jueves, 30 de junio de 2016

Párate un momento: El evangelio del dia 1 de Julio –VIERNES - 13ª – Semana del T.- O.-C San Casto y Emilio, mártires.




1 de Julio –VIERNES -
13ª – Semana del T.- O.-C
San Casto y  Emilio, mártires.

       Evangelio según san Mateo 9,9-13
    En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
       “Sígueme”.
       Él se levantó y lo siguió.
       Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
       Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
       “¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?”.
       Jesús lo oyó y dijo:
       ~No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”, que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

       1.   A continuación del enfrentamiento de Jesús con los maestros de la Ley, por el tema del perdón de los pecados (Mt 9, 1-8), este evangelio nos informa de otro enfrentamiento de Jesús, esta vez con los fariseos, por el tema del culto ritual y la misericordia.
       Jesús, en efecto, en este relato de la llamada a Mateo y la comida con los publicanos y pecadores, explica su conducta citando un texto del profeta Oseas(6, 6): “Misericordia quiero y no sacrificios”.
       Un texto que el mismo Mateo repite más tarde con motivo del nuevo enfrentamiento con los fariseos cuando los discípulos arrancaron espigas para comer en sábado (Mt 12, 7).

       2.   Al comentar este relato del banquete de Jesús con los publicanos y pecadores, se suele insistir en lo que aquí se ve como lo más evidente: la amistad de Jesús con los grupos más indeseables y despreciados en la sociedad (Cf. Lc 15, 1-2).
       Y eso es verdad. Y es fundamental. Pero ocurre con frecuencia que no caemos en la cuenta del fondo del problema. Y ese fondo está en el contenido de ese texto de Oseas.
¿Por qué?

       3.   Nos da miedo pensarlo. Se explique cómo se explique el texto de Os 6, 6, lo que no admite duda es que, en la historia del hecho religioso, lo más original y lo primero de todo, no fue la idea de Dios, sino los “ritos de sacrificio”.
       Mucho antes que todos los libros sagrados y todas las revelaciones de los dioses, la historia de la evolución humana nos ha enseñado que “desde el paleolítico superior hay huellas claras de prácticas religiosas”.
       Se trata de los rituales de sacrificio y ritos funerarios que ya practicaban los Neanderthal hace alrededor de cien mil años (O. E. Wilson,
K. Lorenz, K. Meuli, W. Burkert. . .).
       Esto es cierto hasta tal punto, que “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. Van der Leeuw).
       Lo primero que fascinó al homo sapiens (el ser propiamente humano) fue la práctica de ritos relacionados con la muerte y que tienen como efecto tranquilizar la conciencia, por el mal que padecemos o que causamos.
       Así las cosas, la genialidad de Jesús estuvo en desplazar el centro de la religión, sacándola del templo y de las manos de los profesionales de los rituales. Para ponerla en el centro de la vida. El centro que está en la bondad, en la honradez, en la justicia, en el respeto, en el amor.
       O sea, en lo que nos hace felices y contagia felicidad. Por ejemplo, compartir el cariño y la buena mesa con aquellos con quienes nadie quiere compartir nada. En esto está el centro
del Evangelio.

San Casto y Emilio, mártires.

En África, santos Casto y Emilio, mártires, los cuales, según escribe san Cipriano, aunque vencidos en una primera batalla, el Señor los restituyó victoriosos en un segundo combate para que fuesen más fuertes frente a las llamas, ante las que habían cedido la primera vez, y finalmente consumaron su sacrificio por el fuego.
Uno de los problemas disciplinares (pero con honda significación religiosa, ya que está en juego toda una concepción de la misericordia divina) que afrontó la Iglesia en sus primeros siglos, y que enfrentó en su seno posturas divergentes, fue el conflicto llamado de los «lapsi» (o «relapsi»), es decir, de los cristianos que, bajo el rigor de la tortura, o simplemente por miedo, caían en apostasía (de allí el nombre de «lapsi», es decir, caídos), pero que luego se arrepentían y deseaban vover a la fe. Algunos, como san Hipólito, sostenían una respuesta intransigente: no debían ser readmitidos de ninguna manera; otros, una postura enteramente laxa: debían ser readmitidos sin ninguna condición; finalmente otros, como san Cipriano, estimaban que tenían que poder volver a la fe, pero mediante una penitencia, que debía establecerse caso por caso, ya que no es lo mismo el cristiano que apostató para no ser molestado por las autoridades o para no perder sus bienes, que el que lo hizo bajo una extrema tortura. La postura de Cipriano fue la que oficialmente adoptó el Norte de África (señero en la fe de esos siglos), y el Obispo de Roma, no sin graves disputas y momentos de cisma.
Para ilustrar su tesis Cipriano escribe un tratado dedicado precisamente a los «Lapsi», en el que cuenta el caso de estos dos mártires, Casto y Emilio, que, en la persecución, fueron vencidos por la fuerza de las crueles torturas pero, arrepentidos, dieron finalmente su testimonio cruento por el fuego.
Desgraciadamente, no es posible saber más sobre su vida, ni sobre las circunstancias del martirio; en la actualidad se ubica el hecho en las persecuciones de Septimio Severo (inicios del siglo III), pero la obra de Cipriano es de tiempos de las persecuciones de Decio (mediados del siglo III) y en algunas hagiografías se ubica en esa época la gesta de estos dos mártires. San Agustín, en el sermón 285, que predicó el día de su fiesta, enseña, a partir del ejemplo de estos mártires, que la fuerza para enfrentar el martirio no proviene del propio mártir: «Fortasse et ipsi de suis viribus antea praesumpserunt, et ideo defecerunt», «posiblemente ellos confiaron primero en sus propias fuerzas, por eso cayeron» (PL 38:Sermo 285,4).

Los nombres de estos santos aparecen en varios martirologios antiguos. El Calendario de Cartago, que data a lo más de mediados del siglo V, los menciona.

miércoles, 29 de junio de 2016

Párate un momento El Evangelio del día 30 DE JUNIO - JUEVES 13ª ~ Semana del T.-O.-C San Marcial




30 DE JUNIO - JUEVES
13ª ~ Semana del T.-O.-C
San Marcial

       Evangelio según san Mateo 9, 1-8
   En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad.
       Le presentaron un paralitico, acostado en una camilla.
       Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:
       “¡Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados”!.
        Algunos de los letrados se dijeron:
        “Este blasfema”.
       Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:
       “¿Por qué pensáis mal?
        ¿Qué es más fácil decir: “tus pecados están perdonados” o, decir “levántate y
anda?”
       Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para
perdonar  pecados  —dijo dirigiéndose al paralítico—:  Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”.
        Se puso en pie y se fue a su casa.
       Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

       1.   Lo que importa en este relato es lo que Jesús le dice al enfermo:
       “Hijo, se te perdonan ahora los pecados”. Mateo añade: “Ten ánimo” (thársei).
       Una expresión importante, porque Mateo, a diferencia con Marcos, la pone solo en boca de Jesús.
       Pues bien, esto supuesto, lo que está claro es que el relato va enfocado todo él al perdón de los pecados.
       En la teología judía de aquel tiempo, el pecado es lo que separa al hombre de Dios; y es causa de enfermedad (Lev 26, 14-16; Deut 28, 21 s; 2 Cron 21, 15. 18 s; in 5, 14; 9, 2; 1 Cor 11, 30.
       Lo que se confirma con las enseñanzas de los rabinos: Str. BilI. 1, 495 s) (U. Luz).
       Con frecuencia, las religiones añaden, al sufrimiento físico de la enfermedad, el sufrimiento de verse humillado socialmente como una mala persona.

       2.   Como es lógico, los maestros de la Ley que estaban allí, pensaron lo peor que se podía pensar de él: que estaba blasfemando.
       La blasfemia era un delito tan grave en
Israel, que quien blasfemaba, por eso mismo merecía la pena de muerte mediante lapidación (Lev 24, 16; Hech 6, 11).
       Como es lógico, los responsables de la religión no toleran que el asunto del pecado pueda ser gestionado directamente entre el pecador y Dios. Porque, de ser así, los hombres de la religión se verían desplazados y perderían el poder más fuerte que retienen.

