miércoles, 29 de junio de 2016

Párate un momento El Evangelio del día 30 DE JUNIO - JUEVES 13ª ~ Semana del T.-O.-C San Marcial




30 DE JUNIO - JUEVES
13ª ~ Semana del T.-O.-C
San Marcial

       Evangelio según san Mateo 9, 1-8
   En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad.
       Le presentaron un paralitico, acostado en una camilla.
       Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico:
       “¡Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados”!.
        Algunos de los letrados se dijeron:
        “Este blasfema”.
       Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo:
       “¿Por qué pensáis mal?
        ¿Qué es más fácil decir: “tus pecados están perdonados” o, decir “levántate y
anda?”
       Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para
perdonar  pecados  —dijo dirigiéndose al paralítico—:  Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”.
        Se puso en pie y se fue a su casa.
       Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.

       1.   Lo que importa en este relato es lo que Jesús le dice al enfermo:
       “Hijo, se te perdonan ahora los pecados”. Mateo añade: “Ten ánimo” (thársei).
       Una expresión importante, porque Mateo, a diferencia con Marcos, la pone solo en boca de Jesús.
       Pues bien, esto supuesto, lo que está claro es que el relato va enfocado todo él al perdón de los pecados.
       En la teología judía de aquel tiempo, el pecado es lo que separa al hombre de Dios; y es causa de enfermedad (Lev 26, 14-16; Deut 28, 21 s; 2 Cron 21, 15. 18 s; in 5, 14; 9, 2; 1 Cor 11, 30.
       Lo que se confirma con las enseñanzas de los rabinos: Str. BilI. 1, 495 s) (U. Luz).
       Con frecuencia, las religiones añaden, al sufrimiento físico de la enfermedad, el sufrimiento de verse humillado socialmente como una mala persona.

       2.   Como es lógico, los maestros de la Ley que estaban allí, pensaron lo peor que se podía pensar de él: que estaba blasfemando.
       La blasfemia era un delito tan grave en
Israel, que quien blasfemaba, por eso mismo merecía la pena de muerte mediante lapidación (Lev 24, 16; Hech 6, 11).
       Como es lógico, los responsables de la religión no toleran que el asunto del pecado pueda ser gestionado directamente entre el pecador y Dios. Porque, de ser así, los hombres de la religión se verían desplazados y perderían el poder más fuerte que retienen.

       3.   Este hecho nos lleva derechamente al problema del perdón de los pecados en la
Iglesia.
       Es evidente que, tal como el clero ejerce el poder de perdonar los pecados, ese poder se convierte en una forma de dominio sobre la privacidad y la intimidad del ser humano.
       Un poder que toca donde nada ni nadie puede tocar. Y bien sabemos el tormento que esto es para muchas personas.
       Lo que se traduce en el abandono masivo del sacramento de la penitencia.
       Es verdad que, a mucha gente le sirve de alivio el poder desahogarse de problemas ¡Como desahogo, eso es bueno!
       Como obligación, que condiciona el perdón, eso es insufrible.
       Por eso es importante saber esto: lo que dice el concilio de Trento (Ses.14, cap. V) sobre la confesión de los pecados, necesita dos aclaraciones:
       1) No es verdad que el Señor instituyera la confesión íntegra de los pecados.
       2) Jesucristo no ordenó sacerdotes “como presidentes y jueces”, ni siquiera “a modo de” (“ad instar”) presidentes y jueces (DH 1679).   Por tanto, en la Iglesia debe prevalecer la posibilidad real de que cada cual le pida perdón a Dios y pacifique su conciencia como más le ayude.

San Marcial

San Marcial fue obispo de Limoges en el siglo III. No tenemos información precisa sobre su origen, fechas de nacimiento y muerte, o de las acciones de este obispo. Todo lo que sabemos de él procede de San Gregorio de Tours y puede ser resumido así: “Bajo el consulado de Decio y de Grato siete obispos fueron enviados de Roma a la Galia a predicar el Evangelio: Gatiano a Tours; Trófimo a Arles, Pablo a Narbona, Saturnino a Toulouse, Dionisio a París, Austremonio a Clermont y Marcial a Limoges. Marcial parece haber sido acompañado por dos sacerdotes traídos por él del Oriente, así que él pudo haber nacido en esa región. Tuvo éxito en lograr la conversión de los habitantes de Limoges a la verdadera fe y su memoria ha sido siempre venerada allí.
Muy pronto, la imaginación popular, que tan fácilmente crea leyendas, transformó a Marcial en un apóstol del siglo I. Enviado a la Galia por el mismo San Pedro, se ha dicho que evangelizó no solamente la Provincia de Limoges sino toda Aquitania. Realizó muchos milagros, entre otros el resucitar a la vida a un muerto, tocándolo con una vara que San Pedro le había dado. Este legendario relato aparece en una “Vida de San Marcial” atribuida al obispo Aureliano, su sucesor, la cual es en realidad la obra de un falsificador del siglo XI. De acuerdo a esa obra Marcial nació en Palestina, fue uno de los setenta y dos discípulos de Cristo, presenció la resurrección de Lázaro, estuvo en la Última Cena, fue bautizado por San Pedro, etc.



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