24 de NOVIEMBRE – DOMINGO –
34ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Jesucristo Rey del Universo –
Ciclo C
Lectura
del segundo libro de Samuel (5,1-3):
En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante
David en Hebrón y le dijeron:
«Hueso
tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros,
eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel.
Por su
parte, el Señor te ha dicho:
“Tú
pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».
Los
ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con
ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
Palabra
de Dios
Salmo:
121,1-2.4-5
R/.
Vamos alegres a la casa del Señor.
V/. Qué alegría cuando me
dijeron:
¡«Vamos a la casa del
Señor»!
Ya están pisando nuestros
pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
V/. Allá suben las tribus, las
tribus del Señor,
según la costumbre de
Israel,
a celebrar el nombre del
Señor;
en ella están los tribunales
de justicia,
en el palacio de David. R/.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,12-20):
Hermanos:
Demos
gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del
pueblo santo en la luz.
Él nos
ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo
de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es
imagen del Dios invisible,
primogénito de toda
criatura;
porque en él fueron creadas
todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles.
Tronos
y Dominaciones,
Principados y Potestades; todo
fue creado por él y para él.
Él es
anterior a todo, y todo se mantiene en él.
Él es
también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es
el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él
quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo
la paz por la sangre de su cruz.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros
ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se
burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre,
diciendo:
«Si
eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había
también por encima de él un letrero:
«Este
es el rey de los judíos».
Uno de
los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No
eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el
otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni
siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo
estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en
cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y
decía:
«Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús
le dijo:
«En
verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra
del Señor
Jesucristo
es Rey en un trono, que es la cruz
Introducción:
Inicialmente esta fiesta se celebraba
el domingo anterior a la de Todos los Santos (1 de noviembre). La reforma del
Concilio Vaticano II decidió cerrar el año litúrgico con esta festividad, para
subrayar la victoria final de Jesús.
Las lecturas varían en los tres ciclos
y cada año ofrece un aspecto distinto de la realeza de Jesús. ¿Qué une a las
dos lecturas principales de hoy? La concepción del rey como salvador en medio
de las dificultades.
1. Jesucristo es Rey de una manera más profunda de lo que
podemos imaginar. El evangelio de hoy nos lo muestra en
un trono, que es la cruz, y lo sabemos coronado de espinas. A su alrededor,
un grupo de magistrados que se burlan de él y que, en sus palabras, sin
embargo, señalan la deformación profunda a que puede llegar toda autoridad:
«Si eres tú el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo».
Pero Jesús muestra su realeza de una
manera totalmente distinta: renuncia a bajar de la cruz para salvarnos a
nosotros. Es el buen Pastor que da la vida por las ovejas; el que, como dirá
después el apóstol, nos compra al precio de su sangre.
En contraposición, aparece la figura
del buen ladrón. Es consciente de su culpa y de que está allí por sus crímenes.
Pero también descubre la justicia de Cristo, su absoluta inocencia («no ha
hecho nada malo»), y entonces se abre a la misericordia. Allí hay alguien que
vence el mal con su absoluta bondad. Hay dos motivos para aceptar la cruz:
darnos cuenta de que es la consecuencia de nuestras propias faltas, como parece
hacer aquel hombre, o abrazarla por amor, lo que hace Cristo. En ese amor, el
buen ladrón lee también la realeza de Cristo. Es Rey de una forma misteriosa,
pero verdadera. De ahí su petición confiada: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues
a tu reino».
El buen ladrón pide muy poco. Pero
hace falta una fe profundísima para creer que ese ajusticiado, al que todos
rechazan y del que todos se burlan, dentro de poco será rey, y que un simple
recuerdo suyo puede traer la felicidad. Así ocurre en la promesa que Jesús le
hace: «hoy estarás conmigo en el paraíso».
«Acuérdate de mí» y «estarás conmigo»
son las dos caras de una misma moneda, de la intimidad plena entre el rey y su
súbdito, más satisfactoria que todas las prebendas y beneficios mundanos que
regalan otros reyes.
2. El
papa Benedicto XVI, fijándose en la respuesta de Cristo, «hoy estarás conmigo
en el paraíso», señalaba: «El buen ladrón cree en lo que está escrito en la
tabla encima de la cabeza de Jesús: “El rey de los judíos”; lo cree y se
encomienda. Por esto ya está, enseguida, en el “hoy” de Dios, en el paraíso,
porque el paraíso es estar con Jesús, estar con Dios». Así también nosotros
debemos comprender que Jesús reina desde la cruz, porque el suyo es un reino de
amor. Si él aceptó ese suplicio fue para salvarnos a nosotros y que entráramos
a formar parte de su pueblo.
Ahora ya podemos estar con él para
ponernos a su servicio. En la primera lectura, en el pacto con el rey David, le
dicen: «Hueso tuyo y carne tuya somos». Esas palabras de adhesión tienen para
nosotros un nuevo sentido más profundo ya que, sacramentalmente, podemos
unirnos a Cristo. Así, cada día, en la estela de su mismo amor, que le llevó a
ofrecerse por nosotros, podemos afrontar cada día trabajando por su reino,
haciendo las cosas con él.
3. La
fiesta de hoy corona el Año litúrgico y nos recuerda, como explica san Pablo en
la segunda lectura, que «todo fue creado por él y para él». Si el pecado ha
desordenado el mundo, Jesús, el Rey, ha venido al mundo para «reconciliar todas
las cosas». Ahí se muestra su poder real, que es inseparable de su amor. ¡Qué
gobernante llega a ese extremo por sus súbditos! En el prefacio de hoy se nos
dice que es «el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la
justicia, el amor y la paz».
Con frecuencia se piensa que un mundo
así es imposible y que se trata de buscar equilibrios y de aceptar renuncias y
connivencias con ciertos males. Jesús, dando su vida en la cruz, proclama que
no hemos de conformarnos con esa visión reductiva. Hay que abrirse a su amor
incondicionado como hace el buen ladrón que pone su vida en manos de Cristo. Al
enfrentarnos a los acontecimientos del mundo, no podemos dejar esa cruz en la
que Jesús ha dado la vida por nosotros. Por la fe, sabemos que venció la muerte
y también que el camino que él eligió es el que hemos de seguir para que su
reino se haga cada vez más presente.
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