30 DE JUNIO - JUEVES
13ª ~ Semana del T.-O.-C
San Marcial
Evangelio
según san Mateo 9, 1-8
En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla
y fue a su ciudad.
Le presentaron un paralitico, acostado en una camilla.
Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:
“¡Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados”!.
Algunos de los letrados
se dijeron:
“Este blasfema”.
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:
“¿Por qué pensáis mal?
¿Qué es más fácil
decir: “tus pecados están perdonados” o, decir “levántate y
anda?”
Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en
la tierra para
perdonar pecados —dijo dirigiéndose al paralítico—: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu
casa”.
Se puso en pie y se fue
a su casa.
Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que
da a los hombres tal potestad.
1. Lo
que importa en este relato es lo que Jesús le dice al enfermo:
“Hijo, se te perdonan ahora los pecados”.
Mateo añade: “Ten ánimo” (thársei).
Una expresión importante, porque Mateo, a
diferencia con Marcos, la pone solo en boca de Jesús.
Pues bien, esto supuesto, lo que está
claro es que el relato va enfocado todo él al perdón de los pecados.
En la teología judía de aquel tiempo, el
pecado es lo que separa al hombre de Dios; y es causa de enfermedad (Lev 26,
14-16; Deut 28, 21 s; 2 Cron 21, 15. 18 s; in 5, 14; 9, 2; 1 Cor 11, 30.
Lo que se confirma con las enseñanzas de
los rabinos: Str. BilI. 1, 495 s) (U. Luz).
Con frecuencia, las religiones añaden, al
sufrimiento físico de la enfermedad, el sufrimiento de verse humillado
socialmente como una mala persona.
2. Como
es lógico, los maestros de la Ley que estaban allí, pensaron lo peor que se podía
pensar de él: que estaba blasfemando.
La blasfemia era un delito tan grave en
Israel, que
quien blasfemaba, por eso mismo merecía la pena de muerte mediante lapidación
(Lev 24, 16; Hech 6, 11).
Como es lógico, los responsables de la
religión no toleran que el asunto del pecado pueda ser gestionado directamente
entre el pecador y Dios. Porque, de ser así, los hombres de la religión se
verían desplazados y perderían el poder más fuerte que retienen.
3. Este
hecho nos lleva derechamente al problema del perdón de los pecados en la
Iglesia.
Es evidente que, tal como el clero ejerce
el poder de perdonar los pecados, ese poder se convierte en una forma de
dominio sobre la privacidad y la intimidad del ser humano.
Un poder que toca donde nada ni nadie
puede tocar. Y bien sabemos el tormento que esto es para muchas personas.
Lo que se traduce en el abandono masivo
del sacramento de la penitencia.
Es verdad que, a mucha gente le sirve de
alivio el poder desahogarse de problemas ¡Como desahogo, eso es bueno!
Como obligación, que condiciona el
perdón, eso es insufrible.
Por eso es importante saber esto: lo que
dice el concilio de Trento (Ses.14, cap. V) sobre la confesión de los pecados,
necesita dos aclaraciones:
1) No es verdad que el Señor instituyera
la confesión íntegra de los pecados.
2) Jesucristo no ordenó sacerdotes “como
presidentes y jueces”, ni siquiera “a modo de” (“ad instar”) presidentes y jueces
(DH 1679). Por tanto, en la Iglesia debe
prevalecer la posibilidad real de que cada cual le pida perdón a Dios y
pacifique su conciencia como más le ayude.
San Marcial
Muy pronto, la imaginación popular,
que tan fácilmente crea leyendas, transformó a Marcial en un apóstol del siglo
I. Enviado a la Galia por el mismo San Pedro, se ha dicho que evangelizó no
solamente la Provincia de Limoges sino toda Aquitania. Realizó muchos milagros,
entre otros el resucitar a la vida a un muerto, tocándolo con una vara que San
Pedro le había dado. Este legendario relato aparece en una “Vida de San
Marcial” atribuida al obispo Aureliano, su sucesor, la cual es en realidad la
obra de un falsificador del siglo XI. De acuerdo a esa obra Marcial nació en
Palestina, fue uno de los setenta y dos discípulos de Cristo, presenció la
resurrección de Lázaro, estuvo en la Última Cena, fue bautizado por San Pedro,
etc.
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