24
DE ENERO - MARTES
3ª
- SEMANA DEL T.O.-A
San
francisco de sales, obispo y doctor
Evangelio
según san Marcos 3, 31-35
En
aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde
fuera lo mandaron llamar. La gente que
tenía sentada alrededor le dijo:
"Mira,
tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan".
Él
les contestó:
"¿Quiénes
son mi madre y mis hermanos?"
Y
paseando la mirada por el corro, dijo:
"Estos son mi madre y mis hermanos, el
que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi
madre".
1.- El
tema de las relaciones de Jesús con su familia interesó vivamente a los evangelios.
Es un hecho que Jesús abandonó su pueblo, su casa y su familia cuando se fue,
de Nazaret al río Jordán, para escuchar la predicación de Juan Bautista. Se
sabe que volvió, de paso, a Nazaret (Lc 4, 16; Mc 6, 1-6; Mt 13, 53-58). Pero
en ninguna parte se habla de que volviera a su casa y a convivir con su
familia.
Todos sabemos que tener una familia, una casa, una
propiedad, todo eso da seguridad y estabilidad a una persona. El que no tiene
nada eso (o su equivalente, en el caso del convento o de la residencia
clerical), termina siendo un vagabundo, un "sin techo", un desclasado
o incluso un apátrida.
En definitiva, un desgraciado y desamparado en la
vida.
2. No tiene nada de extraño, por tanto, que las
relaciones de Jesús con su familia fueran tensas, difíciles y, en todo caso,
complicadas. Sus parientes lo tomaron por loco (Mc 3, 21), lo despreciaron (Mc
5, 1-6 par), no llegaron nunca a fiarse de él (Jn 7, 5), y sus vecinos del
pueblo quisieron despeñarlo por un tajo (Lc 4, 28-29).
Y es que la familia siempre da seguridad, pero eso se
hace siempre a costa de limitar la libertad.
La limitación que imponen las leyes y que brota de las
relaciones emocionales y sociales, especialmente en cuanto se refiere a la
relación con la autoridad paterna, que sigue siendo determinante y lo será
mientras haya relaciones paterno-filiales.
3. Aquí interesa también recordar que las llamadas de
Jesús al "seguimiento" pusieron siempre como condición el abandono de
la propia familia (Mc 1, 16-20; Mt 4, 12-17; Lc 4, 14-15), incluso ni el
entierro del propio padre (Mt 8, 18-21), ni despedirse de la familia (Lc 9,
57-62).
En este contexto de hechos y realidades tan fuertes,
se comprende la respuesta de Jesús en el relato que hoy recordamos. Las
relaciones de familia crean intereses a costa de limitar la libertad. Para
Jesús, lo primero en la vida es la disponibilidad, la honradez, la bondad, el
servicio sin condiciones a quienes más lo necesitan.
San
francisco de sales, obispo y doctor
San Francisco nació en el castillo de Sales,
en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la
Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante
toda su vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació
se llamaba "el cuarto de San Francisco", porque había en él una
imagen del "Poverello" predicando a los pájaros y a los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud
ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar
y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió
desplegar una enérgica actividad durante su vida.
La Madre de Francisco:
La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y
trabajadora y profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente
la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.
Tenía que mandar y dirigirlo todo en un
amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros,
labradores, y encargados del ganado.
Es muy importante tener en cuenta las
cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle nublado frío y
oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado
a la tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que
Doña Francisca le va proporcionando y por la educación que le hace dar su
padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y
por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato
social.
Infancia:
Era un niño lindo, rubio, rosado que se
divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia
el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido
del Espíritu Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto
especial por dar, y dar con gran generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le
gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía
cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su
madre y la nodriza tenían que estar constantemente viendo que estaba haciendo.
Su madre le enseñaba el catecismo y le
narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco se encontraba
con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y
narraciones que había escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para
lo que sería su más preciado trabajo: enseñar catecismo, pero enseñarlo
bellamente a base de amenos ejemplos.
Su padre, Don Francisco, tenía temor de que
su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y
podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de
profesor a un sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su
preceptor durante toda su vida de estudiante. Era un hombre super exacto en
todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este
preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos
amargos, por exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le
sabrá agradecer siempre, pero para su comportamiento futuro tomará la
resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a quienes él
tenga que dirigir.
A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y
a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día
se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo
o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto
solemne a la Eucaristía, fue preparado muy cuidadosamente por la madre y por su
Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado
por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera
Comunión:
1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús
Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes
más pobres y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.
Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos
propósitos.
Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente
San Mauricio), recibió la tonsura.
Francisco, estudiante:
Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía
al joven, que había cifrado en ello la realización de su ideal; pero su padre
(que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su
primogénito a una carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los
14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad de París que, con sus 54
colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.
Su padre le había enviado al colegio de
Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero Francisco, que
temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de
Clermont, dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la
ciencia que reinaban en él. Acompañado por el Padre Déage, Francisco se instaló
en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio
de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio.
Se propuso dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el
futuro.
Desde el principio, guiado, por su director,
el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana confesarse y
comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y
lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación,
de esgrima, de baile .