       3.   Este hecho nos lleva derechamente al problema del perdón de los pecados en la
Iglesia.
       Es evidente que, tal como el clero ejerce el poder de perdonar los pecados, ese poder se convierte en una forma de dominio sobre la privacidad y la intimidad del ser humano.
       Un poder que toca donde nada ni nadie puede tocar. Y bien sabemos el tormento que esto es para muchas personas.
       Lo que se traduce en el abandono masivo del sacramento de la penitencia.
       Es verdad que, a mucha gente le sirve de alivio el poder desahogarse de problemas ¡Como desahogo, eso es bueno!
       Como obligación, que condiciona el perdón, eso es insufrible.
       Por eso es importante saber esto: lo que dice el concilio de Trento (Ses.14, cap. V) sobre la confesión de los pecados, necesita dos aclaraciones:
       1) No es verdad que el Señor instituyera la confesión íntegra de los pecados.
       2) Jesucristo no ordenó sacerdotes “como presidentes y jueces”, ni siquiera “a modo de” (“ad instar”) presidentes y jueces (DH 1679).   Por tanto, en la Iglesia debe prevalecer la posibilidad real de que cada cual le pida perdón a Dios y pacifique su conciencia como más le ayude.

San Marcial

San Marcial fue obispo de Limoges en el siglo III. No tenemos información precisa sobre su origen, fechas de nacimiento y muerte, o de las acciones de este obispo. Todo lo que sabemos de él procede de San Gregorio de Tours y puede ser resumido así: “Bajo el consulado de Decio y de Grato siete obispos fueron enviados de Roma a la Galia a predicar el Evangelio: Gatiano a Tours; Trófimo a Arles, Pablo a Narbona, Saturnino a Toulouse, Dionisio a París, Austremonio a Clermont y Marcial a Limoges. Marcial parece haber sido acompañado por dos sacerdotes traídos por él del Oriente, así que él pudo haber nacido en esa región. Tuvo éxito en lograr la conversión de los habitantes de Limoges a la verdadera fe y su memoria ha sido siempre venerada allí.
Muy pronto, la imaginación popular, que tan fácilmente crea leyendas, transformó a Marcial en un apóstol del siglo I. Enviado a la Galia por el mismo San Pedro, se ha dicho que evangelizó no solamente la Provincia de Limoges sino toda Aquitania. Realizó muchos milagros, entre otros el resucitar a la vida a un muerto, tocándolo con una vara que San Pedro le había dado. Este legendario relato aparece en una “Vida de San Marcial” atribuida al obispo Aureliano, su sucesor, la cual es en realidad la obra de un falsificador del siglo XI. De acuerdo a esa obra Marcial nació en Palestina, fue uno de los setenta y dos discípulos de Cristo, presenció la resurrección de Lázaro, estuvo en la Última Cena, fue bautizado por San Pedro, etc.



martes, 28 de junio de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 29 de Junio - Miércoles – SAN PEDRO Y SAN PABLO




29 de Junio - Miércoles –
SAN PEDRO Y SAN PABLO

PRIMERA LECTURA
Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11   
Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
R. El Señor me libró de todas mis ansias.

SEGUNDA LECTURA
Ahora me aguarda la corona merecida
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18
--------------------------------------------------------
Evangelio según san Mateo 16, 13-19
  En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
       “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”
       Ellos contestaron:
       “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”.       Él les preguntó:
       “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió:
        “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
       Ahora te digo yo:
       Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
       Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.

       1.   El apóstol Pedro fue el hombre determinante para la Iglesia. Porque a partir de él hemos podido comprender la importancia que tiene el papado en la Iglesia. Como el apóstol Pablo fue también hombre determinante para la Iglesia. Porque a partir de él hemos podido tener la teología que tenemos en la Iglesia.
       Pero ahora vemos que hay una diferencia capital entre estos dos grandes apóstoles.
       El papado, que tuvo su inicio en Pedro, tiene cada día mayor presencia en el mundo.     La teología, que se elaboró a partir del pensamiento de Pablo, tiene cada día menos presencia en la cultura de nuestro tiempo.

