10 – DE
MAYO – MIERCOLES –
5 - SEMANA DE
PASCUA – A
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (15,1-6):
EN aquellos días, unos que bajaron de
Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme
al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta
discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de
entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros
sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo
necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los
gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a
Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros;
ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos.
Pero algunos de la secta de los
fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron, diciendo:
«Es necesario circuncidarlos y
ordenarles que guarden la ley de Moisés».
Los apóstoles y los presbíteros se
reunieron a examinar el asunto.
Palabra de Dios
Salmo: 121,1-2.4-5
R/. Vamos alegres a la casa del Señor
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Juan (15,1-8):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es
el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que
da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la
palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por
sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;
el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no
podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento,
y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que
deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Palabra del Señor
1. Los "frutos" son
el resultado de lo que da de sí la vida. Y son enteramente necesarios para mantener
la vida. Por eso existe una conexión directa entre "fruto" y
"vida". De tal manera que, como explica Jesús en el sermón del monte,
por el fruto se ve la autenticidad del árbol o de la planta (Mt 7, 16 par; Lc 6,
44; Mt 7,17...), lo que es acentuado por el mismo Jesús, en Mt 7, 21 ss.
La calidad de cada persona se ve por los
resultados que da su vida. Hay gente que se pasa la vida consumiendo los frutos
que otros producen. Como hay personas que rinden más de lo que uno se
puede imaginar.
2. Lo que dice Jesús sobre la
vid y los sarmientos, con el fruto que se ha de esperar, se suele
aplicar a la vida espiritual y a la religiosidad. Pero no se piensa en la
"productividad" en el trabajo, en la vida en general.
Es conocido el tema de Max Weber cuando explica cómo la
propia profesión se debe vivir como la vocación a la que Dios llama a cada
cual. Está fuera de duda que los países del Norte de Europa, de matriz
protestante, han fomentado una religiosidad que les ha llevado a entender la propia
profesión como la vocación, mientras que los países del Sur de Europa, más
condicionados por la tradición católica, han derivado la religiosidad hacia las
prácticas de piedad y ritos sacramentales.
El resultado ha sido el contraste entre la
riqueza de los países del Norte y la pobreza de los países del Sur. Las
consecuencias que estamos palpando en la actual crisis económica están a la
vista de todos.
3. Sin duda alguna, tenemos que
repensar cómo y hasta qué punto nuestra fe cristiana influye en nuestra
productividad, en los frutos que damos, para que este mundo sea más habitable y
en él haya menos sufrimiento. La responsabilidad laboral, profesional,
ciudadana, hasta en la honradez de nuestra ética económica y financiera, todo
eso, entra -tendría que entrar- de lleno en la meditación de la vid y los
sarmientos.
SAN JUAN DE AVILA
SAN JUAN DE ÁVILA
(1499-1569)
Presbítero y doctor de la Iglesia
Patrono del Clero Secular de España
Nace en
Almodóvar del Campo (Ciudad Real) hacia 1499 y muere en Montilla (Córdoba) el
10 de mayo de 1569. Desarrolló su actividad apostólica especialmente en el sur
de España, por lo cual se le llama el Apóstol de Andalucía, promoviendo un
profundo espíritu de renovación en la Iglesia en España.
No solo en vida, sino también después de
su muerte, a través de sus cartas, pláticas, sermones y escritos, llenos de
unción evangélica, influyó poderosamente en la historia de la espiritualidad
española y universal.
En vísperas del Concilio de Trento, dirigió
recomendaciones preciosas a diversos obispos sobre la reforma de la Iglesia..
En su retiro de Montilla oró y se entregó incansablemente a la escritura. Fue
canonizado por Se anticipó a las decisiones tridentinas, fundando colegios para
el clero (los futuros seminarios instituidos por Trento). San Ignacio de
Loyola, san Francisco de Borja y santa Teresa de Jesús le consultaban y
apreciabanPablo VI el 31 de mayo de 1970. Pío XII lo nombró patrono del clero
secular español el 2 de julio de 1946.
JUAN DE
ÁVILA nació el día de la Epifanía, 6 de enero,
en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, entonces diócesis de Toledo), hijo único
de unos padres muy cristianos y en muy buena posición económica y social. A los
14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la Universidad de Salamanca, pero
abandonó estos estudios al concluir el cuarto curso, decidió regresar al
domicilio familiar para dedicarse a reflexionar y orar.
