12 de Junio Domingo
11ª Semana de T.O.- C
Lectura
del segundo libro de Samuel 12, 7-10. 13
En aquellos días, Natán dijo a David:
-«Así dice el Señor, Dios de Israel:
"Yo te ungí rey de Israel, te libré de la mano de Saúl. Te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te di la casa de Israel y de Judá. Y, por si fuera poco, te añadiré mucho más.
¿Por qué has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que desagrada?
-«Así dice el Señor, Dios de Israel:
"Yo te ungí rey de Israel, te libré de la mano de Saúl. Te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te di la casa de Israel y de Judá. Y, por si fuera poco, te añadiré mucho más.
¿Por qué has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que desagrada?
Hiciste morir a espada a Urías el hitita, y te apropiaste de
su mujer como esposa tuya, después de haberlo matado por la espada de los
amonitas.
Pues bien, la espada no se apartará de tu casa jamás, por
haberme despreciado y haber tomado como esposa a la mujer de Urías. El
hitita"».
David respondió a Natán:
-«¡He pecado contra el Señor!».
Natán le dijo:
-«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás».
David respondió a Natán:
-«¡He pecado contra el Señor!».
Natán le dijo:
-«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás».
SALMO
RESPONSORIAL 31, 1-2. 5. 7. 11
R. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
·
Dichoso el
que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. y en cuyo espíritu no hay engaño. R.
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. y en cuyo espíritu no hay engaño. R.
·
Había
pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
·
Tú eres mi
refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R.
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R.
·
Alegraos,
justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero. R.
aclamadlo, los de corazón sincero. R.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los
Gálatas 2, 16. 19-21
Hermanos:
Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la
ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo
Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley.
Pues por las obras de la ley no será justificado nadie.
Para la ley yo he muerto, con el fin de vivir para Dios.
Estoy crucificado con Cristo: vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
No anulo la gracia de Dios; pero si la justificación es por medio de la ley, Cristo habría muerto en vano.
Pues por las obras de la ley no será justificado nadie.
Para la ley yo he muerto, con el fin de vivir para Dios.
Estoy crucificado con Cristo: vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
No anulo la gracia de Dios; pero si la justificación es por medio de la ley, Cristo habría muerto en vano.
Evangelio
según san Lucas 7, 36-8, 3
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con
él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa.
En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al
enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco
de alabastro lleno de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies,
llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los
cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
-«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
-«Simón, tengo algo que decirte».
Él contestó:
-«Dímelo, maestro».
Jesús le dijo:
-«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos.
-«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
-«Simón, tengo algo que decirte».
Él contestó:
-«Dímelo, maestro».
Jesús le dijo:
-«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos.
¿Cuál de ellos le mostrará más amor?»
Respondió Simón y dijo:
-«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
-«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
-«¿Ves a esta mujer?
Respondió Simón y dijo:
-«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
-«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
-«¿Ves a esta mujer?
He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies;
ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado
con sus cabellos.
Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que
entré, no ha dejado de besarme los pies.
Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me
ha ungido los pies con perfume.
Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados,
porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo:
-«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
-«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?»
Pero él dijo a la mujer:
-«Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le servían con sus bienes.
Y a ella le dijo:
-«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
-«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?»
Pero él dijo a la mujer:
-«Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le servían con sus bienes.
Pecado y perdón
Mucha gente que no ha leído la Biblia piensa que debe ser parecida a las
vidas de santos, llenas de ejemplos edificantes. Nada más distinto de la
realidad, como lo demuestran las lecturas de hoy.
David, adúltero y asesino (1ª lectura)
La primera lectura requiere una ambientación, porque han mutilado tanto el
texto que no se comprende lo que dice.
Una de las misiones principales del rey en la antigüedad era conducir al
pueblo a la guerra. Así actuó David en los comienzos, luchando contra los
filisteos. Pero años más tarde, cuando hubo que luchar contra Amón (parte de la
actual Jordania), envió al ejército al mando de sus generales, mientras él se
quedaba en Jerusalén, aprovechando para echarse unas buenas siestas, de las que
se levantaba al ponerse el sol. Así lo cuenta la Biblia.
Una de esas tardes, ve desde su azotea a una mujer muy hermosa, se interesa por
ella y le dicen que está casada: se trata de Betsabé, la esposa de uno de sus
generales extranjeros, el hitita Urías. Esto no impide a David llamarla y
cometer adulterio con ella. Pero la cosa será más grave todavía. Con una
estratagema, consigue que los amonitas maten a Urías, para poder casarse con
Betsabé.