       2.   El papado es importante, necesario, cada día más necesario. Porque la Iglesia es una institución de ámbito mundial. Y en un mundo global, se hace indispensable una forma de gobierno globalizado, con una presencia global. Por eso se comprende que el actual obispo de Roma, el papa Francisco, tenga en Filipinas tantas o más presencias que en la plaza de san Pedro. Solo un papado así será capaz de cambiar la Iglesia actual y de ponerla al día.
       La teología actual de la Iglesia pide a gritos esa puesta al día. Sus grandes temas: Dios, Jesucristo, el pecado, la redención, la salvación, la resurrección, la observancia de rituales sagrados que tienen sus raíces en culturas que ya no existen, todo eso proviene del apóstol Pablo, un hombre que no conoció a Jesús, ya que, en el camino de Damasco, el fariseo Saulo de Tarso se quedó seducido y apasionado hasta tal extremo por el Resucitado, que no le quedó espacio en su alma para interesarse por los relatos de un galileo de Nazaret, que —a juicio de Pablo— fue ajusticiado en una cruz, no como un subversivo del sistema de este mundo, sino como “sacrificio” religioso y “expiación” divina por nuestros pecados.

       3.   Nadie puede atreverse a decir que la esperanza de la Iglesia está en lo que representa Pedro y no en lo que significa Pablo.
       No. De ninguna manera podemos pensar eso.
       La Iglesia, que tuvo su origen en la vida y la muerte de ambos, nos ha conservado, y ha hecho llegar hasta nosotros la “memoria subversiva” de Jesús, el Cristo.
       Lo que sí tenemos que afirmar es que queremos una Iglesia que recupere, con libertad y audacia, esa “memoria subversiva” que nos dice lo que no se cansa de repetir el papa Francisco: “Llevad siempre con vosotros el Evangelio”.
       Porque en el Evangelio encontramos a Jesús. Y desde Jesús respondemos a los gritos que demandan un mundo más humano. Tan humano como se hizo Dios, en Jesús.

SAN PEDRO Y SAN PABLO
Pedro y Pablo, Santos  Apóstoles y Mártires
Fiesta, 29 de junio
Martirologio Romano: Solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llamado Pedro.
Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio: Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración. († c.67)

Breve Biografía
Origen de la fiesta San Pedro y San Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.
Los cadáveres de San Pedro y San Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por San Pedro y San Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.
El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.

San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa “piedra” y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.
Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.
Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:
·     Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.
·     Presenció la Transfiguración del Señor.
·     Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.
·     Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.
·     Fue testigo de la Resurrección de Jesús.
·     Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.
·     Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión y permaneció fiel en la oración esperando al Espíritu Santo.
·     Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y con la fuerza y el valor que le entregó, comenzó su predicación del mensaje de Jesús. Dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos y tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas.
·     Realizó muchos milagros en nombre de Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aun así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.
Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos.
En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.
En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera “cacería” de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.
Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.
San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
¿Qué nos enseña la vida de Pedro?
Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: “Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado” (I Pedro, 1,15)
Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.
Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.

La Institución del Papado
Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.
El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.
Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.
Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.

San Pablo

Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén.
Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.
En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22.).
Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.
La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles” ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.
Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por "cambiarse de bando". En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.
Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.
-¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?
Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.
Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.
Esta conversión siguió varios pasos:
1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.
2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.
3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.
4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.
Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.



lunes, 27 de junio de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 28 DE JUNIO - MARTES - 13ª~ Semana del T.-O.-C San Ireneo, obispo y mártir.




28 DE JUNIO - MARTES -
13ª~ Semana del T.-O.-C
San Ireneo, obispo y mártir.

       Evangelio según san Mateo 8, 23-27
  En aquel tiempo, subió Jesús a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole:
        “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”.      Él les dijo:
       “¡Cobardes!, ¡Qué poca fe!” .
       Se puso de pie, increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma.
       Ellos se preguntaban admirados: “¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”.

