domingo, 26 de junio de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 27 DE JUNIO - LUNES 13ª ~ Semana del T.-O.-C San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor





27 DE JUNIO - LUNES
13ª ~ Semana del T.-O.-C
San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor
      
       Evangelio según san Mateo 8, 18-22
  En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla.
       Se le acercó un letrado y le dijo: “Maestro, te seguiré adonde vayas”.
       Jesús le respondió:
       “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
       Otro que era discípulo, le dijo:
       “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”.
       Jesús le replicó:
       “Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos”.

       1.   La mera coincidencia temporal, y el orden de las lecturas que la liturgia propone para la misa de cada día, nos hacen ver este año, uno junto a otro, los dos relatos más fuertes, que se conservan en los evangelios, sobre el “seguimiento de Jesús”.
       El relato de Lucas (9, 57-62) y el de Mateo que tenemos aquí.
       Pero aquí conviene recordar que estos relatos de “seguimiento” no son los únicos.
       El verbo “akolouthein”— “seguir” se repite hasta 92 veces en los evangelios, para referirse al seguimiento de Jesús.
       En 17 ocasiones para explicar el seguimiento de los discípulos.
       Y en 25 textos, aplicado al pueblo (J. M. Castillo).

       2.   Aquí hay que insistir, una vez más, en que la teología cristiana no se ha interesado debidamente por la importancia insustituible del tema del “seguimiento”.
       Un tema que es fundamental para comprender y vivir la “identidad del cristianismo”. Y también para hacerse una idea más certera del “saber cristológico” Ci. B. Metz).
       El cristianismo no es una religión más. Ni es una religión como las demás.
       El cristianismo es, ante todo, un “proyecto de vida”, que solamente se puede aprender y se puede integrar en la propia vida cuando nos ponemos a vivir como vivió Jesús, con él y junto a él.  Y esto es así porque el saber sobre Jesús el Cristo (la cristología) no se aprende en los libros, ni con las enseñanzas de sabios profesores.
       Los discípulos de Jesús comprendieron (lo que comprendieron) sobre Jesús, viviendo con él, viviendo como él, compartiendo lo que pudieron compartir de su proyecto de vida. Y aun así, ¡se quedaron tan lejos...!

       3.   En el relato que hoy leemos, Jesús pone dos condiciones para seguirle: renuncia a la propia instalación y renuncia a anteponer el entierro del propio padre con respecto al seguimiento.
       Lo más difícil de entender es esto último. ¿Qué quiere decir? El deber de dar sepultura a los difuntos era tan importante, para los judíos, que se consideraba “como la cima de todas las buenas obras” (Martin Hengel).
       Por tanto, lo que aquel discípulo le estaba pidiendo a Jesús era “seguirle”, pero “después de” cumplir con la propia religión, ya que no enterrar al propio padre atraía una maldición y era una vergüenza (Deut 28, 26; 2 Mac 5, 10; 9, 15; Salm SaL4, 19-20; F. Josefo...) Carter).
       Esto es lo que Jesús no tolera.
       En definitiva, se trata de comprender el Evangelio es lo más serio, lo más grave, lo más exigente, que se puede asumir proyecto de vida.
       Por otra parte y como es lógico, todo esto deja de tener sentido y se reduce a mera charlatanería eclesiástica, cuando en el centro de la vida no se pone el Evangelio, sino la religión.

