16
AGOSTO
Domingo
XX del Tiempo Ordinario
Primera
lectura Proverbios 9, 1-6
La
Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha
preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha
despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan
la ciudad: “Los inexpertos, que vengan aquí, quiero hablar a los
faltos de juicio: «Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he
mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la
prudencia»”.
Salmo 33,
2-3. 10-11. 12-13. 14-15
R// Gustad
y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alabanza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegren. R//
Todos
sus santos, temed al Señor,
porque
nada les falta a los que le temen;
los
ricos empobrecen y pasan hambre,
los
que buscan al Señor no carecen de nada. R//
Venid,
hijos, escuchadme:
os
instruiré en el temor del Señor;
¿hay
alguien que ame la vida
y
desee días de prosperidad? R//
Guarda tu lengua del mal,
tus
labios de la falsedad;
apártate
del mal, obra el bien,
busca
la paz y corre tras ella. R//
Segunda
lectura Efesios 5, 15-20
Hermanos:
Fijaos bien cómo andáis; no seáis
insensatos,
sino sensatos, aprovechando la
ocasión,
porque vienen días malos. Por eso, no
estéis
aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor
quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva
al
libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad,
alternando, salmos, himnos y cánticos
inspirados:
cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias
a Dios Padre, por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio
Juan 6, 51-58
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo; el que coma de este pan Vivirá para siempre. Y el
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Disputaban
entonces los judíos entre sí:
“¿Cómo
puede este darnos a Comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo:
“Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis Vida en vosotros. El que come mi carne
y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo
en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del
mismo modo, el que come vivirá por mí. Este es el pan que ha
bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y
murieron; el que come este pan vivirá para siempre”.
1. Estas
palabras de Jesús que, según el criterio del evangelio de Juan,
explican el significado de la eucaristía, dicen varias cosas:
1) Que
en la eucaristía está presente el mismo Jesús, su carne y su
sangre;
2)
Que esa presencia está vinculada al pan y al vino;
3)
Que ese pan y ese vino son verdadera comida y verdadera bebida.;
4)
Que esa comida y esa bebida dan vida, una vida plena, abundante, sin
limitación alguna. Lo cual quiere decir esto: si lo que más
apetecemos los mortales es tener vida, una vida que no se vea
amenazada, carente de ilusión y de alegría, en la eucaristía
nuestra vida se une a la vida de Jesús y adquiere la plenitud de
vida que caracterizó la vida de Jesús. Una vida tan plena, que
supera hasta el límite de la muerte. Es vida total, que rebasa la
historia, es decir, supera las limitaciones propias del tiempo y el
espacio.
2. Fijémonos que Jesús no pone el acento de su explicación en el hecho de su
“presencia” en la eucaristía. Jesús pone todo el peso de sus
palabras en la “vida” que tendrá y llevará el que le recibe al
comer “el pan de la vida”. Nunca se ha puesto en duda el hecho de
la presencia de Jesús en la eucaristía. Otra cosa ha sido la
explicación de ese hecho. Hasta el s. Xl, la explicación común se
tomó simbólica. Después se impuso la explicación a partir de la
filosofía de Aristóteles, la realidad como substancia y accidentes. Esta es la doctrina de la Iglesia. En el s. XX, se empezó a
hablar de la explicación fenomenológica, es decir, lo que importa
es la “finalidad” y la “significación” del pan y el vino en
la eucaristía.
3. En
la eucaristía no recibimos el cuerpo “histórico” de Jesús,
porque ese cuerpo ya no existe. Recibimos el cuerpo “resucitado”. En la eucaristía no tomamos carne y sangre (cf. Jn 6, 63).
Recibimos a una persona, a Jesús mismo. Pero dos personas (el
creyente y Jesús) no pueden unirse nada más que mediante
expresiones simbólicas, que así es como se expresa la entrega, la
donación y la unión de un ser personal con otro. El pan y el vino
de la eucaristía, si los analiza un químico, siguen siendo pan y
vino. Pero ese pan y ese vino, para el creyente, simbolizan y
contienen la presencia de Jesús en nuestras vidas. Comulgar, por
tanto, no es recibir un “cosa sagrada", sino unirse a Jesús,
de forma que la vida de Jesús sea vida en nuestra vida y forma de
vivir. Por eso Jesús insiste más en la “vida” que en la
“presencia”. Lo que importa no es saber que Jesús está en la
eucaristía, sino vivir como vivió Jesús y tener la vida que tiene
Jesús, el Señor de la vida.
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