miércoles, 4 de enero de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 5 DE ENERO - JUEVES FERIAS DE NAVIDAD San Deogracias, obispo




5  DE ENERO  -   JUEVES
FERIAS DE NAVIDAD
San Deogracias, obispo

Evangelio según san Juan 1, 43-51
      En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice:
"Sígueme".
Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro.
Felipe encuentra a Natanael y le dice:
 "Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret".
Natanael le replicó:
"¿De Nazaret puede salir algo bueno?"
Felipe le contestó:
       "Ven y verás".
 Vio Jesús que se acerca Natanael y dijo de él:
"Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño
Natanael le contesta:
"¿De qué me conoces?"
Jesús le responde:
"Antes de que Felipe te llamara, cuando
estabas debajo de la higuera, te vi".
Natanael respondió:
"Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
Jesús le contestó:
"¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera crees? Has de ver cosas mayores".
Y le añadió:
"Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre".

1.  El relato del encuentro de Jesús con sus primeros discípulos se prolonga. Y sobre todo se traslada: de Judea a Galilea. Jesús se va, no a la soledad del desierto, para convivir con los monjes y con los ascetas esenios, sino a la marginada Galilea, para convivir con los pobres.
El proyecto de Jesús no es alejarse de la gente, sino convivir con los humildes y sencillos de este mundo.
Sin duda, esta decisión fue la expresión de una vida programada desde la humildad, la sencillez, la solidaridad con quienes se ven peor tratados por la sociedad. Pero lo más importante no es eso. Jesús vio que, para cambiar este mundo y mejorar la convivencia humana, lo más eficaz no es irse con los poderosos, los sabios y los influyentes, sino con los últimos y los excluidos. La sociedad se cambia desde abajo, no desde los selectos.

2.  Según los evangelios de Marcos y Mateo, el ministerio público de Jesús se desarrolló en Galilea, hasta poco antes de su pasión y muerte, que sucedió en la capital, Jerusalén.
El evangelio de Lucas sitúa el ministerio también en Galilea, pero como un camino o viaje hacia Jerusalén. El evangelio de Juan es el que desplaza a Jesús de Galilea a Judea con más frecuencia. En todo caso, debe recordarse aquí que la Historia nos enseña cómo la prosperidad de los pueblos, su estabilidad y su crecimiento, todo eso se ha fundamentado siempre sobre el trabajo de los esclavos.
Donde no hay una economía sólida, no puede haber prosperidad.  Pero la economía sólida se construye y se mantiene desde la base y el fundamento de los esclavos.
Jesús vinculó su vida a los últimos. No para dominarlos o aprovecharse de ellos, sino para hacer de ellos lo que nadie ha hecho: gente con vida, felicidad y esperanza. Esto es el corazón del Evangelio.

3.  Lo genial de este relato es su final: Jesús recuerda la visión de Jacob en Betel (Gen 28, 11-27). Y así afirma que, conviviendo con él, van a ver el cielo abierto. Y, sobre todo, van a ver la constante comunicación (ángeles subiendo y bajando) del cielo con la tierra, de "lo divino" presente en "lo humano".
Porque, en Jesús, la "trascendencia" se ha fundido con la "inmanencia". De forma que a Dios lo encontramos en lo humano, en lo terreno, entre aquellos con quienes tenemos que convivir.
 Con tal que nuestra convivencia se transforme en contagio de lo que es y representa Jesús para la humanidad.

San Deogracias, obispo
Cuando Cartago fue asolada por los vándalos, en el 439, los arrianos expulsaron al obispo Quodvultdeus y lo abandonaron, junto con la mayor parte de sus clérigos, en un barco inundado para que muriera. Sin embargo, la nave llegó con bien a Nápoles. Después de catorce años, durante los cuales Cartago permaneció sin pastor, Genserico, a instancias de Valentiniano, permitió la consagración de otro obispo. Fue este un sacerdote llamado Deogracias quien, con su ejemplo y doctrina, fortaleció la fe de su pueblo y logró ganarse el respeto, tanto de paganos, como de arrianos.
Dos años después de la consagración del obispo, Genserico saqueó Roma y volvió al África con gran cantidad de cautivos. Estos infortunados fueron distribuidos entre los vándalos y los habitantes de la Mauritania, con absoluta arbitrariedad; los esposos fueron separados de sus mujeres y los padres, de sus hijos. Para rescatarlos, Deogracias vendió lo cálices de oro y plata y los ornamentos del altar, hasta que logró redimir a gran número de familias. Como no había en Cartago casas suficientes para acomodarlas, el obispo cedió un par de iglesias grandes, las acondicionó con lechos y organizó un reparto diario de comida. Algunos de los espíritus más ruines entre los arrianos, resintieron su actividad y le acechaban para matarle, pero los planes fracasaron.

Consumido por sus esfuerzos, sin embargo, Deogracias murió después de un episcopado de poco más de tres años y fue profundamente llorado por sus fieles y por los exilados, que habían encontrado en él un gran protector. Los cartagineses cristianos habrían despedazado su cuerpo para guardar reliquias, pero fue enterrado secretamente mientras se cantaban las oraciones públicas y así se evitó su profanación.

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