8 de Agosto – Sábado -
18ª
Semana del Tiempo Ordinario
Mt 17, 14-20
En
aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que le dijo de rodillas:
“Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan
ataques: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he
traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo".
Jesús contestó: “¡Gente
sin fe y perversa! -¿Hasta cuándo os tendré que soportar?”
Traédmelo. Jesús increpó
al demonio y salió; en aquel momento se curó el niño. Los
discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: "¿Y
por qué no pudimos echarlo nosotros?”. Les contestó: “Por
vuestra poca fe. Os aseguro que, si fuera vuestra fe como un grano
de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aqui, y
vendría. Nada os sería imposible”.
1. En este
relato se ve claramente que, en aquella cultura, la epilepsia era
interpretada como tener un demonio. La curación del niño se
realiza mediante la expulsión del demonio. La ignorancia de los
fenómenos o causas naturales busca explicación en fenómenos o
causas sobrenaturales. En esos casos, Dios se convierte en un
“tapa-agujeros” con el que
pretendemos
resolver nuestras ignorancias. Las creencias no deben ser eso. Deben
ser fuerza de transformación que nos impulse a superar la
deshumanización que todos llevamos dentro de nosotros.
2. Jesús
entiende la fe como una fuerza que traslada montañas, cosa que el
evangelio repite dos veces (Mt 17, 20; 21, 21), lo que indica que es
algo importante para comprender lo que es la fe. No se trata de que
la fe consista en la capacidad de hacer lo imposible. En Mt 21, 21,
Jesús dijo esta misma sentencia cuando estaba llegando a Jerusalén.
-¿De qué monte hablaba entonces? Las palabras de Jesús indican
“este monte’. Ahora bien, allí no podía señalar nada más que
al “monte santo” sobre el que estaba edificado el grandioso
templo de Jerusalén, centro de la religión establecida. Por tanto,
lo que Jesús afirma es que la fe, que él presenta, acaba con la
religión, sus ceremonias y sus funcionarios. Cuando la fe en Jesús
es verdadera y fuerte, derriba la montaña de creencias raras,
seguridades supersticiosas y sentimientos de culpa enfermizos que
llevamos dentro. Y, en su lugar, pone la fuerza que da vida y hace
felices a los humanos.
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