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DE MAYO
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JUEVES - 5ª SEMANA DE PASCUA
Jn
15, 9-11
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado
de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría
llegue a plenitud”.
1. En
este texto, Jesús termina hablando de la alegría. De la alegría
que llega a su total plenitud. Es decir, se trata de la felicidad
perfecta, la aspiración suprema de todos los humanos. Pero es
importante caer en la cuenta de que, inmediatamente antes de hablar
de semejante felicidad, Jesús ha estado hablando de amor. Jesús
vivió dos experiencias que se vinculaban la una a la otra: 1) La
necesidad de cariño plenamente satisfecha, por su experiencia
religioso-mística de relación con el Padre. 2) La alegría
desbordante que vivió y gozó hasta el final de sus días.
2. Jesús
quiere que su propia alegría esté en los discípulos. La alegría
no se impone, ni se ordena, ni hay recetas para tenerla. La alegría
se contagia. El que la tiene, la transmite a quienes conviven con él.
Como el que está amargado o resentido, contagia amargura y
resentimiento. Por tanto, Jesús quiere que los cristianos seamos de
tal manera y vivamos de tal forma, que contagiemos alegría,
felicidad, bienestar, y todo esto hasta el colmo.
3. Resulta
desagradable constatar que mucha gente asocia a Dios, a Jesús y a la
religión más con la tristeza y el sufrimiento que con la alegría y
la felicidad. Aquí tenemos una de las deformaciones más fuertes de
la fe cristiana. Una deformación que ha deformado también a Jesús,
al Evangelio y a Dios. De lo cual la Iglesia también se ha
resentido, y no poco. Mientras, en el tejido social, no se relacione
espontáneamente la religión con la alegría, difícil lo van a
tener las religiones, empezando por el cristianismo y la Iglesia.
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