       1.   La clave para enterarse de lo que aquí se quiere enseñar está en que este relato, como prolongación del de ayer, es también un relato de seguimiento de Jesús.
       En efecto, según la teología de Mateo, los discípulos “siguieron” a Jesús cuando este subió a la barca.
       Lo que viene a continuación consiste en explicar las consecuencias que tiene (o puede tener) el “seguimiento” de Jesús.
       Tales consecuencias fueron, en este caso, soportar una tempestad que llegó a ser un peligro de muerte.
       Seguir a Jesús es cosa seria. Y puede llegar a ser asunto de vida o muerte.
       Esto es lo que el Evangelio nos dice a los cristianos sobre lo que significa Jesús. Y lo que significa el cristianismo.

       2.   ¿Qué quiere decir todo esto?
       Es clave caer en la cuenta de que Jesús no enseñaba en un templo, ni en un convento, ni en una casa de retiros espirituales. Ni decía lo más serio y fuerte, que tenía que decir, en una cátedra de teología o en una universidad o en algo parecido.
       Jesús enseñaba en la vida, en el lugar de trabajo, en los quehaceres y peligros que la vida entraña tantas veces. Y con eso, lo que Jesús nos enseña, es que los enemigos más fuertes de la fe son el miedo y la religión de lo ritual y lo sagrado.
       Se trata del miedo a perder la seguridad que nos dan las “verdades absolutas”, a las que nos agarramos como a un clavo ardiendo cuando sentimos que todo se nos derrumba.
       Y se trata también de tener muy claro que “lo ritual” y “lo sagrado” tienen el privilegio de tranquilizar nuestras conciencias.
       Por eso, seguir a Jesús es subirse a la barca y meterse en el mar y la noche de la libertad y de la verdadera paz que nos proporciona vivir como vivió Jesús.
       Dormía sin miedo a la noche, a la tempestad y a la tormenta que embravece los vientos y las olas.
       Seguir a Jesús, por lo tanto, es tener la libertad y la audacia de enfrentarse a los poderes que vemos que nos superan, que nos atemorizan, a los que no vemos solución.
       Pero, si hay seguimiento, hay enfrentamiento. Porque el seguimiento es fuente de libertad. Un seguidor de Jesús no se calla ante las injusticias sociales, ante los atropellos políticos, ante la corrupción de los gestores del capital, ni ante las contradicciones que vemos en la Iglesia.

       3.   Pero el “seguimiento “ es, Sobre todo, la “convicción” de que quien está junto a Jesús ha de saber que sale adelante.
       Se puede triunfar a los ojos del sistema, pero en realidad fracasar. Porque cuando lo que se consigue es perpetuar el “statu quo” la situación establecida,  ¿se Puede cometer mayor disparate?
       Seamos lúcidos.
       Lo único que nos puede salvar de la tempestad es estar con Jesús, siguiéndole a él.       Esta es la clave de cuanto nos puede dar paz, por más que la tempestad arrecie.

San Ireneo, obispo y mártir.

