14 – DE
MAYO – DOMINGO –
6 - SEMANA DE
PASCUA – A
SAN MATIAS
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,5-8.14-17):
En
aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. El
gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían
oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando
los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había
recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta
allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no
había bajado sobre ninguno; estaban solo bautizados en el nombre del Señor
Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Palabra de Dios
Salmo 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20
R/. Aclamad
al Señor, tierra entera
Aclamad
al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su
nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué
temibles son tus obras!». R/.
Que
se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de
Dios,
sus temibles proezas en
favor de los hombres. R/.
Transformó
el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos en él.
Con su poder gobierna
eternamente. R/.
Los
que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho
conmigo.
Bendito sea Dios, que no
rechazó mi súplica
ni me retiró su
favor. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,1.15-18):
Queridos
hermanos:
Glorificad
a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar
explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con
delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os
calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en
Cristo.
Pues
es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el
mal.
Porque
también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el
justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne, pero vivificado
en el Espíritu.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21):
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si
me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro
Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no
puede recibirlo, por qué no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo
conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros.
No
os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá,
pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis
que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis
mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre,
y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor
Alegría, esperanza,
amor
Las lecturas continúan las tres
situaciones de la iglesia que comenté el domingo pasado.
Iglesia naciente: modelo de una nueva
comunidad (Hechos de los apóstoles)
En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a
Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían
oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria
había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron
hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún
no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor
Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Tras
la institución de los diáconos, Lucas cuenta la actividad de uno de ellos,
Felipe, en la fundación de la comunidad de Samaria. Esto le sirve para indicar
las características que debería tener cualquier nueva comunidad.
1)
No debe excluir a nadie. Felipe se dirige a Samaria, la región más despreciada
y odiada por un judío.
2)
Felipe predica a Cristo. Los misioneros no proponen una filosofía moral ni una
ética; su intención primordial no es reformar las costumbres sino dar a conocer
a Jesús.
3)
La palabra va acompañada de la acción. Lucas la concreta en signos y prodigios
semejantes a los que realizaron Jesús y los apóstoles: curación de todo tipo de
enfermos.
4)
El fruto de esta actividad es que «la ciudad se llenó de alegría». El
evangelio no es un mensaje triste.
5)
Sólo falta algo que el diácono Felipe no puede dar: el Espíritu Santo. Eso lo
concede la oración de los apóstoles Pedro y Juan, que simbolizan al mismo
tiempo con su presencia la unión entre la nueva comunidad y la iglesia madre de
Jerusalén.
Iglesia sufriente: calumnias y esperanza
(1 de Pedro)
Queridos hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad
siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la
pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en
aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran
vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal
es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo
murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para
conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu,
fue devuelto a la vida.
La
carta de Pedro menciona el tema de las calumnias que sufrían los primeros
cristianos. Recuerdo dos de ellas, tomadas de textos de Tertuliano y Minucio
Félix.
Se decía que
cuando uno iba a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, se
tomaba a un niño muy pequeño, se lo recubría por completo de harina y se lo
colocaba sobre una mesa. Cuando el neófito entraba en la sala, le ordenaban
golpear con fuerza aquella masa. Él lo hacía, pensando que no se trataba de
nada grave. Y golpeaba una y otra vez hasta matar al niño. Entonces, todos se
lanzaban sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirse sus miembros,
sellando de ese modo la alianza con Dios.
Otra
acusación era la del incesto. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días
de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas,
madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un
candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido
abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro tirándole trozos de carne
a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se
apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre
hermanos y hermanas.
En este
contexto, la carta de Pedro recomienda:
1) Saber dar
razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto. Es decir, saber explicar
qué creemos y esperamos, pero sin usar condenas y descalificaciones.
2) Es mejor
padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal.
Esta
conducta, humanamente tan difícil, sólo se puede conseguir recordando el
ejemplo de Jesús que, siendo inocente, murió por los culpables. E igual que él
resucitó, también nosotros recibiremos el premio de nuestra paciencia.
Iglesia creyente: una advertencia y dos
promesas (Juan 14,15-21)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.
Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con
vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo
ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y
está con vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero
vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo
estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis
mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo
también lo amaré y me revelaré a él.»
Imaginemos
la escena. Jesús está a punto de morir (en el lenguaje del cuarto evangelio, de
“volver al Padre”). Es lógico que los discípulos se sientan abandonados. Jesús
los anima con una advertencia y dos promesas.
1) La advertencia. Este
breve fragmento comienza y termina con palabras muy parecidas: «Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos.» «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése
me ama». Como dice el refrán: «Obras son amores, y no buenas razones». La
relación entre el amor y la observancia de los mandamientos es muy antigua en
Israel: se remonta al Deuteronomio, donde amar a Dios con todo el corazón, con
toda el alma, con todo el ser, se concreta en la observancia de sus leyes,
mandatos y decretos. En el caso de Jesús hay una gran diferencia, sus
mandamientos se resumen en uno solo: «Esto os mando: que os améis los unos a
los otros como yo os he amado».
