10
DE ENERO - MARTES –
1ª
- SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - A
Beata María Dolores Rodríguez Sopeña
Evangelio según san Marcos 1,21-28
Llegó Jesús a Cafamaúm, y cuando el
sábado fue a la sinagoga a enseñar, se
quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino
con autoridad.
Estaba precisamente en la
sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
"¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a acabar con
nosotros?
Sé quién eres: el Santo de
Dios".
Jesús lo increpó:
"Cállate y sal de
él".
El espíritu inmundo lo retorció y, dando
un grito muy fuerte, salió.
Todos se preguntaban
estupefactos:
"¿Qué es esto?
Este enseñar con autoridad
es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen'.
Su fama se extendió
enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
1. Es evidente que Jesús hablaba de tal manera,
con tal fuerza y convicción, que impresionaba y convencía a la gente. Su "autoridad"
consistía en eso: en la fuerza de convicción que todo el mundo notaba y percibía.
No
era, por tanto, una autoridad asociada a un cargo, a un poder, a un mando.
Era
una autoridad “carismática" y "profética, asociada a su persona, a su
manera de vivir y, por
eso, a la fuerza de
atracción que ejercía, desde su libertad, en las convicciones de quienes tenían
la suerte de ver, sentir y escuchar lo que enseñaba.
2. Los letrados eran los
"funcionarios" de la religión. Teólogos de oficio, que tenían como
tarea enseñar la Ley, es decir, la Toráh (ley divina) y la Hallachá
interpretación oficial de la Toráh). Eran expertos, no en la experiencia de
Dios, sino en la casuística a la que se tenían que someter los piadosos y
observantes.
No
dominaban lo que dice Dios, sino lo que venía enseñando la tradición de los
mayores, los antiguos, etc. Por eso, ya en aquellos tiempos, eran hombres que
resultaban odiosos para la mayoría de la población. Ir por la vida imponiendo
normas, obligaciones, prohibiciones, censuras, etc., es mala cosa.
Aunque
eso se haga en nombre de Dios. La gente espera de Dios, no que les imponga
cargas, sino que les den esperanza y luz en la vida.
Beata María Dolores Rodríguez Sopeña
Beata. Hija del madrileño Tomás Rodríguez,
administrador de los marqueses de los Vélez, y de Nicolasa Ortega Salomón, de
Piña de Campos (Palencia). Cuarta de siete hermanos, en 1849 recibe la
confirmación y, pronto, junto a su familia, viajó a varios lugares (Albuñol,
Guadix, Sorbas, Ugíjar,...) debido a que su padre, que durante la mortífera
epidemia de cólera de 1854 permaneció en Vélez Rubio, siendo fiscal, estuvo
destinado en varias Audiencias de la Península y América. En 1857 sufre, en
Ugíjar, una de las más dolorosas curaciones de la enfermedad que padecía en la
vista y que le acompañaría hasta el final de sus días. Entre 1865-68 vive en
Almería, donde atiende a los pobres, particularmente a dos enfermas de tifus y
a un leproso.
Tras el destronamiento de Isabel II, el padre
de Dolores es destituido del cargo y destinado como magistrado a Puerto Rico; sin
embargo, la mayor parte de la familia (ya habían fallecido dos hermanos:
Enrique, 1867; Antonio, 1868) se establece en Madrid (1868-70), donde visita
cárceles, hospitales y escuelas dominicales. Entre 1870-73 la familia se sitúa
en San Juan de Puerto Rico, donde nuestra biografiada aprovecha para fundar la
Asociación de la Hijas de María, con las que organiza escuelas dominicales para
personas de raza negra. De nuevo, su padre es trasladado como fiscal de la
Audiencia de Santiago de Cuba, aquí permanecerá la familia hasta el
fallecimiento de la madre (1876), tiempo en el que Dolores íntima con las
Hermanas de la Caridad, funda un instituto para catequizar negros y pobres y
continúa sus visitas a los hospitales.