SAN IRENEO DE LYON
(†  203)
Nos conserva recuerdos de su infancia el mismo San Ireneo en una carta suya escrita hacia el año 190 a un compañero de su niñez, Florino. Es un bello relato, lleno de vida y verdad. El antiguo condiscípulo se había afiliado a una secta gnóstica y el Santo trata de atraerle al buen camino.
 "No te enseñaron estas doctrinas, oh Florino, los ancianos que nos precedieron, los que habían sido discípulos de los apóstoles. Te recuerdo, siendo yo niño, en el Asia inferior, junto a Policarpo. Brillabas tú entonces en la corte imperial y querías también hacerte querer de Policarpo. Recuerdo las cosas de entonces mejor que las recientes, tal vez porque lo que aprendimos de niños parece que va acompañándonos y afianzándose en nosotros según pasan los años. Podría señalar el sitio en que se sentaba Policarpo para enseñar, detallar sus entradas y salidas, su modo de vida, los rasgos de su fisonomía y las palabras que dirigía a las muchedumbres. Podría reproducir lo que nos contaba de su trato con Juan y los demás que vieron al Señor, y cómo repetía sus mismas palabras; lo que del Señor les había oído, de sus milagros, de sus palabras, cómo lo habían visto y oído, ellos que vieron al Verbo de vida. Todo esto lo repetía Policarpo, y siempre sus palabras estaban de acuerdo con las Escrituras. Yo oía esto con toda el alma y no lo anotaba por escrito porque me quedaba grabado en el corazón y lo voy pensando y repensando, por la gracia de Dios, cada día.”
 "En la presencia del Señor podría yo ahora asegurar que aquel bienaventurado anciano, si oyera lo que tú enseñas, exclamaría, tapándose los oídos: "¡Señor! ¡A qué tiempos me has dejado llegar! ¡Que tenga que sufrir esto! Y seguramente huiría del lugar donde, de pié o sentado, oyese tales palabras."
       Con estas suyas lreneo nos confía lo más hondo de su intimidad. Ha recibido la enseñanza, y se ha familiarizado con la presencia de Cristo junto a quien lo recibió de los que con Él convivieron; él es plenamente de Cristo; no puede sufrir que Cristo sea deformado por vanas especulaciones. Las palabras de Jesús, sus acciones salvadoras, sus milagros, tal como las recibió, en toda su autenticidad, son desde su niñez alimento de su espíritu, por la gracia de Dios las va repitiendo cada día; es desde niño cristiano de constante oración. Seguramente por ello son sus escritos tan densos, sus palabras tan llenas de significado.
    Poco más tarde, cuando Ireneo podía contar unos quince años, hacia el 155, hubo de grabarse en él otro recuerdo, no menos vivo y fecundo. La Iglesia vivía incesantemente amenazada; las leyes persecutorias se mantenían en vigor, aunque hubiera algún período de calma; aún los edictos de Adriano y Antonino Pío reprobando los procesos en los que las turbas acusaban tumultuariamente a los cristianos, y que a veces se alegan como mitigaciones de los primitivos edictos, no siempre tenían cabal cumplimiento. Ciertamente, no se observaron en el caso de San Policarpo.
       Los gentiles y judíos de Esmirna, no contentos con el suplicio de once cristianos que se les ofreció en el circo, reclaman al anciano obispo. Este confiesa valerosamente a Cristo y es condenado a la hoguera, para la que buscan diligentemente leña las turbas. Se presiente la presencia emocionada de cristianos entre los espectadores del suplicio; ellos están a punto para pedir inmediatamente los sagrados despojos, y conservan los detalles del martirio, la serena dignidad del santo anciano, la postrera oración de perdón, paz y entrega. Entre estos cristianos no había de faltar el adolescente que seguía embebecido las enseñanzas del santo obispo.
