jueves, 9 de junio de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 10 DE JUNIO – VIERNES – 10ª - SEMANA DEL T.O.-C San Landerico, obispo






10 DE JUNIO – VIERNES –
10ª -  SEMANA DEL T.O.-C
San Landerico, obispo

       Evangelio según san Mateo 5, 27-32

       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
       “Habéis oído el mandamiento: “no cometerás adulterio”.
       Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
       Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro, que ser echado entero en el abismo.
       Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro, que ir a parar entero al abismo.
       Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”.
       Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer-excepto en caso de prostitución -la expone al adulterio, y el que se case con la divorciada cometerá adulterio”.

       1.   Lo decisivo de este evangelio está en la “prohibición del deseo”.
       Se trata de la prohibición que establece el último mandamiento del decálogo.
       Lo peculiar de este mandamiento es que no prohíbe una “acción”, sino un “deseo”:  “No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás su mujer, ni su siervo, ni su criado, ni su toro, ni su asno, ni nada de lo que a tu prójimo pertenece” (Ex 20, 17).

       2.   Por tanto, lo que aquí prohíbe Jesús no es un problema relacionado con la sexualidad, sino con la justicia.
       Porque, como muy bien se ha dicho, “el legislador que prohíbe el deseo de los bienes del prójimo se esfuerza por resolver el problema número uno de toda comunidad humana: la violencia interna” (R. Girard).
       Y es que, por experiencia, sabemos que el deseo de lo ajeno es la fuente original de la violencia en todas sus formas: la violencia económica, política, social, sexual, profesional, familiar.
       En la actual situación de crisis económica, hasta los economistas más prestigiosos están de acuerdo en que la raíz de este asombroso desastre está en la codicia de quienes, sin escrúpulos, han manejado (y siguen manejando) miles de millones para satisfacer “su propio deseo”.
       El Evangelio es duro y tajante en este asunto: la mentalidad del seguidor de Jesús ha de ser tal, que su convicción básica ha de ser tan firme y tan fuerte, que ha de preferir arrancarse algo propio de sí mismo (aunque sea una mano, un ojo, un pie...), por no arrancarle a otro lo que le pertenece a él.
       Te quedas mutilado, antes que quedarte con lo que es de otro.

       3.   ¿Qué pensar de todo esto en los tiempos que vivimos y viendo las cosas que estamos viendo y padeciendo?
       Pero ¿qué religión es esta, que le permite a tanta gente ir a misas, procesiones y peregrinajes, obligar a los niños a aprender religión en las escuelas o meter en la cárcel a la mujer que comete un aborto, pero al mismo tiempo se queda con lo que no es suyo y encima miente y engaña y hace trampas, y para colmo andan por ahí en funciones de iglesia, con obispos como amigos y hasta se van a Roma a pedirle al papa que los bendiga...?
       Esto ya no es el gran teatro del mundo. Es el circo de malos payasos.

San Landerico, obispo

En París, ciudad de Neustria, san Landerico, obispo, de quien se cuenta que, en tiempo de hambre, para atender a los pobres enajenó los ornamentos de la iglesia, y que edificó un hospital junto a la iglesia catedral.

Durante el reinado de Clovis II y en el año 650, San Landerico se convirtió en obispo de París. Era un hombre muy sencillo, de profunda devoción, que se distinguió particularmente por su gran amor a los pobres. Para aliviar sus penurias durante una época de hambre, no sólo vendió todas sus posesiones personales, sino también algunos vasos y muebles de la Iglesia. Antes de que san Landerico gobernase la diócesis, no había en París otras facilidades para atender a los pobres que unas cuantas hospederías y «matriculae» que, para sostenerse, día con día, dependían exclusivamente de las cotidianas limosnas.

A San Landerico se le atribuye la fundación del primer hospital propiamente dicho que hubo en París, cerca de la catedral de Notre Dame y dedicado a San Cristóbal.
Posteriormente, aquel pequeño centro de beneficencia se desarrolló hasta convertirse en la gran institución del Hótel-Dieu, que durante muchos siglos fue famosa en todo el mundo.
En el año 653, el obispo Landerico eximió de su jurisdicción episcopal a la abadía de Saint Denis. La fecha de la muerte de San Landerico es incierta, pero no hay duda de que ocurrió antes del 660, puesto que aquel año, un monje llamado Marculfo, le dedicó una colección de fórmulas eclesiásticas que él mismo había reunido por instrucciones del extinto obispo.

Es escasa la información que se puede obtener sobre San Landerico, pero los bolandistas en Acta Sanctorum, junio, vol. II, consiguieron reunir un relato, tomado sobre todo de las lecciones del breviario, de fechas muy posteriores. Sobre la fundación y los primeros años de existencia de Saint Denis.


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