11 DE JUNIO - SÁBADO
10ª - SEMANA DEL T.O.-C
San Bernabé, apóstol.
Evangelio
según san Mateo 5, 33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“Sabéis que se mandó a los antiguos: “No jurarás en falso” y
“Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo
os digo que no juréis en absoluto, ni por el Cielo, que es el trono de Dios; ni
por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la
ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu
cabeza, pues no puedes volver blanco o negro ni un solo pelo.
A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene
del Maligno”.
1. Soren
Kierkegaard dejó escrito: “El juramento es una contradicción tan grande como
dejar que un hombre jure poniendo la mano sobre el Nuevo Testamento donde se
dice: no debes jurar” (El Instante, n° 3).
Hay cargos públicos, que toman posesión
del cargo, cometiendo esta contradicción.
Y luego, cuando la gente ve los
disparates que comete el que puso a Dios por testigo para darle validez a su gestión
del cargo, ¿qué dirán de Dios y de la religión que cree en el esperpento a que
da pie esa forma de entender y vivir la religión?
Y es que, ya los antiguos pensadores,
insistieron en que el hombre debe inspirar confianza por sí mismo y no ha de
estar ligado a ninguna otra autoridad.
El juramento es indigno del hombre libre
(Sófocles,
Menandro, Epicteto, Quintiliano). Y otro
tanto en los escritores judíos
(Filón, F.
Josefo).
2. Jesús
exige la veracidad absoluta de la palabra humana. Porque, como ya dijo A.
Schlatter, Jesús “eliminó la distinción
entre las palabras que tienen que ser verdaderas y aquellas otras que no
necesitan serlo” (cf. U. Luz).
Jurar es, en el fondo, no aceptar que la
palabra humana merece, por sí sola y por sí misma, una credibilidad incuestionable.
Se echa mano de “lo divino” porque “lo humano”, por sí solo, no es de fiar. Lo
cual es, en definitiva, un profundo menosprecio a la dignidad y credibilidad
humana, sin más.
Por otra parte, el juramento es una
utilización de Dios, de su santo nombre y de su autoridad, para dar crédito a
la palabra humana.
Ahora bien, de sobra sabemos que, con
frecuencia, la palabra humana es falaz, insegura, engañosa. Y por eso precisamente echamos mano de la
autoridad de Dios, para completar lo que le falta a la sola autoridad del ser humano.
Y eso, exactamente eso, es lo que Jesús no tolera.
Jesús aprecia tanto lo humano, le da
tanto valor y le otorga tanto respeto, que no tolera ni ponerse él en lugar del
hombre.
La prohibición del juramento es, en definitiva,
la afirmación más fuerte de respeto a la dignidad y a la credibilidad que
merece lo humano, lo verdaderamente humano, sin mezcla de inhumanidad.
3. Tenemos
que “secularizar” la vida, la sociedad, la convivencia, las instituciones.
Meter a Dios
en todo, es algo que equivale (sin darnos cuenta) a un acto de menos-precio a
la dignidad de la palabra humana y del ser humano.
En todo caso, siempre nos tendría que
bastar la tradicional “Palabra de honor”. Porque el honor humano, bien
entendido, es honor divino.
San Bernabé, apóstol.
A pesar de que San Bernabé no fue uno
de los doce elegidos por Jesucristo, es considerado Apóstol por los primeros
padres de la Iglesia, aún por San Lucas, a causa de la misión especial que le
confió el Espíritu Santo y de su activa tarea apostólica.
Bernabé
era un judío de la tribu de Levi, había nacido en Chipre; su nombre original
era el de José, pero los Apóstoles lo cambiaron al de Bernabé que significa
‘hombre esforzado’. Se le menciona en las Sagradas Escrituras, en el cuarto
capítulo de los Hechos de los Apóstoles; se menciona la venta de sus
propiedades.
El Santo
fue elegido para llevar el Evangelio a Antioquía, instruir y guiar a los
neófitos. Para esta misión obtuvo la cooperación de San Pablo. Los dos
predicadores obtuvieron gran éxito; Antioquía se convirtió en el gran centro de
evangelización y fue ahí donde, por primera vez, se dio el nombre de
Cristianos, a los fieles seguidores de Cristo. Tiempo más tarde, se les
encomendó una nueva misión y partieron a cumplirla, acompañados por Juan
Marcos. Primero se trasladaron a Seleucia y después a Salamina, en Chipre.
Luego llegaron a Pafos, donde convirtieron al procónsul romano Sergio Paulo,
navegaron hasta Perga en Pamfilia, donde Juan Marcos los abandonó. En Iconium, en
Licaonia, estuvieron a punto de morir apedrados. En Listra, San Pablo curó
milagrosamente a un paralítico y los habitantes paganos los confundieron con
dioses. De regreso a Antioquía pasaron por todas las ciudades que habían
visitado para confirmar y ordenar presbíteros. Surgieron ciertas diferencias
entre San Pablo y San Bernabé, por lo que decidieron separarse. San Bernabé
partió entonces hacia Chipre, acompañado de Juan Marcos, para visitar las
iglesias que ahí se habían fundado.
Alrededor
del año 60 ó 61, San Bernabé ya había muerto. Se dice que fue apedrado hasta
morir en Salamina.Otra tradición nos lo presenta como predicador en Alejandría
y en Roma y además como primer obispo de Milán.
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