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DE MAYO - VIERNES -
8ª
SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Mc
11, 11-26.
Después
que la muchedumbre lo hubo aclamado, entró Jesús en Jerusalén, en
el templo, lo estuvo observando todo, y, como era ya tarde, se marchó
a Betania con los Doce. Al día siguiente, cuando salió de Betania,
sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para
ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque
no era tiempo de higos. Entonces le dijo: “Nunca más coma nadie de
ti”. Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén, entró en el
templo, se puso a echar
a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los
puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie
transportar objetos por el templo. Y los instruía diciendo: "¿No
está escrito: Mi casa se llama Casa de Oración para todos los
pueblos?”. Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de
bandidos". Se enteraron los sumos sacerdotes y los letrados, y
como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su
enseñanza, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció
salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la
higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús:
“Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado". Jesús
contestó: “Tened fe con Dios. Os aseguro que si uno de vosotros
dice a ese monte: “Quitate de ahí y tirate al mar", no con
dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por
eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os
la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar,
perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro
Padre del Cielo os perdone vuestras culpas”.
1. Todo este relato en su conjunto es, sin duda, una composición
elaborada por Marcos, de forma que un “hecho parabólico” —el
episodio de la higuera—, envuelve e interpreta el “hecho
histórico” de la expulsión de los comerciantes del templo. El
centro de todo el relato es el templo y lo que allí hizo y dijo
Jesús. Pero la interpretación de lo que sucedió en el templo
es lo que le sucedió a la higuera. O sea, el relato viene a decir
que la lección del Evangelio se centra en esto: el templo es como un
árbol que no tiene nada más que apariencia de frondosidad y vida,
pero en realidad es una mera representación de nada, porque es un
“árbol sin fruto, estéril y maldito” (Joel Marcus, W.R.
Telford). Es una apariencia de vida que no da vida, ni alimenta, ni
satisface. Más aún, al ser calificado, por el propio Jesús, como
una “guarida de bandidos” (Mc 11, 17), el templo queda definido
como un lugar, un espacio, una institución, no solamente estéril,
sino además un sitio enormemente peligroso, ya que el “bandidaje”
es lo mismo que “amenaza” y posiblemente despojo o incluso
muerte.
2. Ni
la parábola de la higuera, ni el hecho histórico de la destrucción
del templo (realizada por las legiones de Roma el año 70), apuntan a
una “purificación” del templo, sino que señalan con claridad la
“desaparición” del templo como lugar de encuentro con Dios. Si
tenemos en cuenta que el templo —o sus equivalentes en otras
tradiciones religiosas— es el espacio y la institución para el
encuentro con Dios, este relato evangélico nos viene a decir que la
parábola de la higuera y el hecho violento del templo representan
“la transformación radical de la religión”. Según el IV
evangelio, Jesús se lo dijo a la samaritana: “Se acerca la hora en
que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén... la
hora en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre en
espfritu yen verdad” (Jn 4, 21-23). El encuentro con Dios ya no
está localizado en un sitio, en un ritual, en la sumisión a una
religión determinada. A Dios se le encuentra en la vida.
3. Pero,
¿de qué vida se trata? ¿Qué significa eso? Se trata de (y
significa) “la sustitución” del templo por la fe. A renglón
seguido de la higuera “maldita” y “seca", o sea muerta,
Jesús les dice a los apóstoles: “Tened fe en Dios. Os aseguro que
quien le diga a este monte: levántate y arrójate al mar... lo
tendrá” (Mc 11,21). La fe “no traslada montañas”. La fe
firme, lo que hace es que le dice al monte, donde estaba el templo,
que desaparezca en las profundidades del mar. Es decir, la fe firme
en Jesús desplaza al templo. Lo que significa que la fe desplaza a
la religión. Ante la fe que se adhiere firmemente a Jesús,
desaparecen los templos y todo lo que suponen. ¿Y qué nos queda?
Llevar una vida como la que llevó Jesús: sensibilidad ante el
sufrimiento humano, bondad con todos, oración al Padre. En eso
consiste el culto en espíritu y en verdad.
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