La debida mezcla entre los ejercicios de
piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de elegancia y
respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos,
pero siempre decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada
elegancia era el invitado preferido, porque a la vez de ser muy sencillo y sin
rebuscamientos inútiles, era "la cultura personificada".
Más tarde, cuando sea Obispo, la gente
exclamará: "en las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno
ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del
más exquisito de los caballeros". Y al preguntarle alguien el por que,
respondió: "Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me imagino
estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto
exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la
más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la educación y
urbanidad que en estos casos se exige".
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se
entregó apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido
a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose
bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las
pruebas.
La más terrible tentación de
su juventud:
Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada
fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda
amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma
incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.
Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la
sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba
contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco
nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que
con las pasiones más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un
nuevo medio más peligroso y desconocido.
Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y
fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para
siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había
leído, se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí.
Perdió el apetito y ya no dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía
hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del
infierno, sino que allá no podría amar a Dios.
El Señor permitiéndole la tentación le da la
salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor: "Oh mi Dios,
por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que
allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios
que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre"; esta
oración le devolvió gran parte de paz a su alma.
Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta
tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban
en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la
famosa oración de San Bernardo:
"Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que
jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu
amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta
confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el
peso de mis pecados , me atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No
desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas
benignamente. Amén"
Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por
milagro todos sus pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los
amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que
"Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los
pecadores se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado"
(Juan 3:17).
Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y
también para saber comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.
Estudiante de universidad:
En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre
le había dado la orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco
fue obedeciendo a su padre. Estudiaba
derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a ser abogado. Otras
cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un gran
deseo: llegar a ser sacerdote.
Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo
que más le ayudó fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes
jesuitas muy sabios y muy santos. Le
ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante su vida por 17
años, escrito por el Padre Scupoli llamado: "El Combate Espiritual".
Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.
San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse
durante su estadía en Padua, y se propuso hacer lo siguiente:
1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver
que trabajos, que personas o actividades iba a realizar en ese día, y planear
como iba a comportarse ante ellos.
2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen
Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había actuado con la
virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será acerca del
mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).
3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse
a pensar en los favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios , en
las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.
4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día
de su vida, promesa que siempre cumplió.
5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.
6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.
7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día: decía,
"recordaré si empecé mi jornada encomendándome a Dios. Si durante mis
ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis acciones,
pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al
buen Dios. Si traté bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras
darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a
mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar
fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día,
haré propósito de portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me
conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me
entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.
Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en
el que estuvo estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes,
y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago
de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida
ordinaria de un joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de
que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora
muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato
cortés, pero distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que
este no estaba dispuesto a secundar los deseos de su padre.
El santo
declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había
sido propuesta, a pesar de su juventud.
Hasta entonces
Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos
amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado
el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy lamentaba que su
hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese querido
casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que
Francisco pensara en hacerse sacerdote.
La muerte del
deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la
posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro
el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de Granier, obispo de
Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo explicó
el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo,
llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este
quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el Papa, pero se
resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su
padre accedería así más fácilmente a su ordenación.
Pero el Señor de
Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una
obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia
y su poder de persuasión para convencerle de que debía ceder.
Por fin vistió
la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue
ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese
momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un celo que nunca
decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres, con especial
cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.
Su predicación
no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con
palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en
sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común en aquellos
tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía destinado al
santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.
A la conquista
de los Calvinistas; La Misión de Chablais.
Las condiciones
religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra,
eran deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes,
y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier que mandase algunos
misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo envió a un sacerdote de
Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que
retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración
de su capítulo, sin ocultar sus dificultades y peligros. De todos los
presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del problema, y se
ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: "Señor, si
creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy
pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para
ella". El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.
Pero el Señor de
Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo
que él llamaba "una especie de locura". Según él, la misión equivalía
a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo:
"Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi
avanzada edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo
quiero que sea un confesor y no un mártir". Cuando el Obispo, impresionado
por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo
Francisco le rogó que se mantuviese firme: "¿Vais a hacerme indigno del
Reino de los Cielos? -preguntó- Yo he puesto la mano en el arado, no me hagáis
volver atrás".
El Obispo empleó
todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se
despidió con las siguientes palabras: "No quiero oponerme a la voluntad de
Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi hijo permitiendo su
participación en esta empresa descabellada. ...yo jamás autorizaré esta
misión".
Francisco tuvo
que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de
1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el
canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.
El gobernador de
la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de
Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a
fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban apenas unos 20
católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias.
Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente.
Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo
sus fuerzas a las regiones circundantes.
El camino al
castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas
dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche,
Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y permanecer
ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le
encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa
para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo habría muerto seguramente.
Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les dio las gracias en
términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los
convirtió al catolicismo.
En el 1595, un
grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos ocasiones, pero el
cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.
El tiempo pasaba
y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr.
de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que
abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía siempre que si su
Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría su puesto. El
santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: "Estamos apenas en
los comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza
contra toda esperanza está puesta en Dios".
San Francisco
hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con
ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina
de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos escritos, redactados
en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles, para
distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las "controversias".
Los originales se conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy.
Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este
trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del
castillo de Allinges, que eran católicos de nombre y formaban una tropa
ignorante y disoluta.
En el verano de
1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a
Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó
sobre él, después de insultarle, y le maltrató.
Poco a poco el
auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los
panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas
admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le
otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a
formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la
Iglesia.
Cuando el Obispo
Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la
abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos
salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena cantidad de
confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había sido
inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe
Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título de "Apóstol del
Chablais".
Mario Besson, un
posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en
una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: "Yo
he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar contra los herejes
es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra sus
doctrinas". El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron:
"Estoy convencido de que, con la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha
dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error; pero si lo
que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha
dado la gracia de convertir a cuantos se le acercan".
San Francisco de
Sales, Obispo:
Monseñor de
Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor,
pensó que había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se
negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió a las súplicas de su
Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación de la voluntad
de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la
vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que
había oído muchas alabanzas sobre la virtud y las cualidades del joven
sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día
señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.
El mismo Sumo
Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo
del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de
teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero sin ocultar su
ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de Ginebra, y Francisco
volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.
En 1602 fue a
París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó
pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan
sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una gran estima
por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.
Años más tarde,
cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus
instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña,
su "pobre esposa", como él la llamaba, por la importante diócesis
-"la esposa rica"- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó:
"El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin un solo defecto".
A la muerte de
Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el
gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa
con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes pastorales con enorme
generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba hasta en
los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía
tiempo para predicar y confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del
catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción de Annecy, y lo hacía en
forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía,
muchos años después de su muerte, "el catecismo del obispo".
La generosidad y
caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las
almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la
firmeza cuando no bastaba la bondad.
San Francisco en
su escritorioEn su maravilloso "Tratado del Amor de Dios" escribió:
"La medida del amor es amar sin medida". Supo vivir lo que predicaba.
Con su abundante
correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su
ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un
lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de
cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la Visitación, en 1610,
fue el resultado del encuentro de los dos santos.
El libro
"Introducción a la Vida Devota" nació de las notas que el santo
conservaba de las instrucciones y consejos enviados a su prima política, la
Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San Francisco se
decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue
recibido como una de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en
muchos idiomas.
En 1610,
Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto
años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: "Mi
corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena madre como nunca había llorado
desde que soy sacerdote". San Francisco habría de sobrevivir por nueve
años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.
Últimos meses y
muerte del Santo:
En 1622, el
duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a
reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte
francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque
arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.
Parece que el
santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden
todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a
ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar su acostumbrada vida
de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las
comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.
En el viaje de
regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del
jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un
mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le dijese qué
virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel,
con grandes letras: "Humildad".
Durante el
Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su
viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera.
El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la palabra y el
pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que
se le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no
hicieron más que acortársela.
En su lecho
repetía: "Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis
súplicas y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la
iniquidad".
En el último
momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró:
"Empieza a anochecer y el día se va alejando".
Su última
palabra fue el nombre de "Jesús". Y mientras los circundantes
recitaban de rodillas las Letanías de los agonizantes, San Francisco de Sales
expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de
los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.
Después de su
muerte:
A la misma hora
en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa
Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: " Ya no vive
sobre la tierra", pero era poca inclinada a creer en favores
extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le
llegaron con la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo
el día y la noche no podía parar de llorar la muerte del Santo.
El día 29 de
Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde
había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las
manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver para hacerle
la autopsia.
-La hiel: Dice
monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33
piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer
para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio y llegar a
ser el santo de la amabilidad.
-Reliquias:
Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles
de pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.
-El corazón:
dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al
convento de las Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un
tesoro.
-Expuesto al
público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue
vestido con sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus
funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo expuesto para veneración de
los fieles por dos días.
Cuando la
noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general,
todos lloraban a su querido obispo.
Inmediatamente
que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por
la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de
Beatificación en 1626.
¿Que sucedió el
día que abrieron su tumba?:
En 1632 se hizo
la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba.
Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas
de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual que
cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible sueño.
Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado).
Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.
Toda la ciudad
desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los demás se
hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de
cerca y con más tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador.
Más a causa de la prohibición de las autoridades no se atrevió a tocarle ni a
besar sus hermosas manos pálidas.
Pero al día
siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para
tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó
hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza como para pedirle
una bendición. Todas las hermanas vieron
como aquella mano parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente
oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y
santa.
Todavía hoy, en
Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba
en la cabeza la Madre Juana Francisca.
San Francisco
fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo
canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.
En el 1878 el
Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: "Las
controversias"(contra los protestantes); La Introducción a la Vida
Devota" (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto como
la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a
San Francisco de Sales "Doctor de la Iglesia" , siendo llamado
"El Doctor de la amabilidad".
La tentación más
frecuente
"La
tentación más frecuente en las personas preocupadas por su progreso espiritual
es que, bajo el pretexto de una influencia apostólica mas grande, el demonio
les hace desear una ocupación distinta de la suya".
-San Francisco de Sales
Decía que las
Visitantinas eran verdaderamente
"La obra de los Corazones de Jesús y
María"
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