3
de Mayo del 2015
Domingo 5º de Pascua.
Ciclo B.
El labrador, la vid y los sarmientos.
Una
anécdota y un consejo
Hace
años un amigo tuvo que predicar este domingo en un pueblo de la
Axarquía malagueña, donde los hombres estaban acostumbrados a ir
todos los días al bar a tomar una copa de vino. Un sitio ideal para
hablar de la vid y los sarmientos. Sin embargo, cuando terminó la
misa, le preguntaron llenos de curiosidad: “Padre, ¿qué es la
vid?” En aquel pueblo a las vides las llaman cepas. No se habían
enterado de nada.
Lo
primero que debe preguntarse el que vaya a tener una homilía este
domingo es si la gente entenderá una parábola contada en una
cultura campesina y mediterránea. En nuestros días, Jesús
probablemente habría contado otra muy distinta en la forma, aunque
idéntica en el fondo. Una parábola en la que el Padre es un
informático, Jesús la corriente eléctrica y nosotros ordenadores
(computadoras) que no pueden funcionar si no están conectados a él.
Incluso a los que funcionan bien, el Padre los limpia a fondo para
que funcionen mejor. Pero esta adaptación, aparte de ser mucho menos
poética, comete el mismo error: quien no viva en una cultura
tecnológica no la entenderá; y dentro de unos años, cuando los
ordenadores no necesiten estar conectados a la red, la parábola
perdería su sentido. Más vale atenerse a la imagen original.
El
labrador, la vid y los sarmientos
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera
vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto
lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más
fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he
hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no
puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece
en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se
realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto
abundante; así seréis discípulos míos.»
Este
pasaje se conoce como «la parábola de la vid y los sarmientos».
Título erróneo, porque no tiene en cuenta al protagonista
principal, el labrador, que es quien poda, arranca y tira los
sarmientos que no dan fruto. Y más bien que parábola es una fábula,
donde los protagonistas son animales o plantas que pueden hablar y
actuar. En este caso, los protagonistas secundarios, los sarmientos,
no hablan, pero sí actúan. Algunos deciden mantenerse unidos a la
vid, y dan fruto abundante. Otros deciden independizarse, cortar la
relación con la vid, y dejan de dar fruto. (La imagen de unas ramas
en movimiento, en este caso alejándose del tronco, recuerda la
fábula de Yotán, que comienza: «Se pusieron en marcha los árboles
para elegirse un rey»).
El
título habitual subraya la importancia de la vid. Y en parte lleva
razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro
de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí.
Todas las acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque
curioso, que nos obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios
Padre en la vida del cristiano; y el papel fundamental de Jesús,
aunque a veces tengamos la impresión de que no hace nada en nuestra
vida.
1ª
lectura: Dios poda a Pablo
La
fábula destaca una de las acciones que realiza el labrador: «a todo
el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Podar es cortar,
herir al árbol, despojarlo de algo que le ha costado tiempo y
esfuerzo producir. Pero el campesino lo hace para que esté más sano
y fuerte. Estas palabras del evangelio se pueden aplicar muy bien a
lo que cuenta de Pablo la primera lectura.
En
aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con
los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de
que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a
los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el
camino lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado
públicamente el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se
movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre
del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua
griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo
bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.
Después
de su conversión, podría esperar que lo recibieran muy bien en
Jerusalén. Pero ocurre algo muy distinto: no se fían de él, lo
rehúyen, hasta que Bernabé lo presenta a los apóstoles. Cuando
comienza a predicar, los judíos de lengua griega intentan eliminarlo
y debe huir a Tarso. En realidad, toda la vida de Pablo fue una gran
poda, una vida llena de persecuciones y sufrimientos. Pero a través
de ellos se convirtió en el mayor de los apóstoles. Dio mucho
fruto. Una buena enseñanza para los que quisiéramos que todo nos
fuera bien en la vida, sin ningún tipo de dificultades.
2ª
lectura: cómo permanecer unidos a la vid
El
evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento esté unido a
la vid. La segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener la
unión.
Hijos
míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En
esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra
conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia,
pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si
la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y
cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos
y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en
el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal
como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios,
y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el
Espíritu que nos dio.
Amar
de verdad y con obras equivale a creer en Jesús y amarnos unos a
otros. Esa es la forma de permanecer unidos a Jesús y la única
garantía de nuestro éxito como cristianos.
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