24
de Agosto – Lunes -
XXI
– Semana del Tiempo Ordinario
Mt
23, 13-22
En
aquel tiempo, habló Jesús diciendo: “¡Ay de vosotros, letrados y
fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los
Cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren.
¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que devoráis los
bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! Vuestra
sentencia será por eso más severa. ¡Ay de vosotros, letrados y
fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un
prosélito y cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el
doble que vosotros! ¡Ay de vosotros guías ciegos, que decís:
jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí
obliga! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que
consagra el oro? O también:jurar por el altar no obliga, jurar por
la ofrenda que está en el altar sí obliga. ¡Ciegos! ¿Qué
es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura
por el altar, jura también por todo lo que está sobre él; quien
jura por el templo, jura también por el que habita en él; y quien
jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que
está sentado en él".
1. La
serie de denuncias que este capítulo de Mt pone en boca de Jesús, y
que todas empiezan con un “¡Ay!". Esta especie de grito
no se ha de interpretar como el lamento por una situación triste.
Se trata, más bien, del anuncio de un castigo, incluso una maldición
(E. Haenchen). Maldición
que
anuncia y avisa que lo determinante en la vida no son las palabras,
sino únicamente las obras (Mt 7, 21-23; 12, 49-50; 25, 31-46). En
este caso concreto, el enorme engaño que representa usar la religión
(rezos, misas, funciones solemnes de culto...) para sacarle el dinero
a las personas más desamparadas, las viudas de aquel tiempo o las
gentes de buena voluntad, que dan a la Iglesia o pagan una boda, un
entierro, quitándoselo de la boca.
2. El
hecho común y repetido, en estas obras o formas de conducta, era
siempre lo mismo. Se trataba de verdaderas aberraciones que se
producían en torno al culto religioso y a las prácticas sagradas:
templo, altar, juramentos, ofrendas... Pero lo más importante es
que tales aberraciones se llevaban a cabo de manera que todo aquello
era la justificación de formas de conducta en las que se anteponían
las “observancias religiosas” al “bien de las personas”.
Lo importante era cumplir con la religión y tener buena imagen ante
la gente. El sufrimiento de quienes lo pasan mal era un asunto
para el que —con demasiada frecuencia— los hombres de la
religión no tenían especial sensibilidad.
3. Jesús
insiste en el tema de la ceguera en que viven estos hombres de la
piedad, la observancia y la sumisión religiosa: “¡Ay de vosotros
ciegos!” (Mt 23, 16). Jesús convirtió con frecuencia a los
ciegos en videntes, (Mt 9, 27-31; 11, 5; 12, 22-24; 15, 31; 20,
29-34; 21, 14). Cuando Jesús le abría los ojos a la gente, para
que viera la realidad de lo que estaba sucediendo en Israel y de lo
que hacían los expertos en las cosas de la religión, los
observantes del templo (fariseos) decían que aquello era cosa del diablo (Mt 9, 34; 12, 24; Jn 9). La religión no soporta que le
pongan sus engaños al descubierto. Con demasiada frecuencia, la
religión vive de las medias verdades y del ocultamiento de sus
numerosos engaños.
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