16 DE JUNIO - JUEVES
11ª – Semana del T.-O.-C
Santos Quirico y Julita, mártires
Evangelio
según san Mateo 6,7-15
Dijo Jesús a sus discípulos:
“Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles,
que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.
No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace
falta antes que lo pidáis.
Vosotros rezad así: “Padre nuestro del Cielo, santificado sea
tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues
nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del Maligno”. Porque si
perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del Cielo os perdonará
a vosotros. Pero si no perdonáis a los
demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas”.
1. La
oración ocupa un lugar importante en la vida de toda persona que, de la manera
que sea, se considera religiosa.
Pero sobre todo la oración es tan
importante porque, cuando oramos, lo que realmente hacemos es expresar lo que
más deseamos.
En esto radica la importancia del
“Padrenuestro”. Porque, en definitiva,
esta oración no es sino la fórmula en la que Jesús nos dejó dicho a los
cristianos lo que más debemos desear en nuestra vida y cómo lo debemos
expresar.
2. El
deseo primero, el más importante de todos, debe ser que el santo nombre de Dios
no sea jamás utilizado para lo que no se debe utilizar (someter a otros, ganar
dinero, lograr un cargo, tener fama, hacer que los demás se aguanten o se resignen...).
Esto supuesto, lo importante sobre todo
es que el reinado de Dios se realice.
El
reinado que Jesús explica en las parábolas del Evangelio.
El reinado que consiste, en definitiva,
en que se cumpla lo que Dios quiere, que no es otra cosa que nuestra felicidad,
la paz y la armonía entre todos y, si alguien es preferido, que sea el más
desgraciado, el débil, el desamparado, el que se siente más solo y sufre más.
Esto tiene que ser lo que más deseemos. Y
por eso en esto se tiene que centrar, ante todo, nuestra oración.
3. Y,
por último, supuesto lo dicho, no nos puede faltar nunca el deseo intenso y apremiante
de que a nadie le falte el pan de cada día, lo necesario para la vida.
Y, junto a eso, que tengamos siempre
presente que Dios nos va a perdonar exactamente lo que nosotros seamos capaces
de perdonar a otros.
Así, el “Padrenuestro” es (y consiste en)
el ordenamiento cabal de nuestros deseos. Y, con nuestros deseos, de nuestra
vida.
Es, por eso, la oración de la honradez y
la bondad.
De ahí que una persona que reza el
“Padrenuestro”, como se tiene que rezar, eso es el indicador más claro de que
estamos ante una buena persona.
Es decir, una persona buena a carta cabal.
Una persona desconcertantemente buena. Con lo que el Padrenuestro, si algo
serio y fuerte nos viene a decir, es que lo ÚNICO que importa en esta vida es la
bondad al servicio de la justicia.
El que vive eso —y lo vive así—, ese es
el que va derecho a Dios.
Santos Quirico y Julita, mártires
Santos
Ciro (Ciriaco) y Julita, Mártires
Junio 16
Niño Mártir y su Madre
(al niño también se lo conoce como San Qurico)
Martirologio Romano: En la provincia romana de Asia Menor, conmemoración de los santos Quirico y Julita, mártires.
Etimoligìa: Ciro = Aquel que es señorial. Viene del griego.
Junio 16
Niño Mártir y su Madre
(al niño también se lo conoce como San Qurico)
Martirologio Romano: En la provincia romana de Asia Menor, conmemoración de los santos Quirico y Julita, mártires.
Etimoligìa: Ciro = Aquel que es señorial. Viene del griego.
Cuando los edictos de
Diocleciano contra los cristianos se aplicaban con la máxima severidad en
Licaonia, una viuda llamada Julita, que vivía en Iconio, juzgó prudente
retirarse de un distrito donde ocupaba una posición prominente y buscar un
refugio seguro bajo un régimen más clemente. En consecuencia, tomó consigo a su
hijo Ciríaco o Quiricio, de tres años de edad, y a dos de sus servidoras y
escapó hacia Seleucia. Ahí quedó consternada al descubrir que la persecución
era todavía más cruel, bajo la dirección de Alejandro, el gobernador y, por lo
tanto, continuó su huida hasta Tarso. Su arribo a la ciudad fue inoportuno,
puesto que coincidió con el de Alejandro; algunos de los miembros de la
comitiva del gobernador reconocieron al pequeño grupo de peregrinos. Casi
inmediatamente, Julita fue detenida y encerrada en la prisión.
