4
de Enero – MIÉRCOLES –
FERIAS
DE NAVIDAD
Santa
Genoveva Torres, religiosa
Evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus
discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
"Este es el Cordero de
Dios".
Los dos discípulos oyeron sus palabras
y siguieron a Jesús, se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
“¿Qué
buscáis?"
Ellos le contestaron:
"Rabí (que significa
Maestro), ¿dónde vives?"
Él les dijo:
"Venid y lo veréis".
Entonces fueron, vieron donde
vivía y sé quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón
Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra
primero a su hermano Simón y le dice:
"Hemos encontrado al
Mesías" (qué significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le
dijo:
"Tú eres Simón, el hijo
de Juan; tú te llamarás Cefas" (que se traduce Pedro).
1. El encuentro de Jesús con sus primeros discípulos
se nos presenta en dos versiones distintas: la de los sinópticos (Mc 1, 16-20;
Mt 4, 12-17; Lc 4, 14-15) y la de Juan, que se relata en este evangelio. No
interesa analizar las circunstancias históricas de ambos encuentros, sino las
enseñanzas religiosas que se nos dan en ambas escenas.
Según
el evangelio de Juan, los primeros seguidores de Jesús habían sido antes
discípulos del Bautista. De él tenían que haber aprendido su austeridad de
vida, su mensaje amenazante contra los pecadores, su soledad en el desierto, su
audacia y su libertad ante los poderosos.
2. Es importante tener presente que, cuando
aquellos discípulos del Bautista ven a Jesús y se van tras él, lo primero que
le preguntan es "dónde vive". Jesús se limita a responder que se
vayan con él y lo vean. El hecho es que se fueron
lo vieron y ya se quedaron
con Jesús para siempre. Más aún, no solo sé quedaron, sino que enseguida se
pusieron a buscar a familiares y conocidos para unirlos al grupo.
¿Qué
ocurrió allí?
Y,
sobre todo, ¿qué enseñanza religiosa se nos ofrece aquí?
¡Si nuestra vivienda estuviera abierta para
todos y tuviere tal fuerza de atracción, como la de Jesús, sin duda tendríamos
una fuerza de atracción que hoy no solemos tener!
3. El "lugar" donde uno vive es
también el "espacio humano" donde convive.
La
convivencia con Jesús, por más incipiente y breve que fuera, en realidad fue lo
que cambió la vida de aquellos hombres. Además, fue una convivencia que produjo
en ellos un entusiasmo contagioso, como queda bien destacado en el extenso
relato que ofrece el cuarto evangelio (Jn 1, 35-51).
¿Qué
nos enseña todo esto?:
1)
Los seres humanos nos conocemos, no por lo que decimos o por nuestra
apariencia, sino por la convivencia.
2)
El conocimiento de Jesús se transmite mediante el contagio de la convivencia.
3)
Nuestra forma de vivir ha de ser tal que quien conviva con nosotros, por eso
mismo, se entusiasme para transmitir su experiencia a otros.
4)
Tendríamos que vivir de tal manera que en nuestra vida no hubiera nada que
ocultar, sino todo lo contrario: que nuestra acogida y el "estar
con" el que cree en
Jesús fuera la forma normal de transmisión de la fe.
5.
Da pena pensar que entre cristianos y en la Iglesia haya tantas cosas que
ocultar. Y peor aún es cuando no provocamos con-vivencia, sino confrontación.
Santa
Genoveva Torres, religiosa
Nació en Almenara (Castellón) el día 3 de enero de 1870. Era una familia de humildes labradores y ella era las más pequeña de 2 varones y cuatro niñas. Su padre, José, murió cuando ella tenía un año. En el transcurso de seis años, ella, su madre y un hermano, vieron cómo morían los otros cuatro hermanos. La madre, Vicenta, murió cuando tenía ocho años.
Se quedó con su hermano el
mayor, de dieciocho años, y ella tuvo que hacer desde niña de “ama de casa”. Es
así que maduró muy rápido.
No pudo asistir muchos años a la escuela
pero si a la catequesis parroquial. Fue confirmada en 1877. Para hacer la
primera comunión, sin poder tener su traje y sin darle importancia alguna a lo
exterior, se confesó, se puso en la fila de las personas que iban a comulgar y
recibió al Señor. Ya ahí le nació su profundo amor a la Eucaristía.
Ella y su hermano pasaron gran estrechez
económica. A sus diez años tomó afición por la buena lectura, leyó los libros
que había dejado su madre en casa. En uno de ellos leyó que había que hacer
siempre la voluntad de Dios, pues para eso estamos en este mundo. Y esta máxima
se le quedó grabada para toda su vida.
El trabajo, la mala alimentación y los
escasos cuidados le acarrearon un tumor maligno en la pierna izquierda y, al
presentarse la gangrena, tuvo que serle amputada cuando tenía tan solo trece
años. Fue operada en su misma casa, sobre la mesa de la cocina, con métodos
casi rudimentarios, pues hasta se rompió el aparato para evitar la hemorragia.
Tuvieron que atarle la pierna por el muslo, pero en forma tan deficiente que
sería causa de dolores durante toda su vida. Todos esperaban ya su muerte, pero
se repuso y volvió a las tareas domésticas con la ayuda de dos muletas, ya siempre
compañeras inseparables.
Por circunstancias familiares fue
internada en el orfanato “Casa de la Misericordia” de Valencia, donde pasó
nueve años. Sentía una especial devoción a la Eucaristía y al Sagrado Corazón
de Jesús, a la Virgen María y a los Santos Ángeles. Ayudada por el capellán del
centro, don Carlos Ferris, más adelante jesuita, allí progresó en su
experiencia espiritual profunda que le llevó a pedir su entrada en las
Carmelitas de la Caridad, que regentaban la casa. Las veía y le parecían
“ángeles”. Pero no fue admitida por causa de su minusvalía. Desde ese momento
no cejó en buscar cuál era la voluntad de Dios sobre ella.
