martes, 12 de noviembre de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 13 de NOVIEMBRE – MIÉRCOLES – 32ª – SEMANA DEL T. O. – C – San Diego de Alcalá




13 de NOVIEMBRE – MIÉRCOLES –
32ª – SEMANA DEL T. O. – C –

Lectura del libro de la Sabiduría (6,1-11):

Escuchad, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni procedisteis según la voluntad de Dios.
Repentino y estremecedor vendrá sobre vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso. Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda.
Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.

Palabra de Dios

Salmo: 81,3-4.6-7

R/. Levántate, oh, Dios, y juzga la tierra

«Proteged al desvalido y al huérfano,
haced justicia al humilde y al necesitado,
defended al pobre y al indigente,
sacándolos de las manos del culpable.» R/.

Yo declaro: «Aunque seáis dioses,
e hijos del Altísimo todos,
moriréis como cualquier hombre,
caeréis, príncipes, como uno de tantos.» R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo:
«ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

Palabra del Señor

1.   Es evidente que, en este relato, se destacan tres contrastes:
1) El contraste entre agradecimiento e ingratitud.
2) El contraste entre judíos y samaritanos.
3)  El contraste entre el hecho de la curación y su interpretación en el   ámbito de la religión (J. A. Fitzmyer).

2.   El relato es polémico y está    redactado con una intencionalidad   claramente polémica (H. D. Betz). Porque el episodio se plantea de forma que el agradecimiento y la fe se atribuyen    precisamente al samaritano, es decir, al
hereje, al alejado del camino de la salvación, al que, para cualquier judío ortodoxo, era un indeseable, un impuro, alguien con quien ni se podía hablar y al
que se le negaba incluso el saludo (Lc 9, 52-53; Jn 4, 9).
El desprecio de los judíos hacia los habitantes de Samaria era tan fuerte, que llamarle a uno samaritano equivalía a un insulto, ya que era como decirle "endemoniado" (Jn 8, 48).

3.  Pues bien, lo sorprendente es que Lucas recoge este episodio y lo redactó de forma que del relato resulta que el pervertido y el despreciable, según los
criterios de la religión, ese precisamente es el que tiene sentimientos humanos y de bondad, reconocimiento y gratitud. Y ese también es el que, en definitiva, tiene la fe que salva: "tu fe te ha salvado".
Cosa que Jesús no dice de los nueve judíos, que han cumplido con el trámite "religioso" de acudir al Templo, y presentarse a los sacerdotes.
La intención de Jesús es patente: para Jesús, la observancia religiosa deshumaniza, en cuanto que deja la conciencia tranquila, por más que se  dejen de cumplir los más elementales gestos de humanidad y de fe. Por desgracia, todo esto ocurría en tiempo de Jesús, pero sigue pasando ahora en no pocos ambientes religiosos, piadosos y   observantes.
Hay gente "muy religiosa" que roba.  Pero cumpliendo sus observancias religiosas, duermen tan tranquilos y "con   buena conciencia".

San Diego de Alcalá

 
En Alcalá de Henares, en España, san Diego, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que se distinguió tanto en las islas Canarias como en la iglesia de Santa María de Araceli, en Roma, por su humildad y caridad en el cuidado de los enfermos.

San Diego, posteriormente llamado de Alcalá, nace a finales del siglo XIV en San Nicolás del Puerto, Sevilla, en el seno de una humilde familia.
Desde muy joven buscará la dirección espiritual que orientara sus deseos de santidad, encontrándola en un sacerdote ermitaño, cerca de pueblo natal. De allí irá a un convento de Córdoba, donde profesará como hermano lego en los franciscanos.
Ya allí su fama como taumaturgo se extendió rápidamente; se decía que de la lámpara que iluminaba la imagen de la Virgen extraía el aceite con que curaba a los enfermos. Fue nombrado portero del convento, con lo que tuvo ocasión de ejercer la caridad con todos los pobres que llamaban a su puerta.
Posteriormente, comenzará su vida andariega por pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando un auténtico reguero de caridad y milagros.
Posteriormente, marchará a las islas Canarias. Siendo la isla de Fuerteventura, sobre todo, donde atrajo al cristianismo miles de guanches y de cuyo convento fue nombrado guardián, en la que principalmente desarrolló su labor apostólica.
El año 1450, proclamado Año Santo por Nicolás V, ofreció a Diego la ocasión de marchar a Roma para lucrar las indulgencias del Jubileo. Fue una larga y penosa peregrinación de varios meses que aprovechó para predicar y hacer el bien por muchos pueblos de Francia e Italia.
Asistió a la canonización de San Bernardino de Siena, a la que habían acudido miles de franciscanos, declarándose entre ellos la peste. Ante esta situación San Diego se distingue por sus atenciones con los enfermos, consolándoles y mitigando sus dolores. Durante este tiempo residirá durante varios meses en el convento de Santa María de Araceli.
De vuelta a España, le destinan a Alcalá de Henares, su última estación, donde a pesar de ser hermano lego alcanzó gran popularidad por su gran corazón. Allí profesaría en el convento franciscano de San Francisco o Santa María de Jesús, que acabaría llevando su nombre.
Su fama se vería incrementada tras su muerte, el 13 de noviembre del año 1463 en la ciudad complutense, gracias a los numerosos milagros y al poder curativo que se atribuye a sus restos mortales.
Así, el rey Enrique IV de Castilla acudió a su sepulcro para pedirle la curación de la Beltraneja, ruego, que según las crónicas, se cumplió.
Pero el caso más conocido fue el de Felipe II, que estando su hijo, el príncipe Carlos, enfermo de gravedad, mandó trasladar los restos de San Diego a la cámara regia para conseguir su curación. Este milagro lo popularizo Lope de Vega, tomándolo como argumento en una de sus comedias.
San Diego de Alcalá finalmente subió a los altares en el año 1588, bajo el pontificado de Sixto V, con el nombre de San Diego de Alcalá.
Su proceso de canonización había sido introducido por el Papa Pío IV, a instancias, sobre todo, de Felipe II, y uno de los milagros exigidos y aprobados para su canonización fue precisamente el de la curación de su hijo Carlos.
Sus restos se venerarán durante siglos en el convento franciscano de Alcalá de Henares en el que profesó y por cuyo motivo acabó llamándose de San Diego, hasta que pasaron a La Magistral. 

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