrirá después de la
muerte: «Y así estaremos siempre con el Señor». Esta primera parte, válida
para todos los tiempos, adquiere especial significado en esto meses en los que
la epidemia del coronavirus ha causado tantas muertes y miles de personas no
han podido ni siquiera despedirse de sus seres queridos. No están solos. Están
con el Señor.
El
camino.
Tomás le dice:
-«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.
Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo
habéis visto.»
La
objeción lógica de Tomás, realista como siempre, le permite a Jesús ofrecer una
de las mejores definiciones de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la
vida.» ¿Cómo hablar de Jesús a quienes no lo conocen o lo conocen poco? La
mejor fórmula no es la del Concilio de Calcedonia: «Dios de Dios, luz de
luz…». Es preferible esta otra: camino, verdad y vida.
Sugiere
que para llegar a Dios hay muchos caminos, pero para llegar a Dios como Padre
el único camino es Jesús. El musulmán alaba a Dios como Fuerte
(Alla hu akbar). El cristiano lo considera Padre.
Jesús
es también la verdad en medio de las dudas y frente al
escepticismo que mostrará más tarde Pilato. La pregunta correcta no
es: «¿Qué es la verdad?», sino «¿Quién es la verdad?». La verdad no es un
concepto ni un sistema filosófico, se encarna en la persona de
Jesús.
Jesús es también la vida que
todos anhelamos, la vida eterna, que empieza ya en este mundo y que
consiste «en que te conozcan a ti, único dios verdadero, y a quien
enviaste, Jesucristo».
Los
huéspedes
Felipe le dice:
-«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica:
-«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"?
¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo
hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus
obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las
obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago,
y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»
Una nueva
interrupción, esta vez de Felipe, desemboca en el pasaje más difícil y
desconcertante. Ahora no hace falta recorrer ningún camino para llegar al
Padre. Para verlo, basta con mirar a Jesús. Estas palabras, que a oídos de los
judíos sonarían como pura blasfemia, nos invitan a creer en Jesús como se cree
en Dios; a creer que, quien lo ve a él, ve al Padre; quien lo conoce a él,
conoce al Padre; que él está en el Padre y el Padre en él. Y al final, el mayor
desafío: creer que nosotros, si creemos en Jesús, haremos obras más grandes que
las que él hizo. Parece imposible. El padre del niño epiléptico habría
dicho: «Creo, Señor, pero me falta mucho. Compensa tú a lo que en mí hay
de incrédulo».
La
Iglesia debatirá durante siglos la relación entre Jesús y el Padre, y no
llegará a una formulación definitiva hasta casi cuatrocientos años más tarde,
en el concilio de Calcedonia (año 452). El evangelio de Juan anticipa la fe que
hemos heredado y confesamos.
Beato Alberto de
Bérgamo
Terciario Dominico
Martirologio Romano: En Cremona, de Lombardía,
beato Alberto de Bérgamo, labrador, el cual, después de soportar con paciencia
las reprensiones que su mujer le hacía por su gran generosidad hacia los
pobres, abandonó sus tierras y vivió como hermano de penitencia de santo Domingo
(† 1279).
Etimológicamente: Alberto = Aquel que brilla
por su nobleza, es de origen germánico.
Breve Biografía
Alberto pertenecía la
Tercera Orden Dominica y, por eso, vivió como lego, a pesar de ser casado y
estar dedicado a la vida de trabajo en el campo.
Dueño de una sensible
generosidad, pasó su vida ayudando a los necesitados, distribuyendo alimentos y
dinero.
Además,
hizo numerosas peregrinaciones, sobre todo a Santiago de Compostela, prestando
sus servicios a otros peregrinos a todo lo largo del camino, que era recorrido
a pie.
También
visitó Roma y Tierra Santa.
Murió
en Cremona, en Italia.
Después
de su muerte, le fueron atribuidos muchos milagros, siendo su generosidad,
marca distintiva de su personalidad, famosa hasta nuestros días.
El
Papa Benedicto XIV confirmó su culto el 9 de mayo de 1748.
La
comunidad dominica lo recuerda el 7 de mayo.
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