5
de Agosto - Miércoles -
18
ª Semana del Tiempo Ordinario
Mt 15, 2128
En
aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se
puso a gritarle: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi
hija tiene un demonio muy malo", Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: "Atiéndela,
que viene detrás gritando”. Él les contestó:
“Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ella
los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: “Señor,
socórreme”. Él le contestó: “No está bien echar a los perros
el pan de los hijos”. Pero ella
repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen
las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús les
respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que
deseas”. En aquel momento quedó curada su hija”.
1. Ante este
relato, son muchas las personas que, de entrada, se sienten mal.
Porque no es propio de una persona bien educada responder a una mujer
que pide ayudas lo que dice este evangelio que respondió Jesús. Por
eso cabe preguntarse si efectivamente este episodio sucedió tal y
como aquí se cuenta.
2. Para
comprender lo que este evangelio quiere enseñar, hay que tener
presente que la mujer, que acude a Jesús, era cananea. Es decir,
era una mujer pagana. Esto supuesto, la clave de interpretación del
relato está en que primero hay un rechazo del paganismo
(representado por la mujer), y después se hace un elogio de lo que
antes se ha rechazado. Sucediera o no sucediera esto tal como se
cuenta, el hecho es que, en Jesús, se produce un cambio: el paso del
exclusivismo religioso a la aceptación y el elogio de la fe de quien
pertenece a otra religión.
3. Por
tanto, Jesús representa el fin del exclusivismo religioso. Que no
es solamente la aceptación de la tolerancia y el respeto a quien
tiene otras creencias y otras prácticas religiosas. Es, sobre todo,
el elogio de quien, tenga las
creencias que tenga, tiene una profunda humanidad, que se manifiesta
en el cariño a su hija, la preocupación por ella, la bondad del que
soporta un rechazo humillante y, sobretodo, la fe-confianza en Jesús,
es decir, fiarse de quien puede poner fin al sufrimiento. Jesús no
le pidió a la mujer que cambiara de religión. Jesús solo se fijó
en la humanidad de
aquella
madre.
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