lunes, 9 de enero de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 10 DE ENERO - MARTES – 1ª - SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - A Beata María Dolores Rodríguez Sopeña




10 DE ENERO -  MARTES –
1ª - SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO - A
Beata María Dolores Rodríguez Sopeña

Evangelio según san Marcos 1,21-28
    Llegó Jesús a Cafamaúm, y cuando el sábado   fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a acabar con nosotros?
Sé quién eres: el Santo de Dios".
Jesús lo increpó:
"Cállate y sal de él".
       El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
Todos se preguntaban estupefactos:
"¿Qué es esto?
Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen'.
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

1.  Es evidente que Jesús hablaba de tal manera, con tal fuerza y convicción, que impresionaba y convencía a la gente. Su "autoridad" consistía en eso: en la fuerza de convicción que todo el   mundo notaba y percibía.
No era, por tanto, una autoridad asociada a un cargo, a un poder, a un mando.
Era una autoridad “carismática" y "profética, asociada a su persona, a su manera de vivir y, por
eso, a la fuerza de atracción que ejercía, desde su libertad, en las convicciones de quienes tenían la suerte de ver, sentir y escuchar lo que enseñaba.

2.  Los letrados eran los "funcionarios" de la religión. Teólogos de oficio, que tenían como tarea enseñar la Ley, es decir, la Toráh (ley divina) y la Hallachá interpretación oficial de la Toráh). Eran expertos, no en la experiencia de Dios, sino en la casuística a la que se tenían que someter los piadosos y observantes.
No dominaban lo que dice Dios, sino lo que venía enseñando la tradición de los mayores, los antiguos, etc. Por eso, ya en aquellos tiempos, eran hombres que resultaban odiosos para la mayoría de la población. Ir por la vida imponiendo normas, obligaciones, prohibiciones, censuras, etc., es mala cosa.
Aunque eso se haga en nombre de Dios. La gente espera de Dios, no que les imponga cargas, sino que les den esperanza y luz en la vida.

Beata María Dolores Rodríguez Sopeña


Beata. Hija del madrileño Tomás Rodríguez, administrador de los marqueses de los Vélez, y de Nicolasa Ortega Salomón, de Piña de Campos (Palencia). Cuarta de siete hermanos, en 1849 recibe la confirmación y, pronto, junto a su familia, viajó a varios lugares (Albuñol, Guadix, Sorbas, Ugíjar,...) debido a que su padre, que durante la mortífera epidemia de cólera de 1854 permaneció en Vélez Rubio, siendo fiscal, estuvo destinado en varias Audiencias de la Península y América. En 1857 sufre, en Ugíjar, una de las más dolorosas curaciones de la enfermedad que padecía en la vista y que le acompañaría hasta el final de sus días. Entre 1865-68 vive en Almería, donde atiende a los pobres, particularmente a dos enfermas de tifus y a un leproso.
      Tras el destronamiento de Isabel II, el padre de Dolores es destituido del cargo y destinado como magistrado a Puerto Rico; sin embargo, la mayor parte de la familia (ya habían fallecido dos hermanos: Enrique, 1867; Antonio, 1868) se establece en Madrid (1868-70), donde visita cárceles, hospitales y escuelas dominicales. Entre 1870-73 la familia se sitúa en San Juan de Puerto Rico, donde nuestra biografiada aprovecha para fundar la Asociación de la Hijas de María, con las que organiza escuelas dominicales para personas de raza negra. De nuevo, su padre es trasladado como fiscal de la Audiencia de Santiago de Cuba, aquí permanecerá la familia hasta el fallecimiento de la madre (1876), tiempo en el que Dolores íntima con las Hermanas de la Caridad, funda un instituto para catequizar negros y pobres y continúa sus visitas a los hospitales.
      De vuelta a Madrid (1876) prosigue su labor humanitaria hasta que, a la muerte de su padre (1883), ingresa en el convento de las Salesas, que, sin embargo, abandona sólo diez días después y comienza sus propios trabajos evangelizadores y fundación de centros, denominados “Obra de las Doctrinas”, en diversas zonas de Madrid (1885-96): Vallecas, Casa Blanca, Casa del Cabrero, Cabroneras, Cuatro Caminos, Guindalera y Puerta de Toledo. En 1892 el obispo de Madrid aprueba el movimiento de Dolores con el nombre de “Apostolado del Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola” (hoy, “Movimiento Sopeña”). En su labor de apostolado, entre 1896-1900, realiza 199 viajes y funda 21 centros. Tras dimitir como presidenta de la Obra en Madrid (1897), viaja a Roma con motivo del Año Santo, donde conoce a varias dignidades eclesiásticas de España y, en audiencia pública, a León XIII, quien había publicado la célebre encíclica Rerum Novarum, sobre la situación de los obreros y el relanzamiento social de la Iglesia. En septiembre de 1901, tras unos ejercicios espirituales en Loyola, decide fundar una institución que perpetúe su obra: las Misioneras de Cristo Redentor, lo que en el futuro se llamaría “Instituto de las Damas Catequistas” o “Instituto Catequista Dolores Sopeña” (a partir de 1978). Su primera casa sería la ermita de la Virgen de Gracia, en Toledo; después vendrían las de Carmona (1902), Santoña (1903), Sants (1905), Casita de Loyola (1905-1909), Almería (1906), Barcelona (1907), residencia de Sevilla (1908), centros obreros en San Roque y Triana (1908); Manresa, Tarragona y Tortosa (1908), Madrid y Sanlúcar de Barrameda (1909), barrios de la Prosperidad el Obelisco (Madrid, 1909), el Grao (Valencia, 1911), Asturias (1912), Casa General de Madrid (1914), Canarias (1916), escuelas para hijos de obreros y talleres en Madrid (1916), etc. Del mismo modo, también establecerían centros en el extranjero: Pau (1912), París, Orán y Roma (1914) y exploraciones en países de Sudamérica.
      Esta labor pastoral y social, de la que fue alma y superiora general (1910-18), gozó casi siempre del apoyo de su familia y amistades, del aprecio y comprensión de sus compañeras, del agradecimiento de sus obreros y del favor de la Iglesia, así, en 1907, Pío X la recibe en audiencia a sus principales impulsoras: Dolores, María Manjón y Pilar Delgado, se entrevistan con los cardenales Merry del Val y Vives, y se aprueban oficialmente las constituciones del Instituto Catequista. Por su parte, a esta adelantada de los movimientos sociales, se le otorgó la Cruz de Alfonso XII en 1915; Alfonso XIII presidió la fiesta de fin de curso de los centros en 1915 y la propia reina María Cristina visitó a Dolores días antes de fallecer, a la edad de 69 años, con fama de santidad, trasladando sus restos a Loyola.
      Con su desaparición, la Obra ha ido expandiéndose, consolidándose y adaptándose a los nuevos tiempos por todo el mundo. En 1928, el obispo de Madrid da comienzo a la causa de canonización y, en 1980, se promulga el decreto por el que Juan Pablo II introduce su causa de beatificación, hasta que, una vez concluido, fue beatificada en Roma por el mismo Papa en 23-III-2003. En su pueblo, donde se halla la casa madre y se conservan objetos de su nacimiento, ha sido objeto de homenajes, reconocimientos, rotulando una calle con su nombre y colocando una estatua, obra de Juan de Ávalos, en plaza pública.




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