jueves, 16 de junio de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 17 DE JUNIO – VIERNES 11ª – Semana del T.O.-C Santa Teresa de Portugal, reina






17 DE JUNIO – VIERNES
11ª – Semana del T.O.-C
Santa Teresa de Portugal, reina

Evangelio según san Mateo 6, 19-23
       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
       “No amontonéis tesoros en la tierra donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban.
       Amontonad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roan, ni ladrones que abran boquetes y roben.   Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón.
       La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será tu oscuridad!”.

       1.   Este pasaje es central en el Evangelio. Porque concentra la atención justamente en el mismo punto en que hoy se centra la atención de quienes mandan en el mundo.
       Aquí topamos con el poder del dinero.
       El dinero que se acumula, se amontona, se atesora.
       Hasta convertirse en el “fetiche” que enloquece y fanatiza a los grandes capitales, los capitalistas de verdad.
       Esto es lo que expresa el sustantivo
“thésauros” y el verbo “thésaurithó” (D. Zeller).

       2.   La enseñanza de Jesús es que quien se dedica a atesorar hace exactamente lo mismo que tanto apetecen los ladrones.  O sea, que quien atesora, en definitiva, es un ladrón.
       Y además, eso tiene una consecuencia fatal, que consiste en que arrastra el corazón y termina cegando el corazón.
       Es decir, degrada a la persona y la lleva derecha a su perdición.

       3.   ¿Por qué su perdición? Porque la forma más eficaz de acumular capital, en el momento que vivimos, no es ya el capital “productivo”, ni el capital “comercial”,  sino que es el capital “financiero”.
       Ahora bien, no hay que ser un economista (de estudios especializados en esos asuntos) para saber que el capital financiero es eficaz solamente a partir de dos principios fundamentales, que hay que cumplir de forma implacable, si es que con ese capital se quiere ganar más dinero.
       Esos dos principios son:
       1°) Invertir grandes cantidades.
       2°) No tener prisa para conseguir beneficios.
       Lo cual quiere decir que el capital financiero resulta verdaderamente lucrativo y rinde de verdad, únicamente cuando quien dispone de mucho dinero; y quien no tiene necesidad apremiante de sacarle a ese dinero las mayores ganancias, dedica grandes cantidades a acumular más y más.
       De donde se sigue, de forma inevitable, que el capital financiero es la fuente de acumulación más asombrosa que han podido inventar los ricos, para hacerse más ricos.     ¿Consecuencia?
       La desigualdad entre ricos y pobres se acrecienta cada día y hasta cada hora que pasa.        Por tanto, la distancia, que separa a ricos de pobres, es cada minuto más espantosa.
       ¿No es esto el “acumular tesoros” que condena Jesús?
       ¿Y podemos seguir diciendo que hay “finanzas éticas”?
       La desvergüenza no está en el “destino” del dinero, sino en el “procedimiento” para acumularlo.
       ¿Por qué la Iglesia se calla esto?
       ¿Por qué los cristianos lo siguen practicando y hasta lo enseñan en sus grandes centros de estudios de economía y finanzas?   ¿Hasta cuándo seguiremos practicando esta desvergüenza canalla con buena conciencia?

Santa Teresa de Portugal, reina


El rey Sancho I de Portugal tenía tres hijas: Teresa, Sancha y Mafalda, todas las cuales alcanzaron los honores de la Iglesia. Teresa, la mayor, casó con su primo Alfonso IX, rey de León, con quien tuvo varios hijos; sin embargo, al cabo de algunos años, el matrimonio se declaró inválido, puesto que marido y mujer eran consanguíneos y se habían unido sin una previa dispensa de la Iglesia. Teresa amaba a su marido y se negaba a dejarlo, pero a fin de cuentas y tras muchas discusiones, convinieron en separarse de común acuerdo. Al regresar a Portugal, Teresa descubrió en Lorvâo, donde tenía propiedades, un monasterio de benedictinos con muy escasos monjes, quienes, por negligencia, habían dejado de observar sus reglas. En consecuencia, Teresa hizo retirar a los frailes y puso en su lugar a una comunidad de monjas de la regla del Císter. Teresa reparó y amplió el edificio para acomodar a 300 monjas y reconstruyó la iglesia.
A pesar de que se quedó en el convento y tomaba parte activa en la vida de las religiosas, no hizo profesión para tener la libertad de administrar la casa y de ir y venir cuando quisiera. Al enterarse de la muerte de su hermana Sancha, Teresa acudió al monasterio de Celias, el que había fundado Sancha, por la noche y sin anunciarse, para llevarse sigilosamente el cadáver de su hermana, que yacía dentro del féretro en el coro de la iglesia, y sepultarlo en Lorvâo. La última de las apariciones de Teresa en público, ocurrió dos o tres años más tarde. Salió de su retiro a ruegos de Berengaria, la viuda del rey Alfonso IX, el que había estado casado, primero, con Teresa, a fin de que ésta buscase la manera de arreglar las disputas entre sus respectivos hijos, sobre la sucesión al trono de León. Gracias a la mediación de Teresa, se llegó a un acuerdo equitativo y se restableció la paz en la familia. Al partir, declaró que ya estaba cumplida su tarea en este mundo y que ya nunca volvería a salir del convento.
Posiblemente fue por entonces cuando se decidió a tomar el velo. Vivió hasta el año de 1250 y, a su muerte, fue sepultada junto a la beata Sancha. El culto fue aprobado en 1705. Aunque formalmente sólo ha sido beatificada, se la encuentra indistintamente nombrada como beata o como santa, e incluso el Martirologio Romano actual la llama "santa", si bien acompaña el título con el asterisco que indica que se trata de un beato.


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