Al comparecer ante los jueces
del tribunal que iba a juzgarla, llevaba a su hijo de la mano y denotaba una
absoluta serenidad. Julita era una dama de noble linaje con muy vastas y ricas
posesiones en Iconio, pero en respuesta a las preguntas sobre su nombre,
posición social y lugar de nacimiento, sólo afirmó que era cristiana. En
consecuencia, el proceso no tuvo lugar y se la condenó a recibir el castigo de
los azotes atada a las estacas. Antes de que se cumpliera con la sentencia, le
fue arrebatado su hijo Ciríaco, a pesar de sus lágrimas y sus protestas.
En la leyenda sobre estos santos se dice que Ciríaco
era un niño muy hermoso y que el gobernador lo tomó en sus brazos y lo sentó
sobre sus rodillas, en un vano intento para que dejase de llorar. La criatura
no quería más que volver al lado de su madre y extendía sus brazos hacia ella
mientras la azotaban y, cuando Julita gritó, en medio de la tortura: «¡Soy
cristiana!», el niño repuso como un eco: «¡Yo soy crisitano también!». En un
momento dado, a impulsos de la ansiedad por librarse de las manos que le
retenían y correr hacia su madre, el chiquillo comenzó a debatirse y, como
Alejandro se esforzaba por contenerle, le propinó algunas patadas y le rasguñó
la cara. La actitud del niño, completamente natural en aquellas circunstancias,
encendió la cólera del gobernador.
Se levantó hecho una furia, alzó
a la criatura por una pierna y lo arrojó con fuerza sobre los escalones, al pie
de su tribuna; el cráneo se le fracturó y quedó muerto al instante. Julita lo
había presenciado todo desde las estacas donde estaba atada, pero en vez de
manifestar su dolor, levantó la voz para dar gracias a Dios por haber concedido
a su hijo la corona del martirio. Su actitud no hizo más que aumentar el furor
de Alejandro. Este mandó que desgarrasen los costados de la infortunada mujer
con los garfios, que fuese decapitada y que su cuerpo, junto con el de su hijo,
fuera arrojado a los basureros en las afueras de la ciudad, con los restos de
los malhechores. Sin embargo, después de la ejecución, el cadáver de Julita y
el de Ciríaco fueron rescatados por las dos criadas que habían traído desde
fconio, quienes los sepultaron sigilosamente en un campo vecino.
Cuando Constantino restableció
la paz para la Iglesia, una de aquellas servidoras reveló el lugar donde se
hallaban enterrados los restos de los mártires, y los fieles acudieron en
tropel a venerarlos. Se dice que las supuestas reliquias de san Ciríaco se trasladaron
de Antioquía durante el siglo cuarto, por iniciativa de san Amador, obispo de
Auxerre. Esto extendió el culto por este niño santo en Francia, con el nombre
de san Cyr, pero en realidad no hay ninguna prueba concreta para relacionar a
los santos históricos Julita y Ciríaco -si aceptamos su existencia- con la
ciudad de Antioquía. A pesar de que posiblemente fueron martirizados un 15 de
julio, fecha en que se conmemora su fiesta en el Oriente, el Martirologio
Romano los festeja el 16 de junio.
Es una pena tener que descartar
una historia tan conmovedora y a la que tanto crédito se dio durante la Edad
Media en Oriente y Occidente; pero la leyenda, tal como se ha conservado en
todas sus formas, es positivamente una ficción. Las «Actas de Ciríaco y Julita»
fueron proscritas en el decreto de Pseudo-Gelasio en relación con los libros
que no debían ser leídos y, a pesar de que esta ordenanza no procedía del Papa
San Gelasio, llega hasta nosotros revestida con la autoridad de su antigüedad y
de haber sido generalmente aceptada. El padre Delehaye favorece la opinión de
que Ciríaco fue el verdadero mártir y el personaje central de la leyenda
fabricada posteriormente.
Tal vez procedía de Antioquía,
como se afirma en el Hieronymianum, pero lo cierto es que su nombre aparece
solo y no unido al de Julita en muchas inscripciones y dedicatorias de iglesias
y lugares diversos, en toda Europa y el Cercano Oriente.
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