viernes, 1 de mayo de 2015

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2 DE MAYO
- SÁBADO- 4ª SEMANA DE PASCUA

Jn 14,7-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto". Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Jesús le replica:
Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí,
Él mismo hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí... Sino, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre, y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.

1.      Jesús plantea aquí directamente el problema que representa conocer a Dios. No olvidemos que, en el lenguaje del Nuevo Testamento, el Padre es el nombre propio de Dios. Pues bien, Jesús afirma que quien le conoce a él, por eso mismo conoce a Dios. Lo que es tanto como decir que Jesús es la imagen de Dios.

2.      Pero Jesús da aquí un paso más. Se trata de un conocimiento que entra por los ojos, es decir, por lo sensible, por lo más carnal y humano que hay en nosotros. Esto explica la intervención de Felipe y la respuesta que Jesús le da. La propuesta de Felipe es enteramente lógica: “Muéstranos al Padre", o sea, “Muéstranos a Dios”, dinos cómo es Dios. Lo que no parece lógico es la respuesta de Jesús: “Tanto tiempo que estoy yo con vosotros y ¿todavía no me conoces? Felipe veía en Jesús a un hombre. No se había enterado todavía de que, en aquel hombre que él veía y palpaba, allí estaba viendo y palpando a Dios.

3.      Felipe seguía creyendo en el Dios Infinito y Absoluto del que siempre había oído hablar. A veces, quizá se preguntaría si en Jesús no había algo del antiguo Dios de siempre. Pero lo que seguramente no le cabía en su cabeza es que el Dios fulminante del Sinaí, el Dios vencedor de todas las batallas, estaba allí, delante de él, cenando, despidiéndose de sus amigos.
     Dios se había vaciado, había renunciado a su grandeza y había enfilado el camino que, para los hombres de aquel tiempo, era un “escándalo” y una locura” (1 Cor 1, 23). Más difícil de entender y aceptar que el Dios infinito es el Dios humanizado. Por eso no entendemos ni aceptamos a Jesús,
aunque pensemos que lo entendemos y lo aceptamos.



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