6
de Agosto – Jueves -
TRANSFIGURACIÓN
DEL SEÑOR
Mc. 9,2-10
En
aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió
con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de
ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no
puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se le aparecieron Elías
y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y
le dijo a Jesús: “Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a
hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Estaban asustados y no sabían lo que decía.
Se
formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este
es mi Hijo amado; escuchadlo”. De pronto, al mirar alrededor, no
vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de
la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis
visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos".
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello
de resucitar de entre los muertos".
1. Es
evidente que este relato pone de manifiesto que en el hombre Jesús,
en la humanidad de aquel hombre y a través de aquella humanidad, se
revelaba algo enigmático y misterioso que supera y trasciende lo
humano. La humanidad de Jesús es la revelación de la divinidad del
Padre. Y lo es porque la divinidad no puede ser conocida por
nosotros los humanos. Lo que podemos saber de la divinidad es lo que
vemos, oímos y palpamos en la humanidad, en la que se hizo presente
y con la que se fundió Jesús.
1. Esto
explica por qué, en los evangelios, encontramos hechos (nacimiento,
tentaciones, transfiguración y resurrección) en los que nos
encontramos
con lo enigmático y lo misterioso o lo “mítico", como dicen
algunos teólogos bien conocidos. El problema está en que, en ese
enigma, en ese misterio o en ese “mito” el Jesús histórico
quedó “succionado”.Theyssen). Esto es lo que a muchas personas
les complica la lectura de los evangelios y la correcta comprensión
de la persona y de la vida de Jesús.
3.. Como es
lógico, este episodio solo pudo ser conocido después de la
resurrección. El título de “Hijo de Dios” aplicado a Jesús,
según San Pablo (Rom 1, 3-4) solo pudo aplicarse a Jesús después
que se supo que él no había fracasado en la muerte, sino que es el
Viviente Resucitado. La dificultad con que tropezamos en los
evangelios está en que en ellos leemos la historia de un hombre que
es revelación de lo que trasciende al hombre. Pero de forma que en
ello se revela también que la trascendencia de lo divino nunca puede
contradecir o entrar en conflicto con la inmanencia que palpamos en
lo humano de Jesús.
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