27 DE JUNIO - LUNES
13ª ~ Semana del T.-O.-C
San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor
Evangelio
según san Mateo 8, 18-22
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio
orden de atravesar a la otra orilla.
Se le acercó un letrado y le dijo: “Maestro, te seguiré adonde vayas”.
Jesús le respondió:
“Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el
Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
Otro que era discípulo, le dijo:
“Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”.
Jesús le replicó:
“Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos”.
1. La
mera coincidencia temporal, y el orden de las lecturas que la liturgia propone para
la misa de cada día, nos hacen ver este año, uno junto a otro, los dos relatos más
fuertes, que se conservan en los evangelios, sobre el “seguimiento de Jesús”.
El relato de Lucas (9, 57-62) y el de
Mateo que tenemos aquí.
Pero aquí conviene recordar que estos
relatos de “seguimiento” no son los únicos.
El verbo “akolouthein”— “seguir” se
repite hasta 92 veces en los evangelios, para referirse al seguimiento de Jesús.
En 17 ocasiones para explicar el seguimiento
de los discípulos.
Y en 25 textos, aplicado al pueblo (J. M.
Castillo).
2. Aquí
hay que insistir, una vez más, en que la teología cristiana no se ha interesado
debidamente por la importancia insustituible del tema del “seguimiento”.
Un tema que es fundamental para comprender
y vivir la “identidad del cristianismo”. Y también para hacerse una idea más
certera del “saber cristológico” Ci. B. Metz).
El cristianismo no es una religión más.
Ni es una religión como las demás.
El cristianismo es, ante todo, un
“proyecto de vida”, que solamente se puede aprender y se puede integrar en la
propia vida cuando nos ponemos a vivir como vivió Jesús, con él y junto a él. Y esto es así porque el saber sobre Jesús el
Cristo (la cristología) no se aprende en los libros, ni con las enseñanzas de
sabios profesores.
Los discípulos de Jesús comprendieron (lo
que comprendieron) sobre Jesús, viviendo con él, viviendo como él, compartiendo
lo que pudieron compartir de su proyecto de vida. Y aun así, ¡se quedaron tan
lejos...!
3. En
el relato que hoy leemos, Jesús pone dos condiciones para seguirle: renuncia a la propia instalación
y renuncia a anteponer el entierro del
propio padre con respecto al seguimiento.
Lo más difícil de entender es esto
último. ¿Qué quiere decir? El deber de dar sepultura a los difuntos era tan
importante, para los judíos, que se consideraba “como la cima de todas las
buenas obras” (Martin Hengel).
Por tanto, lo que aquel discípulo le
estaba pidiendo a Jesús era “seguirle”, pero “después de” cumplir con la propia
religión, ya que no enterrar al propio padre atraía una maldición y era una
vergüenza (Deut 28, 26; 2 Mac 5, 10; 9, 15; Salm SaL4, 19-20; F. Josefo...) Carter).
Esto es lo que Jesús no tolera.
En definitiva, se trata de comprender el Evangelio
es lo más serio, lo más grave, lo más exigente, que se puede asumir proyecto de
vida.
Por otra parte y como es lógico, todo
esto deja de tener sentido y se reduce a mera charlatanería eclesiástica,
cuando en el centro de la vida no se pone el Evangelio, sino la religión.
San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor
SAN
CIRILO DE ALEJANDRIA
(376
- 444)
Nacido
en Alejandría, era el sobrino del Patriarca de esta misma ciudad, Teófilo.
Probablemente bajo la protección de su tío hizo muy buenos estudios, tanto
religiosos como profanos, como lo prueban sus escritos.
Primeramente,
atraído por la vida eremítica, se hizo monje y se entregó a la ascesis. Pero su
tío lo llamó muy pronto y lo hizo formar parte de su clero.
Con
este carácter acompaño al Obispo de Alejandría al Sínodo de la Encina, cerca de
Calcedonia, donde fue depuesto, por motivos harto fútiles, Juan de
Constantinopla, más conocido con el nombre de Juan Crisóstomo, medida a la que
evidentemente era totalmente ajeno al joven sacerdote (año 403). Cuando en el año
4l2 hubo sucedido a su tío en la sede de Alejandría, ilustrada el siglo
precedente por San Atanasio, Cirilo no tardó en rehabilitar al condenado y en
inscribir de nuevo en los dípticos el nombre de Juan Crisóstomo (4l7).
Desde
el principio de su episcopado (4l2) se vio en lucha con los novacianos y los judíos.