De vuelta a Madrid (1876) prosigue su labor
humanitaria hasta que, a la muerte de su padre (1883), ingresa en el convento
de las Salesas, que, sin embargo, abandona sólo diez días después y comienza
sus propios trabajos evangelizadores y fundación de centros, denominados “Obra
de las Doctrinas”, en diversas zonas de Madrid (1885-96): Vallecas, Casa
Blanca, Casa del Cabrero, Cabroneras, Cuatro Caminos, Guindalera y Puerta de
Toledo. En 1892 el obispo de Madrid aprueba el movimiento de Dolores con el
nombre de “Apostolado del Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola” (hoy,
“Movimiento Sopeña”). En su labor de apostolado, entre 1896-1900, realiza 199
viajes y funda 21 centros. Tras dimitir como presidenta de la Obra en Madrid
(1897), viaja a Roma con motivo del Año Santo, donde conoce a varias dignidades
eclesiásticas de España y, en audiencia pública, a León XIII, quien había
publicado la célebre encíclica Rerum Novarum, sobre la situación de los obreros
y el relanzamiento social de la Iglesia. En septiembre de 1901, tras unos
ejercicios espirituales en Loyola, decide fundar una institución que perpetúe
su obra: las Misioneras de Cristo Redentor, lo que en el futuro se llamaría
“Instituto de las Damas Catequistas” o “Instituto Catequista Dolores Sopeña” (a
partir de 1978). Su primera casa sería la ermita de la Virgen de Gracia, en
Toledo; después vendrían las de Carmona (1902), Santoña (1903), Sants (1905),
Casita de Loyola (1905-1909), Almería (1906), Barcelona (1907), residencia de
Sevilla (1908), centros obreros en San Roque y Triana (1908); Manresa,
Tarragona y Tortosa (1908), Madrid y Sanlúcar de Barrameda (1909), barrios de
la Prosperidad el Obelisco (Madrid, 1909), el Grao (Valencia, 1911), Asturias
(1912), Casa General de Madrid (1914), Canarias (1916), escuelas para hijos de
obreros y talleres en Madrid (1916), etc. Del mismo modo, también establecerían
centros en el extranjero: Pau (1912), París, Orán y Roma (1914) y exploraciones
en países de Sudamérica.
Esta labor pastoral y social, de la que fue
alma y superiora general (1910-18), gozó casi siempre del apoyo de su familia y
amistades, del aprecio y comprensión de sus compañeras, del agradecimiento de
sus obreros y del favor de la Iglesia, así, en 1907, Pío X la recibe en
audiencia a sus principales impulsoras: Dolores, María Manjón y Pilar Delgado,
se entrevistan con los cardenales Merry del Val y Vives, y se aprueban
oficialmente las constituciones del Instituto Catequista. Por su parte, a esta
adelantada de los movimientos sociales, se le otorgó la Cruz de Alfonso XII en
1915; Alfonso XIII presidió la fiesta de fin de curso de los centros en 1915 y
la propia reina María Cristina visitó a Dolores días antes de fallecer, a la
edad de 69 años, con fama de santidad, trasladando sus restos a Loyola.
Con su desaparición, la Obra ha ido
expandiéndose, consolidándose y adaptándose a los nuevos tiempos por todo el
mundo. En 1928, el obispo de Madrid da comienzo a la causa de canonización y,
en 1980, se promulga el decreto por el que Juan Pablo II introduce su causa de
beatificación, hasta que, una vez concluido, fue beatificada en Roma por el
mismo Papa en 23-III-2003. En su pueblo, donde se halla la casa madre y se
conservan objetos de su nacimiento, ha sido objeto de homenajes,
reconocimientos, rotulando una calle con su nombre y colocando una estatua,
obra de Juan de Ávalos, en plaza pública.
No hay comentarios:
Publicar un comentario