23
– AGOSTO - Domingo -
XXI
del Tiempo Ordinario
1ª lectura
Josué 24, l-2a. 15-17 18b
En
aquellos
días, Josué reunió todas las tribus de
Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel,
a los cabezas de familia, jueces y alguaciles,
y se presentaron ante Dios. Josué habló al
pueblo: “Si no os parece bien servir al Señor, escoged
a quién queréis
servir: a los dioses que sirvieron
vuestros antepasados al este del Éufrates
o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis;
yo y mi casa serviremos al Señor”. El pueblo
respondió: “¡Lejos
de nosotros
abandonar
al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor
es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a
nuestros padres de la esclavitud de
Egipto; él hizo a
nuestra vista grandes
signos, nos protegió en
el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos.
También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!”.
Salmo
33
R//
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
• Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alianza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegren.
• Los
ojos del Señor miran a los justos,
sus
oídos escuchan sus gritos;
pero
el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra
su memoria.
• Cuando
uno grita, el Señor lo escucha
y
lo libra de sus angustias;
el
Señor está cerca de los atribulados,
salva
a los abatidos.
• Aunque
el justo sufra muchos males,
de
todos lo libra el Señor;
él
cuida de todos sus huesos,
y
ni uno solo se quebrará.
• La
maldad da muerte al malvado,
y
los que odian al justo serán castigados.
El
Señor redime a sus siervos,
no
será castigado quien se acoge a él.
Segunda
lectura Efesios 5, 21-32
Hermanos.
Sed Sumisos unos
a otros con
respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al
Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es
cabeza de la Iglesia; Él,
que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a
Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos,
amad
a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a
sí mismo por ella, para consagrarla purificándola con el baño del
agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia,
sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así
deben también los
maridos
amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es
amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne,
sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo. “Por eso abandonará el hombre
a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán
los
dos una sola carne”. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a
Cristo y a la Iglesia.
Evangelio
Juan 6, 60-69
En
aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “Este
modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. Adivinando
Jesús que sus discípulos le criticaban les dijo: “¿Esto
os
hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba
antes? El espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada.
Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo,
algunos de vosotros no creen”. Pues Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
“Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no
se
lo concede”. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron
atrás y no volvieron a ir con él. Entonces, Jesús les dijo a los
Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Simón Pedro le
contestó:
“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado
por Dios”.
1. El
escándalo que produjeron las palabras de Jesús sobre la eucaristía
estuvo motivado por una mala interpretación de lo que Jesús quiso
decir. Esa mala interpretación consistió en lo que se ha llamado
el “cafarnaísmo” (porque de esto habló Jesús en Cafarnaún),
que consiste en la idea de que comulgar es comerse la carne histórica
de Jesús. Cuando la eucaristía se explica así, tal explicación
puede ser motivo de escándalo y de que haya gente que se aleja para
siempre de la Iglesia.
2. Jesús
insiste en que para comprender lo que representa la eucaristía es
indispensable la fe. Jesús no se refería, lógicamente, a la fe
que consiste en creer en unos dogmas. Jesús se refería a la fe
que consiste en vivir como vivió el mismo Jesús, con sus mismos
criterios, según sus costumbres y los valores que él propuso y
defendió. Quien vive eso, entiende lo que es la eucaristía, comer
su carne y beber su sangre, que es la expresión simbólica de la
unión y hasta la fusión con su vida y su destino.
3. Cuando
se vive esta unión con Jesús (tal era el caso de Pedro y de los
discípulos que se quedaron con él), las crisis de dudas y
oscuridades se superan. La fuerza del Espíritu se hace fuerza en
nuestra vida, que sigue una marcha rectilínea, sin desviarse a un
lado o a otro, según nos conviene o según nos lo imponen nuestros
miedos. Es la vida que se caracteriza por la firmeza en ir por la
vida como fue Jesús y por la transparencia que no tiene nada que
disimular.
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