Con el propósito de hacerse sacerdote y marchar después como misionero a las
Indias, en 1520 realizó estudios de Artes y Teología en la prestigiosa
Universidad de Alcalá. Recibida la ordenación de presbítero en 1529, celebró la
primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo. Como ya habían muerto sus
padres, para festejar el acontecimiento invitó a su mesa a doce pobres y
decidió vender su cuantiosa fortuna procedente de las minas de plata que poseía
la familia y darlo todo a los más necesitados. A continuación, marchó a Sevilla
para esperar el momento de embarcar hacia Nueva España (México).
Mientras tanto se dedicó a la predicación en la ciudad y en las localidades
cercanas. Allí se encontró con el sacerdote amigo Fernando de Contreras, mayor
que él y prestigioso catequista, a quien había conocido cuando éste se
doctoraba en Alcalá. Entusiasmadamente por el modo de predicar del joven
sacerdote Ávila, consiguió que el Arzobispo hispalense le hiciera desistir de
su idea de ir a América para quedarse en Andalucía, donde urgía consolidar la
fe de los creyentes después de siglos de dominación musulmana. Juan de Ávila
permaneció en Sevilla, compartiendo casa, pobreza y vida de oración con
Fernando de Contreras y, a la vez que se dedicaba asiduamente a la predicación
y a la dirección espiritual de personas, continuó estudios de Teología en el
Colegio Santo Tomás de Sevilla.
Pero sus éxitos apostólicos se vieron pronto nublados por una denuncia a la
Inquisición, acusado de haber sostenido algunas doctrinas sospechosas. Mientras
tuvo lugar el proceso, entre 1531 y 1533 quedó recluido en la cárcel. Allí se dedicó
asiduamente a la oración, y durante esta dura situación recibió la gracia de
penetrar con singular profundidad en el misterio del amor de Dios y el gran
“beneficio” hecho a la humanidad por Jesuscristo nuestro Redentor. En adelante
será éste el eje de su vida espiritual y uno de los temas centrales de su
actividad evangelizadora. En la cárcel escribió la primera versión de su obra
más conocida, el tratado de vida espiritual (Audi, filta), dedicado a doña
Sancha Carrillo, una distinguida joven a quien seguía orientando
espiritualmente después de su clamorosa conversión.
Emitida la sentencia absolutoria en 1533, continuó predicando con notable
éxito ante el pueblo de y las autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba,
diócesis en la que quedó incardinado, y donde conoció a su discípulo, amigo y
primer biógrafo, el dominico Fray Luis de Granada. Poco después, en 1536, fijó
su residencia en Granada, donde también continuó estudios y comienza a figurar
con el título de Maestro.
Viviendo muy pobremente y dedicándose a la oración y a la predicación, fue
centrando su interés en mejorar la formación de quienes se preparaban para el
sacerdocio, para lo que fundó Colegios mayores y menores, que después de
Trento, habrían de convertirse en seminarios conciliares. Para el Maestro de
Ávila, la reforma de Iglesia, que cada vez consideraba más necesaria, pasaba
por la mayor santidad de clérigos, religiosos y fieles.
Sonadas conversiones como las del Marqués de Llombat, que llegó a ser san
Francisco de Borja, o la de Juan Cidad -san Juan de Dios- y, sobre todo, su
dedicación a la gente sencilla junto con la fundación de los niños y jóvenes,
jalonan la vida del Maestro de Ávila. Fundó incluso una Universidad, la de
Baeza (Jaén), que durante siglos fue un destacado referente para la cualificada
formación de los sacerdotes.
Después de recorres Andalucía y parte de Extremadura orando y predicando, ya
enfermo, en 1554 se retiró definitivamente a Montilla (Córdoba), donde ejerció
su apostolado a través de abundante correspondencia y perfiló algunas de sus
obras. Además de un catecismo o Doctrina cristiana en verso para que lo
cantaran los niños y evangelizaran así a los mayores, el Maestro de Ávila es
autor del conocido Tratado del amor de Dios, del Tratado sobre el sacerdocio y
de otros escritos menores.
Aquejado de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos y
acompañado de sus discípulos y amigos, el Maestro de Ávila entregó su alma al
Señor en su humilde casa de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569. Santa
Teresa de Jesús, al enterarse de la noticia, no dudó en exclamar: lloro porque
pierde la Iglesia de Dios una gran columna.
En 1623 se instruyó en la archidiócesis de Toledo su Causa de canonización.
El papa Benedicto XIV aprobó y elogió su doctrina y escritos en 1742. El 4 de
abril de 1894 León XIII lo beatificó. En 1946 fue nombrado patrono del clero
secular de España por Pío XII y Pablo VI lo canonizó el 31 de mayo de 1970. Fue
proclamado Doctor de la Iglesia el 7 de octubre de 2012, junto a Santa Hildegarda
de Bilden, por el papa Benedicto XVI.
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