4 – DE MAYO
– JUEVES –
4 - SEMANA DE
PASCUA – A
San José María Rubio
Peralta
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (13,13-25):
PABLO y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos y llegaron a Perge de
Panfilia. Juan los dejo y se volvió a Jerusalén; ellos, en cambio, continuaron
y desde Perge llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la
sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la Ley y de los Profetas, los
jefes de la sinagoga les mandaron a unos que les dijeran:
«Hermanos, si tenéis una palabra de exhortación para el pueblo, hablad».
Pablo se puso en pie y, haciendo seña con la mano de que se callaran, dijo:
«Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo,
Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como
forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso; unos cuarenta años
“los cuidó en el desierto”, “aniquiló siete naciones en la tierra de Canaán y
les dio en herencia” su territorio; todo ello en el espacio de unos
cuatrocientos cincuenta años. Luego les dio jueces hasta el profeta Samuel.
Después pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de
Benjamín, durante cuarenta años. Lo depuso y les suscitó como rey a David, en
favor del cual dio testimonio, diciendo:
“Encontré a David”, hijo de Jesé, “hombre conforme a mi corazón, que
cumplirá todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel:
Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que
llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía:
“Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no
merezco desatarle las sandalias de los pies”».
Palabra de Dios
Salmo: 88,2-3.21-22.25.27
R/. Cantaré eternamente tus misericordias,
Señor
Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad
por todas las edades.
Porque dijiste: «La
misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has
afianzado tu fidelidad. R/.
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con
óleo sagrado;
para que mi mano esté
siempre con él
y mi brazo lo haga
valeroso. R/.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá
su poder.
Él me invocará: «Tú
eres mi padre,
mi Dios, mi Roca
salvadora». R/.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (13,16-20):
CUANDO Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el
enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros
si lo ponéis en práctica.
No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene
que cumplirse la Escritura:
“El que compartía mi pan me ha traicionado”.
Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo
soy.
En verdad, en verdad os digo:
el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí
recibe al que me ha enviado».
Palabra del Señor
1. Si Dios no fuera "trascendente", no sería Dios. Por eso, Dios no es ni "el Infinito". Porque "lo Infinito" es lo humano sin fin. Pero sigue siendo lo inmanente sin medida. Eso no sería Dios. Precisando el tema: Dios es, por definición, el Trascendente. Esto quiere decir que Dios no está al alcance de la mente humana. Lo único que, tratándose de Dios, podemos hacer los mortales es "representarnos" a Dios. En otras palabras, Dios es una "proyección" de nuestros anhelos y deseos en cuanto se refiere a todo cuanto nos trasciende.
Los humanos palpamos nuestras limitaciones. Y queremos superarlas. Por eso,
sentimos la necesidad de Dios, buscamos a Dios, creemos en Dios.
2. Si este asunto se piensa despacio y se analiza a fondo, sabemos que ha habido dos grandes religiones que han comprendido el enorme problema que representa el "Trascendente". Se trata del Budismo y el Cristianismo. Pero lo que ha ocurrido es que el Budismo ha sido consecuente con la trascendencia de Dios. Y por eso los budistas dicen: Dios no está a nuestro alcance, pues entonces no hablemos de Dios. Sin embargo, la teología cristiana ha comprendido el problema de la trascendencia, pero, no obstante, los teólogos cristianos hablan de Dios, de cómo es Dios, de lo que quiere o no quiere Dios, etc. Lo cual se presta a que, con frecuencia, hablemos, no de Dios, sino de nuestras representaciones de Dios.
Ni podemos decir lo que Dios manda o prohíbe, sino lo que mandan y prohíben
los que tienen autoridad religiosa.
Por eso la autoridad religiosa puede convertirse en un "peligro de alta tensión". Te sometes totalmente, y quedas "religiosocutado".
3. Es verdad que el cristianismo ha encontrado la solución, a este problema, en Jesús, como "imagen" de Dios, como "encarnación" de Dios... Por eso Jesús afirma: "el que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado".
Recibir a un ser humano es recibir a Jesús. Y recibir a Jesús es recibir a Dios. Por tanto, Dios está presente en todo ser humano. Y nuestra relación con Dios es, en realidad, la relación que tengamos y mantengamos con el ser humano, sea el que sea.
