martes, 3 de enero de 2017

Párate un momento: El Evangelio del día 4 de Enero – MIÉRCOLES – FERIAS DE NAVIDAD Santa Genoveva Torres, religiosa





4 de Enero – MIÉRCOLES –
FERIAS DE NAVIDAD
Santa Genoveva Torres, religiosa

Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
"Este es el Cordero de Dios".
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús, se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
    “¿Qué buscáis?"
Ellos le contestaron:
"Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?"
Él les dijo:
"Venid y lo veréis".
Entonces fueron, vieron donde vivía y sé quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
"Hemos encontrado al Mesías" (qué significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo:
"Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas" (que se traduce Pedro).

1.  El encuentro de Jesús con sus primeros discípulos se nos presenta en dos versiones distintas: la de los sinópticos (Mc 1, 16-20; Mt 4, 12-17; Lc 4, 14-15) y la de Juan, que se relata en este evangelio. No interesa analizar las circunstancias históricas de ambos encuentros, sino las enseñanzas religiosas que se nos dan en ambas escenas.
Según el evangelio de Juan, los primeros seguidores de Jesús habían sido antes discípulos del Bautista. De él tenían que haber aprendido su austeridad de vida, su mensaje amenazante contra los pecadores, su soledad en el desierto, su audacia y su libertad ante los poderosos.

2.  Es importante tener presente que, cuando aquellos discípulos del Bautista ven a Jesús y se van tras él, lo primero que le preguntan es "dónde vive". Jesús se limita a responder que se vayan con él y lo vean. El hecho es que se fueron
lo vieron y ya se quedaron con Jesús para siempre. Más aún, no solo sé quedaron, sino que enseguida se pusieron a buscar a familiares y conocidos para unirlos al grupo.
¿Qué ocurrió allí?
Y, sobre todo, ¿qué enseñanza religiosa se nos ofrece aquí?
 ¡Si nuestra vivienda estuviera abierta para todos y tuviere tal fuerza de atracción, como la de Jesús, sin duda tendríamos una fuerza de atracción que hoy no solemos tener!

3.  El "lugar" donde uno vive es también el "espacio humano" donde convive.
La convivencia con Jesús, por más incipiente y breve que fuera, en realidad fue lo que cambió la vida de aquellos hombres. Además, fue una convivencia que produjo en ellos un entusiasmo contagioso, como queda bien destacado en el extenso relato que ofrece el cuarto evangelio (Jn 1, 35-51).
¿Qué nos enseña todo esto?:
1) Los seres humanos nos conocemos, no por lo que decimos o por nuestra apariencia, sino por la convivencia.
2) El conocimiento de Jesús se transmite mediante el contagio de la convivencia.
3) Nuestra forma de vivir ha de ser tal que quien conviva con nosotros, por eso mismo, se entusiasme para transmitir su experiencia a otros.
4) Tendríamos que vivir de tal manera que en nuestra vida no hubiera nada que ocultar, sino todo lo contrario: que nuestra acogida y el "estar
con" el que cree en Jesús fuera la forma normal de transmisión de la fe.
5. Da pena pensar que entre cristianos y en la Iglesia haya tantas cosas que ocultar. Y peor aún es cuando no provocamos con-vivencia, sino confrontación.

