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DE JULIO – MIÉRCOLES -
17ª
SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
Mt 13,44-45
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El Reino de los Cielos se
parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo
vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene
y compra el campo.
El
Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas
finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que
tiene y la compra”.
1. Estas dos
parábolas, aparentemente tan sencillas, nos enfrentan a un asunto
capital: la diferencia entre creencia y convicción. Hay bastante
gente que cree que lo que dicen los evangelios es verdad y que esa
verdad nos conviene a todos. Pero su creencia no pasa de eso, y por
eso su fe no pasa de ser una fe que jamás se traduce en un
comportamiento que esté de acuerdo con el Evangelio. Por ejemplo,
son personas que admiran las bienaventuranzas, pero jamás las
cumplen.
2. La
convicción no se limita a la creencia. Una convicción se define por
el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella (J.
Habermas). Por eso, la convicción consiste principalmente en el
hecho de que está uno dispuesto a dejarse guiar en su actividad por
la fórmula de la que está convencido (Ch. S. Peirce). El que está
convencido de una cosa,
la hace. Y
si no la hace, es que no está convencido de tal cosa. El que no se
quita del tabaco es que no está convencido de que tiene que hacer
eso. De ahí que las convicciones son las que determinan nuestros
hábitos de vida y de conducta.
3. Con las
parábolas del tesoro y la perla, lo que Jesús quiere decir es que
uno cree en el Evangelio cuando esa creencia llega a ser la
convicción que determina nuestras decisiones y nuestros hábitos de
comportamiento. El que tiene y mantiene convicciones que nada tienen
que ver con el Evangelio, se incapacita para creer en el Evangelio.
Por ejemplo, creer en Jesús y no estar dispuesto a ceder ni pizca en
lo que toca al honor o al dinero son cosas incompatibles.
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