San José María Rubio
Peralta
José María Rubio y Peralta nació en
Dalías (Almería) el día 22 de julio de 1864, el mayor de doce hermanos del
matrimonio compuesto por don Francisco y doña Mercedes, campesinos. De él dijo
su abuelo materno, don Eugenio: “Yo me moriré, pero el que viva verá que este
niño será un hombre importante y que valdrá mucho para Dios”. En su pueblo
natal acudió a la escuela y después de las clases le gustaba leer las vidas de
santos. Con diez años un canónigo, José María, tío suyo, le hizo estudiar en un
Instituto de Bachillerato en la capital, pero, viendo que tenía vocación
sacerdotal, lo envió al seminario diocesano de Almería. En 1879 se trasladó al
seminario de San Cecilio en Granada, donde terminó los estudios filosóficos,
los cuatro de teología y dos de derecho canónico, siendo alumno aventajado de
otro canónigo, don Joaquín Torres, quien al pasar a Madrid, se llevó consigo a
José María. En 1887 lo inscribió en el Seminario diocesano de la Inmaculada y
de San Dámaso, de Madrid, que entonces estaba en la calle de La Pasa, y el 24
de septiembre de este mismo año fue ordenado sacerdote incardinado en esta
diócesis. Celebró su primera Misa el 8 de octubre siguiente en la entonces
catedral de San Isidro, en la capilla de la Virgen del Buen Consejo.
El 1 de noviembre de 1887 fue nombrado
coadjutor de la parroquia de Chinchón (Madrid), donde en tan solo nueve meses
ya empezó a tener fama de santo, mientras continuaba con dos cursos
facultativos de Teología en el Seminario para obtener en 1888 la Licenciatura
en Teología en Toledo. También allí obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico
en 1897. Antes del amanecer ya estaba en la Iglesia orando y dedicaba largas
horas a la catequesis de niños. Impresionaba a todos por su austeridad y
pobreza y por su caridad con los más pobres.
El 24 de septiembre de 1889 fue
trasladado de administrador parroquial a Estremera (Madrid) caracterizándose en
su apostolado parroquial por compaginar su vida de oración con la atención a
los pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Se dejó convencer para
presentarse a unas oposiciones de canónigo en Madrid, que perdió, y a
consecuencia de eso fue nombrado profesor de Latín, Filosofía y Teología
pastoral en el Seminario madrileño y por ello tuvo que trasladarse a la capital
de España.
Fue nombrado notario del obispado y más
tarde encargado del registro. Se le designó también capellán de las religiosas
Bernardas y como tal permaneció durante trece años; este cargo le facilitaba
entregarse a un intenso apostolado que sería la característica principal de
toda su vida: atendía a muchísimas personas en el sacramento de la penitencia
como excelente confesor, daba catequesis a niñas pobres, en las “escuelas
dominicales”, se dedicaba a los “traperos”, “parados” y a los llamados “golfos”
y a la vez dirigía continuamente tandas de ejercicios espirituales. Pasaba
muchas noches en oración. Quienes le veían celebrar la Misa decían: “Parece que
habla con alguien”. En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron
para siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y las
tumbas de Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el Calvario.
Siendo sacerdote diocesano secular, tenía
una gran admiración por la Compañía de Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de
afición”. Toda su vida se centraba en “cumplir la voluntad de Dios”. Y el 11 de
octubre de 1906 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Granada. Hizo
sus primeros votos el 12 de octubre de 1908 y permaneció otro año en Granada
para profundizar en sus estudios teológicos mientras a la vez predicaba
misiones populares y daba tandas de ejercicios espirituales. Seguidamente
trabajó en obras apostólicas en la residencia jesuítica de Sevilla, dirigiendo
la Congregación mariana de jóvenes, la Comunión reparadora de los militares, el
Apostolado de la Oración, las Conferencias de San Vicente de Paúl y una escuela
vespertina para obreros. Atendía también el confesionario de la iglesia y la
predicación a los miembros de la Adoración nocturna. Era exigente pero siempre
con dulzura. “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de
vinagre”, decía con gracia. En septiembre de ese año se trasladó a Manresa
(Barcelona) para su “tercer año de probación” desde donde fue destinado a
Madrid y aquí, el 2 de febrero de 1917 emitió sus votos perpetuos.
