2
DE MAYO
-
SÁBADO- 4ª SEMANA DE PASCUA
Jn
14,7-14
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me conocierais a
mí, conoceríais
también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto". Felipe
le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Jesús le
replica:
“Hace
tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien
me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al
Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo
que yo os
digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí,
Él
mismo hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí...
Sino, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también
él hará
las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre, y lo
que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado
en
el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.
1. Jesús
plantea aquí directamente el problema que representa conocer a Dios.
No olvidemos que, en el lenguaje del Nuevo Testamento, el Padre es el
nombre propio de Dios. Pues bien, Jesús afirma que quien le conoce a
él, por eso mismo conoce a Dios. Lo que es tanto como decir que
Jesús es la imagen de Dios.
2. Pero
Jesús da aquí un paso más. Se trata de un conocimiento que entra
por los ojos, es decir, por lo sensible, por lo más carnal y humano
que hay en nosotros. Esto explica la intervención de Felipe y la
respuesta que Jesús le da. La propuesta de Felipe es enteramente
lógica: “Muéstranos al Padre", o sea, “Muéstranos a
Dios”, dinos cómo es Dios. Lo que no parece lógico es la
respuesta de Jesús: “Tanto tiempo que estoy yo con vosotros y
¿todavía no me conoces? Felipe veía en Jesús a un hombre. No se
había enterado todavía de que, en aquel hombre que él veía y
palpaba, allí estaba viendo y palpando a Dios.
3. Felipe
seguía creyendo en el Dios Infinito y Absoluto del que siempre había
oído hablar. A veces, quizá se preguntaría si en Jesús no había
algo del antiguo Dios de siempre. Pero lo que seguramente no le cabía
en su cabeza es que el Dios fulminante del Sinaí, el Dios vencedor
de todas las batallas, estaba allí, delante de él, cenando,
despidiéndose de sus amigos.
Dios
se había vaciado, había renunciado a su grandeza y había enfilado
el camino que, para los hombres de aquel tiempo, era un “escándalo”
y una “locura”
(1 Cor 1, 23). Más difícil de entender y aceptar que el Dios
infinito
es el Dios humanizado. Por eso no entendemos ni aceptamos a Jesús,
aunque
pensemos que lo entendemos y lo aceptamos.
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