Santa Genoveva Torres, religiosa

Nació en Almenara (Castellón) el día 3 de enero de 1870. Era una familia de humildes labradores y ella era las más pequeña de 2 varones y cuatro niñas. Su padre, José, murió cuando ella tenía un año. En el transcurso de seis años, ella, su madre y un hermano, vieron cómo morían los otros cuatro hermanos. La madre, Vicenta, murió cuando tenía ocho años.
Se quedó con su hermano el mayor, de dieciocho años, y ella tuvo que hacer desde niña de “ama de casa”. Es así que maduró muy rápido.
No pudo asistir muchos años a la escuela pero si a la catequesis parroquial. Fue confirmada en 1877. Para hacer la primera comunión, sin poder tener su traje y sin darle importancia alguna a lo exterior, se confesó, se puso en la fila de las personas que iban a comulgar y recibió al Señor. Ya ahí le nació su profundo amor a la Eucaristía.
Ella y su hermano pasaron gran estrechez económica. A sus diez años tomó afición por la buena lectura, leyó los libros que había dejado su madre en casa. En uno de ellos leyó que había que hacer siempre la voluntad de Dios, pues para eso estamos en este mundo. Y esta máxima se le quedó grabada para toda su vida.
El trabajo, la mala alimentación y los escasos cuidados le acarrearon un tumor maligno en la pierna izquierda y, al presentarse la gangrena, tuvo que serle amputada cuando tenía tan solo trece años. Fue operada en su misma casa, sobre la mesa de la cocina, con métodos casi rudimentarios, pues hasta se rompió el aparato para evitar la hemorragia. Tuvieron que atarle la pierna por el muslo, pero en forma tan deficiente que sería causa de dolores durante toda su vida. Todos esperaban ya su muerte, pero se repuso y volvió a las tareas domésticas con la ayuda de dos muletas, ya siempre compañeras inseparables.
Por circunstancias familiares fue internada en el orfanato “Casa de la Misericordia” de Valencia, donde pasó nueve años. Sentía una especial devoción a la Eucaristía y al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen María y a los Santos Ángeles. Ayudada por el capellán del centro, don Carlos Ferris, más adelante jesuita, allí progresó en su experiencia espiritual profunda que le llevó a pedir su entrada en las Carmelitas de la Caridad, que regentaban la casa. Las veía y le parecían “ángeles”. Pero no fue admitida por causa de su minusvalía. Desde ese momento no cejó en buscar cuál era la voluntad de Dios sobre ella.
Se fijó en un acuciante problema que aquejaba a muchas mujeres en los comienzos del siglo XX: la soledad. Por distintos motivos familiares quedaban abandonadas. Ella, que estaba abierta a ver en los acontecimientos la mano de Dios, captó esta necesidad y empezó el embrión de lo que sería el futuro instituto religioso. Comenzó con dos compañeras, difíciles de carácter, a recoger en la casa a distintas personas necesitadas. Con su paciencia y caridad Genoveva pudo soportar aquella situación, viviendo de su trabajo de costura y bordado. Enseguida se les quedó pequeña la casa y tuvieron que ir buscando hogares más amplios pues la necesidad era más grande de lo que a primera vista podría parecer. Genoveva pensó entonces especialmente en promover la vela de la adoración eucarística nocturna.
Desde su salida de la “Casa de Misericordia” en 1894 hasta 1911, su vida podría compararse con la peregrinación por el desierto en busca de la voluntad de Dios. “Me puse en las manos de Dios para cuanto pudiera querer de mí con voluntad firme de no resistirme en nada de cuanto de mí exigiera, costara lo que costara”. El día 2 de febrero de 1911 en Valencia, con la indicación del canónigo José Barbarrós sobre unas señoras y señoritas solas y cargadas de sufrimiento, y con la consulta al P. Martín Sánchez, S.J., que le dio su aprobación personal, fundó la primera “Casa Hogar”, constituyendo la Sociedad Angélica que daría origen al instituto de Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles con el carisma y misión de “aliviar la soledad de las personas que, por diferentes circunstancias, viven solas y necesitadas de cariño, de consuelo, de amor y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu”. Genoveva fue nombrada directora. Así, remediaba un problema social: amparar la soledad. Pero sus fundaciones no serían sólo “casas” sino también “hogares”, para que las personas que vinieran amueblaran la habitación a su gusto con el fin de que su desarraigo fuera menor, ya que podían llevar consigo las cosas de mayor afecto personal.
La sociedad fue erigida como “Pía Unión” en 1912 y el primer reglamento data de 1914. En ese mismo año fundó otra casa en Zaragoza, en la calle del Pilar, aconsejándose del P. Martín Sánchez, SI; en 1914 en Madrid y, poco a poco, en Bilbao, Barcelona, Santander y Pamplona. En 1925 la Pía Unión fue reconocida en Zaragoza como Instituto religioso de derecho diocesano por el Arzobispo Doménech y emitieron ante él sus votos la Madre Genoveva, nombrada Superiora General, y otras dieciocho religiosas. El decreto de aprobación como instituto religioso de derecho pontificio sería dado por Pío XII en 1953.
En tiempos de la república y de la guerra civil, algunas de las casas tuvieron que padecer la persecución religiosa, quedando la mayoría devastadas, mientras que la Madre Genoveva infundía paz y esperanza en todas sus Hermanas. En las casas de Zaragoza y Valencia se pudo dar protección a otras personas, miembros de institutos religiosos y seglares, puesto que la Madre Genoveva tenía un corazón abierto para todas las personas y actividades de la Iglesia, con un espíritu de servicio asombroso. Fue reelegida Superiora General en los capítulos de 1935, 1941 y 1947. Retirada de su cargo en 1954, supo convertirse en religiosa siempre obediente a la nueva Madre General.
Todas las casas empezaban por el “Sagrario”, “porque estando Jesús en casa nada temo” y de esta forma imprimió en sus religiosas una nota característica de su espiritualidad: la adoración-reparación a la Eucaristía. Desde ese fundamento las Angélicas desplegarían su apostolado con las tres notas que la Madre Genoveva dejó plasmadas en sus constituciones: espíritu de humildad y sencillez que busca sólo a Dios en todas las cosas, espíritu de obediencia con la abnegación del propio juicio a la voluntad de Dios en las disposiciones de los superiores y espíritu de caridad, que engendra en las Hermanas el ardor apostólico por la gloria de Dios y la salvación de las almas. La palabra más repetida en sus escritos es “amor”: “Que sólo el amor me impulse a obrar”. “Que tu puro amor mueva todas mis acciones”. “Nada es pesado para el que ama”. “Dios merece ser servido con fidelidad y amor”. “El amor nunca dice basta”.
A finales de 1955 su salud había decaído considerablemente. El 30 de diciembre tuvo un ataque de apoplejía y recibió los últimos sacramentos. Todavía pudo comulgar en la madrugada del 4 de enero de 1956 y en esa mañana entró en coma. A los ochenta y seis años de edad, el 5 de enero de 1956 falleció en Zaragoza. El pueblo comenzó a llamarla “Ángel de la soledad” y así sigue reconociéndola.
El Instituto de Hermanas, llamadas comúnmente “angélicas”, están extendidas por España, Italia, México y Venezuela. Además, trabajan apostólicamente en catequesis, Casas de ejercicios, Guarderías, y en la evangelización en parroquias y escuelas.
Fue beatificada en Roma por el Papa Juan Pablo II el día 29 de enero de 1995, sus reliquias reposan en la Casa Generalicia en Zaragoza y su memoria litúrgica viene celebrándose el 4 de enero. Canonización: mayo de 2003.



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