 Durante veinte largos años se nos hace muy borrosa la figura de Ireneo, aunque por sus escritos podemos colegir con gran seguridad una prolongada estancia en Roma. Su peregrinar de Esmirna a Lyon le fue confirmando en la fidelidad con que se conservaba en las Iglesias que recorría la tradición apostólica; pero hubo también de apreciar el pulular oscuro de jefecillos de sectas diversas, hinchados de vanidad. Volvemos a encontrarle en Lyon en 177 al lado de un grupo excepcional de mártires. Son cerca de cincuenta y los preside el anciano obispo Potino, también oriundo de Asia Menor y discípulo de San Policarpo. Desde la cárcel escriben una carta preciosa dirigida a las Iglesias de Roma, Asia y Frigia; el documento es de lo más hermoso que conservamos de los tiempos martiriales; ellos ven la muerte con sencillez, sin jactancia, como lo que corresponde a cristianos que lo son de veras; en espera del suplicio se preocupan de la perturbación que causa en la Iglesia universal la falsa profecía de Montano, y quieren prevenir. Ireneo trabajaba hacía tiempo al lado de su anciano compatriota el obispo Potino, que le había ordenado presbítero de la iglesia de Lyon. No había sido capturado y lo aprovechan los mártires para que lleve su carta a Roma. En ella le dedican un cumplido elogio.
 Mientras su legación en Roma, muere Potino, acabado de sufrimientos en la cárcel; los otros cincuenta van sucumbiendo a diversos suplicios.
 Al regresar de Roma recae en él el peso de restaurar la iglesia lionense. Contaría Ireneo, al ser promovido al episcopado, unos cuarenta años.
 La labor que se le encomendaba era muy dura. Eran los albores de aquella cristiandad, y el martirio de aquellos cincuenta cristianos tenía que dejar sus filas notablemente menguadas; pero el martirio, lejos de dificultar la propagación de la fe, resultó su mejor ayuda; la sangre de los mártires fue siempre semilla de cristianos. San Ireneo vio crecer su grey de manera maravillosa. Aunque no conocemos bien la organización de la Iglesia en las Galias en esta segunda mitad del siglo II, parece seguro que no había por entonces en aquellos contornos más sede episcopal que la de Lyon; pronto comprobamos la existencia de otras cristiandades; Lyon se había convertido en un pujante centro de irradiación en un área bastante extensa. San Ireneo gobernaba estas nacientes comunidades, ya que el nacimiento de nuevas sedes episcopales en esta parte de las Galias parece bastante más tardío; desde luego, posterior al martirio de San Ireneo. Podemos, pues, dar por seguro que su vida se empleó en frecuentes viajes de misión y organización. Cada una de estas nuevas comunidades cristianas va rindiendo su tributo de martirio; San Alejandro, San Epipodio, San Marcelo, San Valentín y San Sinforiano serían, seguramente, discípulos de San Ireneo en Chalons, Tournus y Autun. La inscripción sepulcral de Pectorio en Autun, hermosa profesión de fe eucarística, puede considerarse como un eco de la predicación de Ireneo.
       Los viajes apostólicos del Santo hubieron de llegar hasta el limes o confín del Imperio, pues él mismo nos da noticia por primera vez de que la predicación cristiana ha llegado más allá de las fronteras y de que empiezan a entrar en la Iglesia gentes de estirpe germánica: los bárbaros.
 Toda esta actividad se desarrolla sin que remita nunca la persecución, en pobreza y peligro; tiene que ser obra casi personal del obispo, pues aún los presbíteros no han empezado a hacerse cargo de comunidades aisladas; es el obispo el único que celebra la sagrada liturgia, admite al bautismo y prepara para el mismo durante el catecumenado, y es también el que recibe a los pecadores a penitencia y reconciliación.
       No poseemos grandes detalles acerca de esta actividad, que, no obstante, podemos apreciar en su impresionante conjunto. Conocemos, en cambio, su labor como maestro, y ello nos revela otro aspecto de máximo interés.
       A todas las dificultades que hubo de vencer se sumó para él la más dura y dolorosa, pues la causaban las defecciones de los mismos cristianos. Aun en el seno de las cristiandades heroicas de los años de las persecuciones no faltó a la Iglesia el desgarramiento interno de la herejía. Esta se presentaba bajo una forma cuya sugestión no comprendemos hoy bien, pero cuyo peligro efectivo fue considerabilísimo. La Iglesia venció el peligro gracias a su inquebrantable adhesión a la enseñanza recibida, conservada con inalterable firmeza por los obispos. El cristianismo, sin este esfuerzo y fidelidad, se hubiera transformado en un pobre sistema no muy lejano de las sectas oscuras de inspiración maniquea que más o menos han sobrevivido. Claro que esto no podía ocurrir, y el Señor preparó los remedios por caminos, por cierto, bien distintos a