8 DE JUNIO - MIÉRCOLES
10ª - SEMANA DEL T.O.- C
San Maximino, confesor
Evangelio
según san Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“No creáis que he
venido a abolirla Ley o los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y
se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los
Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será
grande en el Reino de los Cielos”.
1. Este
texto es clave para entender y vivir todo lo que Jesús explica en el sermón del
monte.
Toda la importancia radica en la contraposición
de los verbos “katalyo” (suprimir) y “pleróo” (cumplir plenamente) (Mt 5, 17).
Jesús afirma —y deja establecido como criterio de
interpretación— que todo lo que va a
decir no significa suprimir la Ley, sino que represente dar pleno cumplimiento
a la Ley.
Se puede asegurar que en esta fórmula se
centra y queda concentrada la clave de comprensión del Evangelio. Y por eso también la originalidad del
cristianismo en su relación con las demás tradiciones religiosas de la
humanidad.
2. Todo
se resume en comprender debidamente estas tres propuestas:
1) El Evangelio de Jesús no es ni
representa la abolición de la Ley (en este caso, la Ley del
A. T.
2) El Evangelio de Jesús es y representa
un comportamiento más exigente que el comportamiento que tenían y al que se
atenían los escribas y fariseos: “si vuestra justicia no es superior a la de
los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5, 20).
3) El Evangelio de Jesús es y representa
un comportamiento más exigente porque es y entraña un aumento del cumplimiento
que no es meramente cuantitativo, sino sobre todo cualitativo de lo que Dios
manda y de lo que Dios quiere de los seres humanos (Ulrich Luz).
3. Al
decir que no se trata de un aumento “cuantitativo”, sino “cualitativo”, lo que afirmamos
es que Jesús no nos pide que cumplamos más leyes, sino que cumplamos las leyes
desde un planteamiento distinto.
En otras palabras, no se trata de una
“intensificación” de las leyes, sino en un “desplazamiento” de esas leyes.
¿Qué significa este desplazamiento?
En las religiones, la Ley de Dios es un
componente más (junto con las creencias, los ritos y la sumisión a lo sagrado).
En el Evangelio, la Ley de Dios es la
mejor relación posible con los demás seres humanos, ya que es en ellos donde
tenemos que encontrar a Dios (Mt 25, 31-42).
Por tanto, en la Religión el centro está
en el templo y lo sagrado, mientras que en el Evangelio el centro está en la
vida entera y en las relaciones que los demás perciben que tenemos con ellos.
En esto reside, a juicio de Jesús, la “plenitud
de la Ley”.
En torno a este eje gira todo el
Evangelio. Y el cristianismo entero.
San Maximino, confesor
Maximino nació al
comienzo del siglo IV el Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia.
Provenía de un hogar muy piadoso.
La santidad de Agricio, obispo de
Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal e ir en busca de aquel
prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo
reconoció en el recién llegado una lúcida inteligencia y un firme amor a la
doctrina católica, razón por la cual le confirió las sagradas órdenes. En el
ejercicio de estas funciones hizo en breve tiempo notables progresos.
Al morir Agricio, conocidos por el
pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime éste fue su sucesor,
ocupando la cátedra de Tréveris en el año 332.
Perturbaba en aquel tiempo en la
Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las
tres personas de la santísima Trinidad; según ellos el Verbo habría sido creado
de la nada y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios,
pero por adopción.
Contra esta interpretación, que
disminuía el misterio de la encarnación y el de la redención del hombre, se
levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el
campeón de la ortodoxia.
Reinaba entonces el emperador
Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron acumulando calumnias sobre
Atanasio, y así lograron que lo desterraste a Tréveris en el año 336. Allí
Maximino lo recibió con evidencias de la veneración que le profesaba y trató
por todos los medios de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con
Pablo, obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris después de un
remedo de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el
Joven, su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.
En el año 345, Maximino concurrió al
concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia,
fueron otra vez condenados. Considerado indispensable para cimentar la paz de
la Iglesia celebrar un nuevo concilio ecuménico. Maximino lo propuso al
emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano
Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica (hoy Sofía,
capital de Bulgaria).
Los arrianos quisieron atraer al
emperador a su secta y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero
Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio
fue nuevamente restablecido.
Vuelto a su Iglesia, Maximino hizo
frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en
Poitiers y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en
el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.
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