domingo, 9 de agosto de 2015

Párate un momento: Lecturas del día 16 AGOSTO Domingo XX del Tiempo Ordinario




16 AGOSTO
Domingo XX del Tiempo Ordinario

Primera lectura Proverbios 9, 1-6

La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: “Los inexpertos, que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio: «Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia»”.

Salmo 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15

R// Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R//

Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R//

Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor;
¿hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R//

Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella. R//

Segunda lectura Efesios 5, 15-20

Hermanos: Fijaos bien cómo andáis; no seáis
insensatos, sino sensatos, aprovechando la
ocasión, porque vienen días malos.    Por eso, no
estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor
quiere.   No os emborrachéis con vino, que lleva
al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos
inspirados: cantad y tocad con toda el alma para el Señor.   Dad siempre gracias a Dios Padre, por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan Vivirá para siempre.   Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Disputaban entonces los judíos entre : “¿Cómo puede este darnos a Comer su carne?”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis Vida en vosotros.   El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.   El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.    El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí.   Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre”.

1. Estas palabras de Jesús que, según el criterio del evangelio de Juan, explican el significado de la eucaristía, dicen varias cosas: 
 1) Que en la eucaristía está presente el mismo Jesús, su carne y su sangre;
2) Que esa presencia está vinculada al pan y al vino;
3) Que ese pan y ese vino son verdadera comida y verdadera bebida.;
4) Que esa comida y esa bebida dan vida, una vida plena, abundante, sin limitación alguna. Lo cual quiere decir esto: si lo que más apetecemos los mortales es tener vida, una vida que no se vea amenazada, carente de ilusión y de alegría, en la eucaristía nuestra vida se une a la vida de Jesús y adquiere la plenitud de vida que caracterizó la vida de Jesús.   Una vida tan plena, que supera hasta el límite de la muerte. Es vida total, que rebasa la historia, es decir, supera las limitaciones propias del tiempo y el espacio.

2. Fijémonos que Jesús no pone el acento de su explicación en el hecho de su “presencia” en la eucaristía.    Jesús pone todo el peso de sus palabras en la “vida” que tendrá y llevará el que le recibe al comer “el pan de la vida”. Nunca se ha puesto en duda el hecho de la presencia de Jesús en la eucaristía.  Otra cosa ha sido la explicación de ese hecho.  Hasta el s. Xl, la explicación común se tomó simbólica. Después se impuso la explicación a partir de la filosofía de Aristóteles, la realidad como substancia y accidentes.    Esta es la doctrina de la Iglesia.    En el s. XX, se empezó a hablar de la explicación fenomenológica, es decir, lo que importa es la “finalidad” y la “significación” del pan y el vino en la eucaristía.

3. En la eucaristía no recibimos el cuerpo “histórico” de Jesús, porque ese cuerpo ya no existe.  Recibimos el cuerpo “resucitado”.  En la eucaristía no tomamos carne y sangre (cf. Jn 6, 63). Recibimos a una persona, a Jesús mismo. Pero dos personas (el creyente y Jesús) no pueden unirse nada más que mediante expresiones simbólicas, que así es como se expresa la entrega, la donación y la unión de un ser personal con otro.  El pan y el vino de la eucaristía, si los analiza un químico, siguen siendo pan y vino.  Pero ese pan y ese vino, para el creyente, simbolizan y contienen la presencia de Jesús en nuestras vidas.  Comulgar, por tanto, no es recibir un “cosa sagrada", sino unirse a Jesús, de forma que la vida de Jesús sea vida en nuestra vida y forma de vivir.  Por eso Jesús insiste más en la “vida” que en la “presencia”.  Lo que importa no es saber que Jesús está en la eucaristía, sino vivir como vivió Jesús y tener la vida que tiene Jesús, el Señor de la vida.





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