Se fijó en un acuciante problema que
aquejaba a muchas mujeres en los comienzos del siglo XX: la soledad. Por
distintos motivos familiares quedaban abandonadas. Ella, que estaba abierta a
ver en los acontecimientos la mano de Dios, captó esta necesidad y empezó el
embrión de lo que sería el futuro instituto religioso. Comenzó con dos
compañeras, difíciles de carácter, a recoger en la casa a distintas personas necesitadas.
Con su paciencia y caridad Genoveva pudo soportar aquella situación, viviendo
de su trabajo de costura y bordado. Enseguida se les quedó pequeña la casa y
tuvieron que ir buscando hogares más amplios pues la necesidad era más grande
de lo que a primera vista podría parecer. Genoveva pensó entonces especialmente
en promover la vela de la adoración eucarística nocturna.
Desde su salida de la “Casa de
Misericordia” en 1894 hasta 1911, su vida podría compararse con la
peregrinación por el desierto en busca de la voluntad de Dios. “Me puse en las
manos de Dios para cuanto pudiera querer de mí con voluntad firme de no
resistirme en nada de cuanto de mí exigiera, costara lo que costara”. El día 2
de febrero de 1911 en Valencia, con la indicación del canónigo José Barbarrós
sobre unas señoras y señoritas solas y cargadas de sufrimiento, y con la
consulta al P. Martín Sánchez, S.J., que le dio su aprobación personal, fundó
la primera “Casa Hogar”, constituyendo la Sociedad Angélica que daría origen al
instituto de Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles con
el carisma y misión de “aliviar la soledad de las personas que, por diferentes
circunstancias, viven solas y necesitadas de cariño, de consuelo, de amor y de
cuidados en su cuerpo y en su espíritu”. Genoveva fue nombrada directora. Así,
remediaba un problema social: amparar la soledad. Pero sus fundaciones no
serían sólo “casas” sino también “hogares”, para que las personas que vinieran
amueblaran la habitación a su gusto con el fin de que su desarraigo fuera
menor, ya que podían llevar consigo las cosas de mayor afecto personal.
La sociedad fue erigida como “Pía Unión”
en 1912 y el primer reglamento data de 1914. En ese mismo año fundó otra casa
en Zaragoza, en la calle del Pilar, aconsejándose del P. Martín Sánchez, SI; en
1914 en Madrid y, poco a poco, en Bilbao, Barcelona, Santander y Pamplona. En
1925 la Pía Unión fue reconocida en Zaragoza como Instituto religioso de
derecho diocesano por el Arzobispo Doménech y emitieron ante él sus votos la
Madre Genoveva, nombrada Superiora General, y otras dieciocho religiosas. El
decreto de aprobación como instituto religioso de derecho pontificio sería dado
por Pío XII en 1953.
En tiempos de la república y de la guerra
civil, algunas de las casas tuvieron que padecer la persecución religiosa,
quedando la mayoría devastadas, mientras que la Madre Genoveva infundía paz y
esperanza en todas sus Hermanas. En las casas de Zaragoza y Valencia se pudo
dar protección a otras personas, miembros de institutos religiosos y seglares,
puesto que la Madre Genoveva tenía un corazón abierto para todas las personas y
actividades de la Iglesia, con un espíritu de servicio asombroso. Fue reelegida
Superiora General en los capítulos de 1935, 1941 y 1947. Retirada de su cargo
en 1954, supo convertirse en religiosa siempre obediente a la nueva Madre
General.
Todas las casas empezaban por el
“Sagrario”, “porque estando Jesús en casa nada temo” y de esta forma imprimió
en sus religiosas una nota característica de su espiritualidad: la
adoración-reparación a la Eucaristía. Desde ese fundamento las Angélicas
desplegarían su apostolado con las tres notas que la Madre Genoveva dejó
plasmadas en sus constituciones: espíritu de humildad y sencillez que busca
sólo a Dios en todas las cosas, espíritu de obediencia con la abnegación del
propio juicio a la voluntad de Dios en las disposiciones de los superiores y
espíritu de caridad, que engendra en las Hermanas el ardor apostólico por la
gloria de Dios y la salvación de las almas. La palabra más repetida en sus
escritos es “amor”: “Que sólo el amor me impulse a obrar”. “Que tu puro amor
mueva todas mis acciones”. “Nada es pesado para el que ama”. “Dios merece ser
servido con fidelidad y amor”. “El amor nunca dice basta”.
A finales de 1955 su salud había decaído
considerablemente. El 30 de diciembre tuvo un ataque de apoplejía y recibió los
últimos sacramentos. Todavía pudo comulgar en la madrugada del 4 de enero de
1956 y en esa mañana entró en coma. A los ochenta y seis años de edad, el 5 de
enero de 1956 falleció en Zaragoza. El pueblo comenzó a llamarla “Ángel de la
soledad” y así sigue reconociéndola.
El Instituto de Hermanas, llamadas
comúnmente “angélicas”, están extendidas por España, Italia, México y
Venezuela. Además, trabajan apostólicamente en catequesis, Casas de ejercicios,
Guarderías, y en la evangelización en parroquias y escuelas.
Fue beatificada en Roma por el Papa Juan
Pablo II el día 29 de enero de 1995, sus reliquias reposan en la Casa
Generalicia en Zaragoza y su memoria litúrgica viene celebrándose el 4 de
enero. Canonización: mayo de 2003.
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