San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor


SAN CIRILO DE ALEJANDRIA
(376 - 444)
Nacido en Alejandría, era el sobrino del Patriarca de esta misma ciudad, Teófilo. Probablemente bajo la protección de su tío hizo muy buenos estudios, tanto religiosos como profanos, como lo prueban sus escritos.
Primeramente, atraído por la vida eremítica, se hizo monje y se entregó a la ascesis. Pero su tío lo llamó muy pronto y lo hizo formar parte de su clero.
Con este carácter acompaño al Obispo de Alejandría al Sínodo de la Encina, cerca de Calcedonia, donde fue depuesto, por motivos harto fútiles, Juan de Constantinopla, más conocido con el nombre de Juan Crisóstomo, medida a la que evidentemente era totalmente ajeno al joven sacerdote (año 403). Cuando en el año 4l2 hubo sucedido a su tío en la sede de Alejandría, ilustrada el siglo precedente por San Atanasio, Cirilo no tardó en rehabilitar al condenado y en inscribir de nuevo en los dípticos el nombre de Juan Crisóstomo (4l7).
Desde el principio de su episcopado (4l2) se vio en lucha con los novacianos y los judíos. Cuando decidió cerrar las iglesias de los primeros y expulsar a los segundos, hubo motines en el curso de los cuales la célebre Hipatía, hija del filósofo Teón, y ella misma platónica influyente, encontró la muerte. Apoyado por los monjes, el obispo resistió aun al Prefecto Orestes.  Pero el acontecimiento que debía marcar toda su carrera fue el nombramiento para el Patriarcado de Constantinopla de un sacerdote de Antioquía, Nestorio (428). Emprendiendo inmediatamente la lucha contra los apolinaristas, el nuevo obispo enseñaba claramente que el Cristo Verbo Encarnado era simultáneamente Dios perfecto y hombre perfecto; pero agregaba que la Virgen María, Madre de Cristo, no habiendo dado a luz más que su naturaleza humana, no debía ser llamada “Madre de Dios – Theotokos”. Se produjo el escándalo.
En una homilía a sus fieles, respaldada por una carta a los monjes, Cirilo restableció la verdad: “Si Cristo es perfectamente Dios y hombre a la vez, sin embargo no está dividido, no es sino una sola Persona, la Persona divina del Verbo; y el nombre de ‘Madre de Dios’ atribuido a la Virgen María subraya precisamente la unidad de la Persona divina en Cristo”. Luego le escribió a Nestorio para señalarle sus inexactitudes de expresión que podrían venir a ser errores formales.
“Los fieles, el obispo de Roma mismo, Celestino, están muy escandalizados. . .
Consentid, os lo ruego, en dar a María el título de Theotokos: no es ésta una doctrina nueva que se os pida profesar, es la creencia de todos los Padres ortodoxos”. -Pero a estas sabias y mesuradas advertencias no respondió Nestorio sino con el desdén, llegando hasta a pagar calumniadores para tratar de desacreditar al “egipcio”.
No habiendo obtenido mejor efecto una segunda carta, Cirilo intentó otro recurso por medio de un viejo amigo, Acacio, obispo de Berea, venerado por todos sus colegas. En fin, sobre esta materia formuló tres profesiones de fe destinadas al Emperador Teodosio ll, a la Emperatriz Eudoxia, y a los príncipes Arcadio, Marina y Pulqueria. El Papa Celestino l, informado a su vez del asunto, examinó los sermones de Nestorio, ya sospechoso para Roma, en razón de su actitud demasiado favorable para los pelagianos; un sínodo romano aprobó las tesis de Cirilo y además le encargó obtener de Nestorio una retractación, o bien, si Nestorio no consentía en ello, deponerlo. En una carta al heresiarca, después de un breve resumen de la doctrina ortodoxa, Cirilo formulaba doce anatemas que le pedía firmar. Sus términos le parecieron inaceptables a Nestorio, y aun viciados de apolinarismo: los rechazó con altivez y apeló a un concilio ecuménico, obteniendo del Emperador la promesa de su celebración.
Habiendo dado su consentimiento el Papa, el Concilio se reunió en Efeso bajo la presidencia de Cirilo de Alejandría, aun sin esperar la llegada de los legados pontificios (22 de junio de 431). El acusado se sustrajo, estimando irregular el procedimiento. No por eso dejó de pronunciarse la sentencia de deposición esa misma tarde. Pero Nestorio tenía partidarios: Candidiano, representante del emperador; Juan, Arzobispo de Antioquía y sus sufragáneos, y otros también que no habían asistido a la asamblea. Estos se reunieron en un concilio que naturalmente proclamaron ser el único legítimo y ecuménico, por lo cual comenzaron por excomulgar a Cirilo de Alejandría, a Memnón de Efeso y a todos los prelados que habían participado en la primera asamblea, mientras que el emperador, por sulado, anulaba las decisiones del 22 de junio y hacía aprehender a Cirilo