2) Primera promesa. Nos prepara
para la próxima fiesta de Pentecostés: «Yo le pediré al Padre que os dé otro
defensor, que esté siempre con vosotros». El término
griego “paráclito” se suele traducir también como “valedor”, “consolador”,
“intercesor”. En este caso subraya Jesús la relación del Espíritu con la
Verdad. Idea que el evangelio aclara poco después: «El Valedor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije» (Jn 14,26); y «él dará
testimonio de mí» (Jn 15,26). El Espíritu nos ayudará a conocer el mensaje y la
persona de Jesús.
Resulta
extraño que, después de decir que pedirá al Padre que les dé un defensor, Jesús
añada que ese Espíritu «vive con vosotros y está con
vosotros». Parece contradictorio pedir al Padre que nos dé algo que ya
vive en nosotros. La solución se encuentra en los dos momentos recogidos por el
discurso: el de Jesús, que mira al futuro y pide al Padre que nos dé un defensor;
y el nuestro, que ya hemos recibido el Espíritu y vive en nosotros.
3) Segunda promesa. La vuelta de Jesús. «No os dejaré huérfanos, volveré.» ¿Cuándo
volverá? Las opiniones se dividen: a) Jesús habla de su vuelta al fin de los
tiempos, como lo sugiere la fórmula “en aquel día” (que la liturgia traduce por
“entonces”; b) Jesús habla de su vuelta como resucitado, en las apariciones y
en la vida actual de la Iglesia.
En cualquier
hipótesis, esa vuelta nos servirá para advertir la unión plena de Jesús con el
Padre y nosotros con él: «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y
vosotros conmigo y yo con vosotros.»
Reflexión final
A menudo podemos sentirnos, como los discípulos en la última cena,
angustiados y desconcertados. Más aún, Jesús no está a punto de irse, sino que
se ha ido, no lo vemos ni encontramos fácilmente. Necesitamos alguien cercano,
que nos consuele y anime, que nos asegure que no estamos solos, que Jesús y el
Padre están con nosotros. Y la mejor forma de experimentar todo esto es amar a
los demás como nos amó Jesús.
SAN MATIAS
Fue elegido
por los apóstoles para ocupar el puesto de Judas, como testigo de la
resurrección del Señor. Así lo atestiguan los Hechos de los apóstoles (Hch 1,15-26).
San Matías es el apóstol póstumo de
Jesús, que se incorpora al grupo después de la Ascensión del Señor. De varios
apóstoles apenas sabemos más que el nombre. De Matías sólo sabemos su nombre y
su elección. Es el único apóstol no elegido por Jesús. San Matías el sustituto,
podíamos decir.
Después de la Ascensión de Jesús a los
cielos, los apóstoles, dóciles a su mandato, descendieron del monte Olivete y
se encerraron en el cenáculo. Jesús les había dicho que no se alejaran de
Jerusalén y que esperaran allí la venida del Espíritu Santo. Con los apóstoles
esperaban también algunas mujeres, y María la madre de Jesús.
Estaban encerrados. Orar era la única
actividad. Orar y esperar. No tenían fuerzas para más, hasta que les llegara el
aliento de lo alto. Sólo una iniciativa se tomó. Jesús había elegido doce
apóstoles y les había dicho que, a su regreso glorioso, los doce se sentarían
sobre doce tronos para regir las doce tribus de Israel. Y ahora faltaba un
hombre para un trono. Judas Iscariote había apostatado. Había que buscarle un
sustituto.
El número doce tenía un alto significado
místico en la Biblia. Doce como las doce fuentes de Elim. Como los doce panes
de la proposición. Como las doce puertas de la Jerusalén celestial. Como los
doce hijos de Jacob. Como los doce cimientos de la muralla de Jerusalén. Como
las doce piedras preciosas del pectoral sacerdotal: una sardónica, un topacio y
una esmeralda. Un rubí, un zafiro y un diamante. Un ópalo, un ágata y una
amatista. Un crisólito, un ónice y un jaspe. Doce, número sagrado en Israel.
Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen
la primera alocución pontificia del primer Papa. Pedro se levantó y dijo:
"Hermanos míos, era preciso que se cumpliese lo que el Espíritu Santo
profetizó en la Escritura por boca de David acerca de Judas, el que guió a los
que prendieron a Jesús... En el libro de los Salmos está escrito: Que su
campamento quede desierto y no haya nadie que lo habite. Y también: Que otro
ocupe su cargo".
Luego continuó: "Hermanos, es
preciso que entre los que están en nuestra compañía desde el principio, es
decir, desde el bautismo de Juan hasta el día en que el Señor Jesús nos dejó
para subir a los cielos, escojamos uno para que sea testigo de su
resurrección".
Puestas estas condiciones, entre las 120
personas que allí se encontraban, dos hombres parecían cumplirlas
perfectamente. Y fueron presentados los dos: José, apellidado Barsabá, por
sobrenombre Justo, y Matías.
Había que encomendar la elección a Dios.
Y como se trataba de dos cosas buenas, siguiendo una costumbre de Israel,
recurrieron a la suerte también. Y rezaron así: "Señor, Tú que conoces los
corazones de los hombres, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para
ocupar en el ministerio del apostolado el puesto dejado por Judas para irse a
su lugar. Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías y fue uno
de los Doce".
Nada más dicen los Hechos de Matías.
Matías fue fiel a la elección. Algunos escritores antiguos nos lo presentan
predicando en Jerusalén, en Judea, en las orillas del Nilo y en Etiopía, hasta
sellar sus palabras con su sangre.
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