Cuando decidió cerrar las iglesias de los primeros y expulsar a los segundos,
hubo motines en el curso de los cuales la célebre Hipatía, hija del filósofo
Teón, y ella misma platónica influyente, encontró la muerte. Apoyado por los
monjes, el obispo resistió aun al Prefecto Orestes. Pero el acontecimiento que debía marcar toda
su carrera fue el nombramiento para el Patriarcado de Constantinopla de un
sacerdote de Antioquía, Nestorio (428). Emprendiendo inmediatamente la lucha
contra los apolinaristas, el nuevo obispo enseñaba claramente que el Cristo
Verbo Encarnado era simultáneamente Dios perfecto y hombre perfecto; pero
agregaba que la Virgen María, Madre de Cristo, no habiendo dado a luz más que su
naturaleza humana, no debía ser llamada “Madre de Dios – Theotokos”. Se produjo
el escándalo.
En
una homilía a sus fieles, respaldada por una carta a los monjes, Cirilo
restableció la verdad: “Si Cristo es perfectamente Dios y hombre a la vez, sin
embargo no está dividido, no es sino una sola Persona, la Persona divina del
Verbo; y el nombre de ‘Madre de Dios’ atribuido a la Virgen María subraya precisamente
la unidad de la Persona divina en Cristo”. Luego le escribió a Nestorio para
señalarle sus inexactitudes de expresión que podrían venir a ser errores
formales.
“Los
fieles, el obispo de Roma mismo, Celestino, están muy escandalizados. . .
Consentid,
os lo ruego, en dar a María el título de Theotokos: no es ésta una doctrina
nueva que se os pida profesar, es la creencia de todos los Padres ortodoxos”. -Pero
a estas sabias y mesuradas advertencias no respondió Nestorio sino con el
desdén, llegando hasta a pagar calumniadores para tratar de desacreditar al
“egipcio”.
No
habiendo obtenido mejor efecto una segunda carta, Cirilo intentó otro recurso
por medio de un viejo amigo, Acacio, obispo de Berea, venerado por todos sus
colegas. En fin, sobre esta materia formuló tres profesiones de fe destinadas
al Emperador Teodosio ll, a la Emperatriz Eudoxia, y a los príncipes Arcadio,
Marina y Pulqueria. El Papa Celestino l, informado a su vez del asunto, examinó
los sermones de Nestorio, ya sospechoso para Roma, en razón de su actitud
demasiado favorable para los pelagianos; un sínodo romano aprobó las tesis de
Cirilo y además le encargó obtener de Nestorio una retractación, o bien, si
Nestorio no consentía en ello, deponerlo. En una carta al heresiarca, después
de un breve resumen de la doctrina ortodoxa, Cirilo formulaba doce anatemas que
le pedía firmar. Sus términos le parecieron inaceptables a Nestorio, y aun
viciados de apolinarismo: los rechazó con altivez y apeló a un concilio
ecuménico, obteniendo del Emperador la promesa de su celebración.
Habiendo
dado su consentimiento el Papa, el Concilio se reunió en Efeso bajo la
presidencia de Cirilo de Alejandría, aun sin esperar la llegada de los legados
pontificios (22 de junio de 431). El acusado se sustrajo, estimando irregular
el procedimiento. No por eso dejó de pronunciarse la sentencia de deposición
esa misma tarde. Pero Nestorio tenía partidarios: Candidiano, representante del
emperador; Juan, Arzobispo de Antioquía y sus sufragáneos, y otros también que
no habían asistido a la asamblea. Estos se reunieron en un concilio que
naturalmente proclamaron ser el único legítimo y ecuménico, por lo cual
comenzaron por excomulgar a Cirilo de Alejandría, a Memnón de Efeso y a todos
los prelados que habían participado en la primera asamblea, mientras que el
emperador, por sulado, anulaba las decisiones del 22 de junio y hacía
aprehender a Cirilo y Memnón. Pero los representantes de la Santa Sede
llegaron, provistos de instrucciones precisas. Las actas de la asamblea fueron
solemnemente ratificadas, Juan de Antioquía y sus acólitos desaprobados,
Nestorio y sus adeptos definitivamente condenados. Algunos de los “orientales”
se desligaron de Juan de Antioquía para unirse a la doctrina del “Theotokos”;
pero en definitiva el concilio tuvo que disolverse sin haber hecho la unión de
todo el episcopado en este punto. El emperador convocó para ante sí, en
Calcedonia, una delegación de cada uno de los partidos y comprendió por fin de
qué lado estaba la razón. Nestorio fue relevado de sus funciones, relegado
primeramente a su antiguo monasterio, y luego desterrado.
