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DE ENERO - SÁBADO –
3ª
SEMANA DEL T.O.-A
SANTO
TOMÁS DE AQUINO, presbítero y doctor
Evangelio según san Marcos 4, 35-40
Aquel
día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
"Vamos a la otra
orilla'
Dejando a la gente, se lo
llevaron en la barca, como estaba; y otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas
rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido
sobre un almohadón.
Lo despertaron,
diciéndole:
"Maestro, ¿no te
importa que nos hundamos?"
Se puso en pie, increpó al
viento y dijo al lago:
"¡Silencio, cállate!'
El viento cesó y vino una gran
calma. Él les dijo:
"¿Por qué sois tan
cobardes? ¿Aún no tenéis fe?"
Se quedaron espantados y
se decían unos a otros:
"Pero, ¿quién es
este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!".
1. No es lo más importante analizar aquí sí,
efectivamente, en el pequeño lago de Galilea se producían huracanes. Ni tampoco
si resulta verosímil que, en las angustias de quienes sufren un huracán de
muerte, un hombre duerma
tranquilamente. Lo que
interesa, en este relato, es comprender la experiencia que vivieron los
discípulos.
La
clave de tal experiencia está en la pregunta que se hacen ellos mismos:
"Pero,
¿quién es este?".
El
texto dice literalmente que
"les entró miedo con
un gran temor" (ephobéthenan phobon
mégan) (Mc 4,41).
Pero
lo curioso es que no sintieron este temor tan enorme cuando estaban a punto de
hundirse, sino cuando ya estaba todo en calma.
2. Por eso se hacían la gran pregunta:
"¿quién
es este?".
Lo
que allí sucedió es que aquellos hombres tuvieron la experiencia de una
auténtica teofanía, que produce el temor ante el "Mysterium
tremendum"(R. Otto).
Los
discípulos veían ante ellos a un hombre que se cansaba y dormía. Hechos propios
que se viven en "lo inmanente", lo terreno, lo humano. Pero en aquel hombre sentían la presencia de
"lo trascendente", lo celestial, lo divino.
Es
exactamente lo mismo que les ocurrió cuando la pesca milagrosa, cuando Pedro
sintió el "asombro" (thambos) (Lc 5, 9), que equivale al
"miedo" (phobos) (Lc 5, 10).
3.
En Jesús, un ser humano como los demás, los discípulos veían y sentían la
presencia del ser divino.
¿Quiere decir esto que Jesús es Dios?
Tal
afirmación no está a nuestro alcance. Porque es Dios el que, por ser
"trascendente" a nuestro entendimiento, de Él no podemos conocer su
ser (lo que es).
Más
bien, hay que decir que los discípulos sentían, ante Jesús, la cercanía de
Dios, la manifestación de Dios, la revelación de Dios. Dios estaba presente en
Jesús. Porque, en Jesús, Dios se había "humanizado".
En
Jesús, Dios está cerca de todo ser humano.
Sobre todo, del ser humano amenazado, en peligro, asustado, del que ha
perdido toda esperanza y se ve sin futuro. Esto expresa que,
efectivamente, el Dios que
se nos reveló en Jesús se ha humanizado y se identifica con todo lo que es
verdaderamente humano.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, presbítero y doctor
Presbítero y Doctor de la Iglesia
(1226-1274)
Santo Tomás de Aquino, el Doctor
Angélico, es el patrono de los estudiantes. Nacido en Aquino de noble familia,
estudió en Montecasino y en Nápoles, donde se hizo fraile dominico. Esto no le
hizo gracia a su madre, pues eran otros los planes de la altiva condesa, y lo
encerró en el castillo. Allí sucedió la conocida escena. Una noche llevaron a
una mujer a su habitación para seducirlo. Tomás venció como se vencen las
tentaciones contra la pureza. Cogió rápidamente un tizón encendido y ahuyentó a
la mujer. Pronto se durmió, y he aquí que dos ángeles le despertaron y le
ciñeron un cordón incandescente. Ya no tuvo más tentaciones de impureza.
No perdía el tiempo en la torre del
castillo. Rezaba y leía los libros que le lograba pasar un fraile dominico. Un
día con una estratagema le ayudó a evadirse. Poco después Tomás estudiaba en
Colonia y en París, como discípulo de San Alberto Magno. Fue un alumno modelo.
Embebido en los estudios, no participaba en recreos ni discusiones. Por ello lo
llamaban «el buey mudo». Sí, dijo su maestro, pero sus mugidos resonarán en
todo el mundo.
Tomás era el primero en cumplir los
consejos que un día daría a un estudiante: No entres de golpe en el mar, sino
vete a él por los ríos, pues a lo difícil se ha de llegar por lo fácil. Sé tardo
para hablar. Ama la celda. Evita la excesiva familiaridad, que distrae del
estudio. Aclara las dudas. Cultiva la memoria. No te metas en asuntos ajenos no
pierdas tiempo.
El papa le ofreció el arzobispado de
Nápoles. Pero era otra la misión de Tomás. Se la mostró un día su maestro: la
doctrina cristiana estaba en peligro de contaminarse con el aristotelismo
averroísta, importado de España. Era preciso absorberlo, asimilarlo,
cristianizarlo. Era la gran hazaña a que estaba llamado Tomás, y que realizaría
soberanamente.
San Alberto traspasó la cátedra de París
a Tomás. Empezó comentando a Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, y
asombró a todos por su claridad y profundidad. Sus comentarios sobre
Aristóteles, su atrevimiento al «bautizarlo», le atrajo la envidia y enemistad
de muchos profesores. Fue una lucha encarnizada, acosado por agustinianos y
averroístas. Su método quedó consagrado al canonizarle el papa Juan XXII el año
1324.
Tomás enseñaba, predicaba y escribía.
Obras principales: Sobre la Verdad, Suma contra gentiles, comentarios al Cantar
de los Cantares. Su obra maestra es la Suma Teológica, síntesis que recoge todo
su pensamiento. Armoniza el caudal filosófico y religioso griego y cristiano,
conciliación audaz y lograda, una de las mayores hazañas del pensamiento
humano.
Su vida de oración era profunda. Nunca se
entregaba al estudio sino después de la oración, afirma su amigo fray
Reginaldo. Sus escritos sobre el Santísimo Sacramento y sus sermones nos hacen
dudar si predominaba en él el teólogo o el místico. Derramaba muchas lágrimas
en la Misa y caía frecuentemente en éxtasis. Una vez oyó del Señor: «Bien has
escrito de mí, Tomás. ¿Qué recompensa quieres? - Ninguna, sino a Ti, Señor»,
respondió.
Un día tuvo una «visión» celebrando Misa.
Estaba por entonces escribiendo en la Suma sobre los Sacramentos, y ya no
escribió más. «No puedo más, repetía cuando le insistían a que acabase. Lo que
he escrito, comparado con lo que he visto, me parece ahora como el heno. No
insistáis, no puedo más».
Invitado por el papa Gregorio X, se
dirigió al concilio de Lyon. Se sintió enfermó en el camino. Le acogieron en el
monasterio de Fossanova. Herido en la «visión» parcial, el 7 de marzo marchó a
la visión plena.
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