Desde entonces Madrid fue el campo de su
intenso apostolado. Vivía en la residencia jesuítica de la calle de La Flor y
era buscado y requerido por todo el mundo. Con sotana y roquete, la cabeza
ligeramente inclinada, destellaba tal bondad que atraída sobrenaturalmente.
Aunque no hablaba retóricamente como otros oradores, sin embargo, sus sermones
atraían a la gente y convencía porque vivía lo que predicaba. Repetía como
lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Organizó, predicó y
atendió personalmente a distintas misiones populares en pueblos pequeños de
Madrid. Vivió una temporada de escrúpulos, pero eso no le impidió dedicarse a
promover obras de apostolado que hicieran bien a cuanta más gente pudiera, por
eso su fama de santidad era extraordinaria en todo el Madrid de su tiempo.
Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e incluso fue sometido a un
registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso. Cuando los
superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de tan buena forma
diciendo: “No busco más que cumplir la santísima voluntad de Dios”. Cuando le
removieron de su cargo de director de las Marías de los Sagrarios y de un
Boletín del Sagrado Corazón, manifestó: “Debo ser tonto. No me cuesta
obedecer”.
Mientras tanto, había que permanecer más
de tres horas en la fila para confesarse con él. Atendía a todos por igual y
por orden, lo mismo a marquesas que a pobres. Gozaba de dones místicos e
incluso de gracias especiales sobrenaturales, como el don de profecía y de
videncia. Comprobaron estar a la vez y a la misma hora en el confesionario y
visitando a un enfermo.
Escuchaba íntimamente llamadas de socorro
a distancia y hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo
incrédulo. Un día de carnaval, un grupo de comparsa le había preparado una
trampa, llamándolo a una casa de citas para administrar los últimos sacramentos
a un enfermo. Uno de ellos, en la cama se hacía pasar por moribundo para que se
rieran los demás y dar ocasión de fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión
“ridícula”. Al entrar él en el prostíbulo con intención de atender al enfermo,
descubrió que estaba realmente muerto. Fue tal la impresión que dos de aquel
grupo se hicieron religiosos poco después.
La Ventilla. Ejerció su ministerio
pastoral con una dimensión social en los suburbios más pobres de Madrid,
singularmente en el de La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios
encendían a la clase obrera. Fundó escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue
formador de muchos cristianos que morirían mártires durante la persecución
religiosa en España.
Su testamento, en una charla a las
“Marías de los Sagrarios”, fue el de exhortar a realizar una “liga secreta” de
personas que vivieran la perfección en medio del mundo, promoviendo así una
forma de consagración que más tarde se concretaría en los institutos seculares.
Presintió su propia muerte y hasta llegó a despedirse de sus amigos. A finales
de abril de 1929, viéndolo debilitado por su intenso trabajo y por su dolorosa
enfermedad, los superiores lo transfirieron al noviciado de Aranjuez para que
reposara. Allí, después de haber roto por humildad sus apuntes espirituales,
decía:
“Señor, si quieres llevarme ahora, estoy
preparado”. “Abandono, abandono”.
A los tres días después de su llegada,
el 2 de mayo de 1929, en una butaca dijo:
“Ahora me voy” y expiró por una angina
de pecho. En todo Madrid no se hablaba de otra cosa: “¡Ha muerto un santo!”.
Miles de personas asistieron a su funeral y entierro. Sus restos fueron
inhumados en el cementerio del mismo noviciado, pero en 1953 fueron trasladados
a la nueva Casa Profesa de Madrid.
Fue beatificado en Roma por el Papa Juan
Pablo II el 6 de octubre de 1985, sus reliquias están en una Casa de la
Compañía, en el claustro junto a la iglesia parroquial del Sagrado Corazón y
San Francisco de Borja, Maldonado, nº 1, y su memoria litúrgica se viene
celebrando el 4 de mayo.
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