los que a cualquiera se le hubieran ocurrido. El vario complejo de desviaciones con que se enfrentó San Ireneo se denomina gnosticismo. La gnosis pretende ser un conocimiento más razonable de la religión, patrimonio de un grupo selecto de iniciados. Ya antes de Cristo la gnosis había tratado de encontrar un substrato racional a los cultos paganos. Se trató de emplear el mismo procedimiento con la enseñanza cristiana. Los intentos son varios e inconexos, denominados por sus iniciadores: Basílides, Marcos Valentín, Marción. Tema común a todos suele ser el del origen del mal, que se atribuye a un principio poco menos que divino. Este principio para algunos es el Yahvé del Antiguo Testamento, distinto del Dios de Jesús.
       San Ireneo había conocido algunos de estos sistemas en vida de San Policarpo; desde entonces no ceja en desenmascararlos y hacer ver que nada tienen que ver con la enseñanza cristiana, aunque lo afecten.
 Conservamos una obra de San Ireneo que recoge su actividad como maestro; su título es Manifestación y refutación de la falsa gnosis, aunque se la conoce más corrientemente con el de Adversus haereses.
 Frente a la varia y confusa proliferación de especulaciones, Ireneo mantiene la integridad de la enseñanza de Jesús, tal como la han conservado las Iglesias, por una tradición no interrumpida y de acuerdo con las Santas Escrituras. Entre las diversas Iglesias hay una a la que se acude siempre con seguridad, la de Roma, “la más grande, la más antigua, por todos conocida, fundada por los gloriosos apóstoles Pedro y Pablo". "Con esta Iglesia, a causa de su superior preeminencia, es preciso que concuerden todas las demás que existen en el mundo, ya que los cristianos de los diversos países han recibido de ella la tradición apostólica."
       La argumentación de Ireneo y su práctica eran los buenos frente a la gnosis; una discusión en el mismo terreno de sus corifeos hubiera sido inútil. La verdadera enseñanza es la del que el Padre envió y Él confió a su Iglesia.
 En esta obra de San Ireneo, y en otra de propósitos en gran parte catequéticos, Demostración de la verdad apostólica, se pueden espigar tesoros de enseñanza y piedad. Se considera a Ireneo como el primer teólogo de la Iglesia: lo que más sugestiona en sus escritos es su fuerza de testimonio de la continuidad de la doctrina de la Iglesia; no sólo hacia el pasado, sino principalmente hacia el porvenir, hacia nosotros. Leyendo sus escritos encontramos nuestra fe de hoy, en los términos que hoy empleamos; la seguridad de que somos los mismos que aquel muchacho que escuchaba de los labios de Policarpo los recuerdos directos de los que vieron y oyeron al Señor.
       Es Ireneo el primero que da a la Virgen Santísima el título de causa salutis: causa de nuestra salvación; lo bebió en buena fuente.
 Aún nos ha conservado Eusebio de Cesarea, con un hermoso fragmento de otra carta de Ireneo, un rasgo más de su carácter, que relaciona con su nombre, de resonancias pacificadoras. El papa Víctor, un tanto impacientado por no lograr el acuerdo de las iglesias de Oriente sobre la fecha de la celebración de la Pascua, llegó a pensar en excluirlas de su comunión. Ireneo escribe entonces al Papa, en nombre de los fieles a quienes gobernaba en las Galias. Afirma, desde luego, que debía guardarse la costumbre romana y celebrarse en domingo el misterio de la Resurrección del Señor; pero exhorta respetuosamente al Papa a no excomulgar iglesias enteras por su fidelidad a una vieja tradición. "Si hay diferencias en la observancia del ayuno, la fe, con todo, es la misma." Es honra también del papa Víctor haber escuchado la advertencia del obispo de Lyon.
       La vida laboriosa y santa de San Ireneo termina con el martirio. No sabemos cómo ni cuándo; sin duda en tiempos de Septimio Severo, muy a principios del siglo III. Verosímilmente se encuadran los días del Santo entre los años 140 y 202.
       Figura muy familiar a teólogos e historiadores, era poco conocida del pueblo fiel fuera de Francia. El papa Benedicto XV hizo una obra de justicia al extender su fiesta a la Iglesia universal. Las lecciones del oficio que adoptó el Breviario Romano son un ejemplo de concisa y piadosa exactitud.