18
DE MAYO
-
LUNES - 7ª SEMANA DE PASCUA
.Jn
16,29-33
En
aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: ‘Ahora sí que
hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y
no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios".
Les contestó Jesús: "¿Ahora
creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado,
en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo.
Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de
esto, para que encontréis la paz en mi. En el mundo tendréis
luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo”.
1. Por
lo que dicen los discípulos, ellos mismos dan a entender que no
entendían a Jesús y sus palabras les resultaban oscuras o quizá
poco comprensibles. De ahí, sus dudas y oscuridades. A los
discípulos, que tuvieron el privilegio único de convivir con Jesús,
se les hacía oscura la fe, les asaltaban las dudas y no siempre
veían con claridad lo que debían hacer. La experiencia de ellos es,
en este punto, también nuestra experiencia. La firmeza en la fe no
consiste en la claridad sin dudas, sino en la búsqueda que supera
las oscuridades.
2. La
inseguridad de aquellos hombres en la fe se puso en evidencia apenas
se les presentó la primera dificultad seria. La pasión de Jesús
produjo inmediatamente la dispersión del grupo. Lo que provocó que
Jesús se sintiera abandonado y solo en la situación más dura y en
el momento decisivo.
3. Y
sin embargo, Jesús pudo afirmar con toda razón: “No estoy solo".
La presencia del Padre en su vida fue la fuerza que le sostuvo. Es
más, Jesús llega a decir que les habla de su intimidad con el Padre
"para que encontréis paz en mí”. Saber que el Padre jamás
abandona, aunque uno sea cobarde o traidor, es la fuente de paz que
nunca falla.
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