Pero
por eso dejó de tener seguidores. Dos conciliábulos, uno en Tarso, luego otro
en Antioquía, no contemos con negarse a reconocer la doctrina del Patriarca de
Alejandría, pretendieron exigirle la retractación de sus “anatemas”, a los
cuales algunos reprocharon más tarde el estar viciados de “apolinarismo” y de
servir de base a la herejía “monofisista”, la cual so pretexto de salvaguardar
la unidad de Cristo no veían en El sino una sola naturaleza.
Pero
el emperador, cansado de tantas discusiones, exigía el final de la controversia
y la reconciliación de los obispos. Por lo tanto, los Orientales hicieron
proposiciones de paz: “El símbolo de Nicea, le escribieron a Cirilo, contiene
toda la doctrina evangélica y apostólica; no necesita de ninguna adición. De
manera clara y completa lo explica la carta de Atanasio a Epicteto. Todo lo que
se ha sido recientemente agrandado debe ser retirado como superfluo” . . . La
alusión era demasiado clara, el procedimiento muy astuto; pero el santo
Patriarca tenía la mente demasiado alerta y la voluntad suficientemente recta
para caer en el lazo. Su respuesta fue categórica: con gusto perdonaba las
injurias de que había sido objeto en Efeso, tanto antes como después del
Concilio; rechazaba toda sospecha de arrianismo o de apolinarismo; veneraba el símbolo
de Nicea y enseñanza de San Atanasio; pero retirar sus “anatemas” sería
traicionar la causa de la ortodoxia, anular el concilio de Efeso y justificar a
Nestorio. Que todos ratifiquen pura y simplemente la condenación del
heresiarca, y dejará de haber materia de discusión, y se restablecerá la paz.
No
tardaron en dividirse los obispos respecto a la actitud que debían tomar ante
Cirilo. Finalmente, un delegado, Pablo de Emesa, fue encargado de llevar a
Alejandría una profesión de fe colectiva. Lo cual es prueba de que a pesar de
todo se consideraba al Santo Patriarca como un árbitro en las cuestiones de
doctrina. Pero una carta de Juan de Antioquía acompañaba al documento, carta
hábil y cautelosa, pero pérfida, en la cual el autor felicitaba a Cirilo de
haber atenuado sus anatemas, de haber prometido aun enmendarlos, de atenerse al
Símbolo de Nicea y a la Carta de Atanasio, etc. . . , sin ninguna alusión a la
condenación de Nestorio.
Una
vez más Cirilo vio la astucia y la desbarató: “Aunque la paz es deseable, dijo,
sin embargo, no debe hacerse con detrimento de la ortodoxia. Todos deben
reputar a Nestorio y sus impiedades”. Al mensajero mismo le exigió el
reconicimiento de Maximiano como Obispo de Constantinopla en lugar de Nestorio
depuesto; y luego lo despachó a Antioquía para pedir la firma del propio
patriarca Juan. Este terminó por decidirse y suscribir el formulario de Cirilo,
“el Símbolo de Unión”.
Por
fin estaba descartada la amenaza de cisma. Con gran alegría lo participó el
Santo Patriarca al Papa Sixto lll y a los principales obispos sus amigos,
Maximiano de Constantinopla, Rufo de Tesalónica, Donato de Nicópolis.
Todavía
se obstinaban algunos recalcitrantes, que para justificarse pretendían hallar
en los “anatemas” de Cirilo huellas de apolinarismo, mientras que ciertos
partidarios de Cirilo lo acusaban ahora de no haber consentido en el “Símbolo
de Unión” sino sacrificado puntos de ortodoxia. De aquí toda una
correspondencia autodefensiva, pero llena también de precisiones dogmáticas
importantísimas, en particular la célebre fórmula: La naturaleza del Verbo de
Dios encarnado”.
Más
la herejía había de revivir ahora bajo otra forma: la publicación póstuma de
escritos de Diódoro de Tarso y de Teodoro de Mopsuestia, a quienes se recordaba
muy favorablemente en Antioquía y en Oriente. Ya al final de su vida, Cirilo de
Alejandría escribió todavía varios tratados para combatir esos errores.
Murió
el 27 de junio de 444.
Fue
proclamado Doctor de la Iglesia universal por el Papa León Xlll, en l883.
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