5 de Junio
X Domingo ordinario
Primera lectura del libro 1 Reyes: 17,
17-24
En aquellos días, cayó
enfermo el hijo de la dueña de la casa en la que se hospedaba Elías. La
enfermedad fue tan grave, que el niño murió.
Entonces la mujer le
dijo a Elías:
"¿Qué te he hecho
yo, hombre de Dios? ¿Has venido a mi casa para que recuerde yo mis pecados y se
muera mi hijo?".
Elías le respondió:
"Dame acá a tu hijo".
Lo tomó del regazo de
la madre, lo subió a la habitación donde él dormía y lo acostó sobre el lecho.
Luego clamó al Señor:
"Señor y Dios mío,
¿es posible que también con esta viuda que me hospeda te hayas irritado,
haciendo morir a su hijo?".
Luego se tendió tres
veces sobre el niño y suplicó al Señor, diciendo:
"Devuélvele la
vida a este niño".
El Señor escuchó la súplica de Elías y el niño
volvió a la vida. Elías tomó al niño, lo llevó abajo y se lo entregó a su
madre, diciendo:
"Mira, tu hijo
está vivo".
Entonces la mujer dijo
a Elías:
"Ahora sé que eres
un hombre de Dios y que tus palabras vienen del Señor".
Salmo 29
R/ Te alabaré, Señor, eternamente.
·
Te alabaré,
Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú, Señor, me salvaste
de la muerte y a punto de morir, me reviviste. R/.
·
Alaben al
Señor los que lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura un solo
instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la tarde; y en la
mañana, el júbilo. R/.
·
Escúchame,
Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría,
te alabaré por eso eternamente. R/.
Segunda lectura del apóstol san
Pablo a los Gálatas: 1, 11-19
Hermanos: Les hago
saber que el Evangelio que he predicado, no proviene de los hombres, pues no lo
recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.
Ciertamente ustedes han
oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuando yo perseguía
encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de destruirla; deben saber que
me distinguía en el judaísmo, entre los jóvenes de mi pueblo y de mi edad,
porque los superaba en el celo por las tradiciones paternas.
Pero Dios me había
elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó. Un día quiso
revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos.
Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin ir siquiera a
Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia y
después regresé a Damasco. Al cabo de tres años fui a Jerusalén, para ver a
Pedro y estuve con él quince días. No vi a ningún otro de los apóstoles,
excepto a Santiago, el pariente del Señor.
Evangelio según san San Lucas: 7,
11-17
En aquel tiempo, se
dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de
mucha gente.
Al llegar a la entrada de la población, se
encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la
que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio,
se compadeció de ella y le dijo:
"No llores".
Acercándose al ataúd,
lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús:
"Joven, yo te lo
mando: Levántate". Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó
a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se
llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo:
"Un gran profeta
ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo".
La noticia de este
hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Tres formas muy
distintas de resucitar a un muerto.
El relato del evangelio que leemos este domingo, la resurrección
del hijo de la viuda de Naím, recuerda otros milagros parecidos: la
resurrección de la hija de Jairo y la de Lázaro. Con esta última, el
evangelista Juan nos enseña que Jesús es la resurrección y la vida, y aunque
Lázaro, o cualquiera de nosotros, muera, vivirá gracias a Él.
Lucas, en este
relato que solo se encuentra en su evangelio, no enfoca el tema del mismo modo.
Lo que pretende demostrar es el enorme poder y bondad de Jesús, comparándolo
con los dos mayores realizadores de milagros del Antiguo Testamento: Elías y
Eliseo. De este modo deja claro que está perfectamente justificado creer en
Jesús y aceptarlo como salvador.
Primera forma: con
oración y esfuerzo: Elías (1 Reyes, 17,17-24).
El profeta Elías predijo un período largo de sequía, y él mismo
tuvo que pagar las consecuencias, debiendo desplazarse a la costa de Fenicia, a
Sidón. Allí lo acogió una viuda que tenía un solo hijo. Al cabo de un tiempo,
ocurrió lo siguiente.
El relato pretende subrayar el poder de Elías, capaz de conseguir
que Dios resucite a un niño. La historia tuvo tanto éxito que poco después se
contó algo muy parecido del discípulo de Elías, Eliseo. Este segundo milagro no
tuvo lugar en el extranjero, en Fenicia, sino en territorio de Israel, en
Sunén, a dos kilómetros de Naím. Habría sido mucho mejor elegir este texto para
compararlo con el evangelio, pero no vale la pena quejarse de los liturgistas.
Segunda forma: sin
oración, pero con compasión: Jesús (Lucas 7,11-17).
Comparando el relato de Lucas con la primera lectura se advierten
importantes diferencias.
Actitud de la madre
En el caso de Elías, se
queja y protesta.
En el caso de
Jesús, no dice nada, cosa lógica porque no lo conoce ni ha convivido con él.
Acciones
del protagonista
Elías toma al niño, lo sube a la habitación
de arriba, lo acuesta en la cama, clama al Señor, se echa tres veces sobre el
niño, entrega al niño a su madre.
Jesús siente
compasión, detiene el féretro, ordena al muchacho que se levante.
Lo más llamativo
es que Jesús no ora, no tiene que pedir a Dios que resucite al niño, tiene el
poder de resucitarlo. En cuanto al tema de la compasión, es muy importante
cuando se compara con la actitud de Eliseo (el episodio que no leemos).
Lugar del milagro
Elías lo realiza
en la habitación de arriba, y lo mismo ocurre en el caso de Eliseo. Se trata de
algo secreto, de lo que solo son testigos Dios y el profeta.
Lucas presenta
el milagro de Jesús como algo público, presenciado por numerosas personas.
Jesús llega a Naín acompañado de los discípulos y de una gran multitud. En
dirección contraria otro grupo numeroso: a la madre la acompañaba un grupo
considerable de vecinos.
El poder de
Jesús contará con numerosos testigos.
Reacción de la gente
La viuda de
Eliseo termina confesando: ¡Ahora reconozco que eres un profeta y que la
palabra del Señor que tú pronuncias se cumple!
De modo
parecido, la multitud que presencia el milagro de Jesús exclama: Un gran
profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo.
Tercera forma:
revelando a su Hijo: Dios Padre (Gálatas 1,11-19)
La segunda
lectura carece de relación con la primera y el evangelio. No habla de un
muerto, sino de una persona repleta de energía, Pablo, que la gasta en
perseguir violentamente a la iglesia. En este sentido podemos decir que también
él está muerto. Y quien lo resucita es Dios Padre, revelándole a su Hijo,
Jesús. Estamos acostumbrados a relacionar esta “resurrección” con la famosa
caída del caballo que cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Pablo, en la
carta a los Gálatas, no da detalles de ese tipo. Se limita a lo esencial: su
experiencia de haber descubierto quién es realmente Jesús.
Conclusión
Las tres
lecturas nos ayudan y animan a conocer más profundamente a Jesús. Alguien muy
superior a un gran profeta, como Elías. Alguien muy distinto de un hereje, como
pensaba Pablo antes de convertirse. Pero este conocimiento no se adquiere con
la simple lectura y comparación de textos. Es una gracia que Dios concede, como
a Pablo. Una gracia que debemos pedir, como insiste Ignacio de Loyola, en sus
Ejercicios Espirituales: “conocimiento interno del Señor, para que más le ame y
le siga”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario