DOMINGO
- 31 DE MAYO -
Fiesta
de la Santísima Trinidad. Ciclo B
El
año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando
cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos
siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando
sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el
domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de
la Trinidad. Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa
Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con
la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la
divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Cambiando el orden de
las lecturas subrayo la relación especial de cada una de ellas con
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios
Padre (Deuteronomio 4, 32-34. 39-40)
Moisés
habló al pueblo, diciendo
-
«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido,
desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo
jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como
ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído,
como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y
haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una
nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y
guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como
todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante
vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el
Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en
la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te
prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y
prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para
siempre.»
Como
es lógico, un texto del Deuteronomio, escrito varios siglos antes de
Jesús, no puede hablar de la Trinidad, se limita a hablar de Dios.
Su autor pretende inculcar en los israelitas tres actitudes:
1)
admiración ante lo que el Señor ha hecho por ellos, revelándose en
el Sinaí y liberándolos previamente de la esclavitud egipcia;
2)
reconocimiento de que Yahvé es el único Dios, no hay otro; cosa que
parece normal en un mundo como el nuestro, con tres grandes
religiones monoteístas, pero que suponía una gran novedad en aquel
tiempo;
3)
fidelidad a sus preceptos, que no son una carga insoportable, sino el
único modo de conseguir la felicidad.
Dios
Hijo (Mateo 28, 16-20)
En
aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que
Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero
algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
̶
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo.»
El
texto del evangelio, el más claro de todo el Nuevo Testamento en la
formulación de la Trinidad, pero al mismo tiempo pone de especial
relieve la importancia de Jesús.
A
lo largo de su evangelio, Mateo ha presentado a Jesús como el nuevo
Moisés, muy superior a él. El contraste más fuerte se advierte
comparando el final de Moisés y el de Jesús. Moisés muere solo, en
lo alto del monte, y el autor del Deuteronomio entona su elogio
fúnebre: no ha habido otro profeta como Moisés, «con
quien el Señor trataba cara a cara, ni semejante a él en los signos
y prodigios…» Pero
ha muerto, y lo único que pueden hacer los israelitas es llorarlo
durante treinta días.
Jesús,
en cambio, precisamente después de su muerte es cuando adquiere
pleno poder en cielo y tierra, y puede garantizar a los discípulos
que estará con ellos hasta el fin del mundo. A diferencia de los
israelitas, los discípulos no tienen que llorar a Jesús sino
lanzarse a la misión para hacer nuevos discípulos de todo el mundo.
¿Cómo se lleva a cabo esta tarea? Bautizando y enseñando. Bautizar
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo equivale a
consagrar a esa persona a la Trinidad. Igual que al poner nuestro
nombre en un libro indicamos que es nuestro, al bautizar en el nombre
de la Trinidad indicamos que esa persona le pertenece por completo.
En
la primera lectura, Dios exigía a los israelitas: «guarda
los preceptos y mandamientos que yo te prescribo»;
en el
evangelio, Jesús subraya la importancia de«guardar
todo lo que os he mandado».
Dios
Espíritu Santo (Romanos 8, 14-17)
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de
Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en
el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar:
«¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un
testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya
que sufrimos con él para ser también con él glorificados.
La
formulación no es tan clara como en el evangelio, pero Pablo
menciona expresamente al Espíritu de Dios, al Padre, y a Cristo. No
lo hace de forma abstracta, como la teología posterior, sino
poniendo de relieve la relación de cada una de las tres personas con
nosotros.
Lo
que se subraya del Padre no es que sea Padre de Jesús, sino Padre de
cada uno de nosotros, porque nos adopta como hijos.
Lo
que se dice del Espíritu Santo no es que «procede
del Padre y del Hijo por generación intelectual», sino
que nos libra del miedo a Dios, de sentirnos ante él como esclavos,
y nos hace gritarle con entusiasmo: «Abba»
(papá).
Y
del Hijo no se exalta su relación con el Padre y el Espíritu, sino
su relación con nosotros: «coherederos
con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él
glorificados».
Reflexión
final
La
fiesta de la Trinidad provoca en muchos cristianos la sensación de
enfrentarse a un misterio insoluble, no es la que más atrae del
calendario litúrgico. Sin embargo, cuando se escuchan estas tres
lecturas la perspectiva cambia mucho.
El
Deuteronomio nos invita a recordar los beneficios de Dios, empezando
por el más grande de todos: su revelación como único Dios. (Esto
no debemos interpretarlo como una condena o infravaloración de otras
religiones).
El
evangelio nos recuerda el bautismo, por el que pasamos a pertenecer a
Dios.
La
carta a los Romanos nos ofrece una visión mucho más personal y
humana de la Trinidad.
Finalmente,
las tres lecturas insisten en el compromiso personal con estas
verdades. La Trinidad no es solo un misterio que se estudia en el
catecismo o la Facultad de Teología. Implica observar lo que Jesús
nos ha enseñado, y unirnos a él en el sufrimiento y la gloria.