y Memnón. Pero los representantes de la Santa Sede llegaron, provistos de instrucciones precisas. Las actas de la asamblea fueron solemnemente ratificadas, Juan de Antioquía y sus acólitos desaprobados, Nestorio y sus adeptos definitivamente condenados. Algunos de los “orientales” se desligaron de Juan de Antioquía para unirse a la doctrina del “Theotokos”; pero en definitiva el concilio tuvo que disolverse sin haber hecho la unión de todo el episcopado en este punto. El emperador convocó para ante sí, en Calcedonia, una delegación de cada uno de los partidos y comprendió por fin de qué lado estaba la razón. Nestorio fue relevado de sus funciones, relegado primeramente a su antiguo monasterio, y luego desterrado.
Pero por eso dejó de tener seguidores. Dos conciliábulos, uno en Tarso, luego otro en Antioquía, no contemos con negarse a reconocer la doctrina del Patriarca de Alejandría, pretendieron exigirle la retractación de sus “anatemas”, a los cuales algunos reprocharon más tarde el estar viciados de “apolinarismo” y de servir de base a la herejía “monofisista”, la cual so pretexto de salvaguardar la unidad de Cristo no veían en El sino una sola naturaleza.
Pero el emperador, cansado de tantas discusiones, exigía el final de la controversia y la reconciliación de los obispos. Por lo tanto, los Orientales hicieron proposiciones de paz: “El símbolo de Nicea, le escribieron a Cirilo, contiene toda la doctrina evangélica y apostólica; no necesita de ninguna adición. De manera clara y completa lo explica la carta de Atanasio a Epicteto. Todo lo que se ha sido recientemente agrandado debe ser retirado como superfluo” . . . La alusión era demasiado clara, el procedimiento muy astuto; pero el santo Patriarca tenía la mente demasiado alerta y la voluntad suficientemente recta para caer en el lazo. Su respuesta fue categórica: con gusto perdonaba las injurias de que había sido objeto en Efeso, tanto antes como después del Concilio; rechazaba toda sospecha de arrianismo o de apolinarismo; veneraba el símbolo de Nicea y enseñanza de San Atanasio; pero retirar sus “anatemas” sería traicionar la causa de la ortodoxia, anular el concilio de Efeso y justificar a Nestorio. Que todos ratifiquen pura y simplemente la condenación del heresiarca, y dejará de haber materia de discusión, y se restablecerá la paz.
No tardaron en dividirse los obispos respecto a la actitud que debían tomar ante Cirilo. Finalmente, un delegado, Pablo de Emesa, fue encargado de llevar a Alejandría una profesión de fe colectiva. Lo cual es prueba de que a pesar de todo se consideraba al Santo Patriarca como un árbitro en las cuestiones de doctrina. Pero una carta de Juan de Antioquía acompañaba al documento, carta hábil y cautelosa, pero pérfida, en la cual el autor felicitaba a Cirilo de haber atenuado sus anatemas, de haber prometido aun enmendarlos, de atenerse al Símbolo de Nicea y a la Carta de Atanasio, etc. . . , sin ninguna alusión a la condenación de Nestorio.
Una vez más Cirilo vio la astucia y la desbarató: “Aunque la paz es deseable, dijo, sin embargo, no debe hacerse con detrimento de la ortodoxia. Todos deben reputar a Nestorio y sus impiedades”. Al mensajero mismo le exigió el reconicimiento de Maximiano como Obispo de Constantinopla en lugar de Nestorio depuesto; y luego lo despachó a Antioquía para pedir la firma del propio patriarca Juan. Este terminó por decidirse y suscribir el formulario de Cirilo, “el Símbolo de Unión”.
Por fin estaba descartada la amenaza de cisma. Con gran alegría lo participó el Santo Patriarca al Papa Sixto lll y a los principales obispos sus amigos, Maximiano de Constantinopla, Rufo de Tesalónica, Donato de Nicópolis.
Todavía se obstinaban algunos recalcitrantes, que para justificarse pretendían hallar en los “anatemas” de Cirilo huellas de apolinarismo, mientras que ciertos partidarios de Cirilo lo acusaban ahora de no haber consentido en el “Símbolo de Unión” sino sacrificado puntos de ortodoxia. De aquí toda una correspondencia autodefensiva, pero llena también de precisiones dogmáticas importantísimas, en particular la célebre fórmula: La naturaleza del Verbo de Dios encarnado”.
Más la herejía había de revivir ahora bajo otra forma: la publicación póstuma de escritos de Diódoro de Tarso y de Teodoro de Mopsuestia, a quienes se recordaba muy favorablemente en Antioquía y en Oriente. Ya al final de su vida, Cirilo de Alejandría escribió todavía varios tratados para combatir esos errores.
Murió el 27 de junio de 444.
Fue proclamado Doctor de la Iglesia universal por el Papa León Xlll, en l883.

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