Dios no se queda callado, y envía a David al profeta Natán. Este, en vez de
denunciar abiertamente el doble pecado, le cuenta al rey un caso que ha
provocado su indignación y desconcierto (copio el texto bíblico):
“Había dos
hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de
ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba
criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de
su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del
rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped,
tomó la cordera del pobre y convidó a su huésped.
David se puso furioso contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive Dios, que el
que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pagará cuatro
veces el valor de la cordera.”
En este momento es cuando comienza la primera lectura de hoy (2 Samuel 12,7 10,13).
Entonces Natán dijo a David: «Ese hombre
eres tú….
Sin la historia previa resulta difícil entender la lectura. Pero lo más
importante es la actitud de David: es una canalla, adúltero y asesino, pero
también sabe reconocer, inmediatamente, su pecado. Los capellanes de las
cárceles comentan que es difícil encontrar a un preso que se reconozca
culpable. Y nosotros, ¿cómo somos? ¿Sabemos reconocer humildemente: “he pecado
contra el Señor”?
Una prostituta (evangelio)
En la primera lectura, quien se enfrenta al pecador es un profeta, en nombre de
Dios. En el evangelio, quien se enfrenta a la pecadora (una prostituta) es un
fariseo; pero no la anima a convertirse, ni siquiera le habla, simplemente la
desprecia. En cambio, Jesús, el profeta, antes de perdonarla, la alaba y la
defiende.
El relato comienza contraponiendo a dos personajes: el
fariseo, que simboliza a la gente buena, fiel a Dios, escrupulosa en el
cumplimiento de todas las normas; y la prostituta, que en la tradición bíblica
aparece como un peligro para los jóvenes y no tan jóvenes, porque aparta de la
esposa y corrompe.
Lucas no dice cómo, pero ambos han entrado en contacto con Jesús. Al fariseo le
mueve la curiosidad, y lo invita a comer. La prostituta debe haber escuchado o
visto algo en Jesús que la ha conmovido y va en su busca.
El relato, fácil de entender a primera vista, resulta más complejo de lo que
parece. De acuerdo con la parábola que cuenta Jesús, A quien poco se le
perdona, poco amor muestra. Primero se produce el perdón y, como
consecuencia, el agradecimiento. Sin embargo, la mujer manifiesta su
agradecimiento antes de que la perdonen: Quedan perdonados sus muchos
pecados, porque ha mostrado mucho amor.
¿Cómo se resuelve esta contradicción? Pienso que la solución es fácil: la mujer
se ha sentido perdonada antes de entrar en la casa, mucho antes de que Jesús le
diga Tus pecados quedan perdonados. Basta imaginarla
escuchando uno de los discursos de Jesús en los que hablaba del amor de Dios,
de Dios como Padre, de Dios pastor que busca a la oveja perdida; o imaginarla
contemplando cómo Jesús come con los seres más odiados de la época, los recaudadores
de impuestos (publicanos), y con las mujeres más despreciadas, las prostitutas
como ella.
Una de las grandes diferencias entre David y la prostituta es que David
necesita que alguien le tienda una trampa y le obligue a confesar su pecado. La
prostituta tiene un corazón más limpio, le basta ver y oír a Jesús para poner
en crisis toda su vida. Pero es una crisis saludable. Como le dice Jesús al
final, Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
No me detengo en otros aspectos del relato, como su marcado tinte polémico,
haciendo que Jesús permita a la prostituta unas acciones escandalosas para
cualquier persona biempensante.
Relacionando estas palabras con el relato anterior, todo se centra en la
relación de Jesús con las mujeres, y de la gran importancia que tenían dentro
del grupo de sus seguidores. Marcos, el primer evangelista, lo deja claro al
final, durante el relato de la pasión. Lucas, en cambio, quiere que sus
lectores lo sepan desde el primer momento. Eran muchas las mujeres que sentían
un profundo agradecimiento a Jesús, le acompañaban y ponían sus bienes a
disposición del grupo.
El perdón a través de Jesús (2ª lectura)
La lectura de san Pablo no se elige por su relación con el evangelio, pero hoy es
fácil relacionarlos. Ante la realidad del pecado, ¿qué nos salva? El fariseo
habría respondido: me salvo yo a mí mismo observando la ley de Moisés. Y muchos
cristianos de origen judío seguían pensando lo mismo. Pero Pablo, que había
sido fariseo y se había esforzado por cumplir las leyes a rajatabla, al conocer
a Cristo advirtió que eso no era cierto. Quien lo había salvado era Jesús,
muriendo por él.
Dos ejemplos edificantes
Decía al comienzo que la Biblia no es un conjunto de
historias edificantes. Pero a través de una realidad escandalosa de adulterios,
asesinatos, prostitución, nos invita a convertirnos, convencidos de que todos
podemos repetir, con Pablo, que Jesús me amó y se entregó a sí mismo
por mí.
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