martes, 5 de noviembre de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 de NOVIEMBRE – JUEVES – 31ª – SEMANA DEL T. O. – C – San Ernesto





7 de NOVIEMBRE – JUEVES –
31ª – SEMANA DEL T. O. – C –

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (14,7-12):

Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo: si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor.
Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos. Pero tú, ¿por qué juzgas mal a tu hermano? ¿Por qué lo deprecias? Todos vamos a comparecer ante el tribunal de Dios, como dice la Escritura: Juro por mí mismo, dice el Señor, que todos doblarán la rodilla ante mí y todos reconocerán públicamente que yo soy Dios.
En resumen, cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios.

Palabra de Dios

Salmo: 26

R/. El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar? R/.

Lo único que pido, lo único que busco
es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para disfrutar las bondades del Señor
y estar continuamente en su presencia. R/.

Espero ver la bondad del Señor
en esta misma vida.
Ármate de valor y fortaleza
y confía en el Señor. R/.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (15,1-10):

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido."
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido."
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

Palabra del Señor

1.  Comer y beber con gente de mala vida, con malas compañías, diríamos
ahora, compartir "el botellón" del fin de semana, visitar la "bacanal" de los que
frecuentan locales de fiesta, todo eso es fundirse con gente poco recomendable. Hasta escandalizar a los piadosos y observantes.  
 Todo esto, sin embargo, es lo que Jesús vio que tenía que hacer. Y lo que las autoridades eclesiásticas vieron que tenían que condenar (cf. Adolf Holl).
A fin de cuentas, acoger a los
pecadores y comer con ellos es una expresión que indica un estilo de vida.
Y unos criterios éticos poco recomendables. Sobre todo, si pensamos que acoger el camino, que traza aquí Jesús, para reconciliar a los pecadores, a los alejados, a los extraviados, a los perdidos, no es el camino del reproche, de
la amenaza, del juicio y la condena. Es exactamente todo lo contrario.
Jesús traza el camino que lleva a la amistad, a la convivencia, a la cercanía humana y todo lo que supone la comida compartida.  No es, por tanto, el procedimiento pastoral que echa mano de las verdades que hay que enseñar; ni de las normas que hay que imponer; ni de los rituales religiosos que hay que celebrar y a los que hay que asistir.
El medio para conseguir la alegría en el cielo es la comensalía en la tierra. No consiste en recurrir a la observancia de la práctica religiosa, sino a la experiencia compartida de experiencias humanas.

2.  Buscar al perdido es necesitar a aquel o aquello que se quiere mucho, algo
sin lo cual no se puede vivir. El que busca no condena, ni juzga, ni rechaza. Siente necesidad. La necesidad que brota del vacío. Y del deseo de llenar ese vacío.
Pero lo notable es que, en el caso de Jesús, su forma de relacionarse con
los demás era tal, que los perdidos y extraviados lo buscaban y en él encontraban la respuesta de lo que tanto anhelaban: la paz y el sosiego interior.
La respuesta al deseo y el vacío, que los vicios no pueden satisfacer.

3.  El problema está en que las relaciones entre los cristianos no suelen ser de "necesidad", sino de "sospecha", de "juicio", de "rechazo" y demasiadas veces también de "condena".  
Porque las ideas mandan más que el corazón. Y así, lo que hemos conseguido es montar una religión y una Iglesia que   se rompe por todas partes, que se fractura, se divide, se enferma.
El buen pastor ya no es pastor.  Porque, a veces, da la impresión de que quien anda extraviado es el pastor.
Extraviado hasta el extremo que, si hay ovejas que lo buscan, lo que encuentran es un censor y un juez.
Por supuesto, no siempre un amigo   que te invita a sentarte junto a él en la misma mesa.

San Ernesto



Nace en Suiza (actual Alemania) en el siglo XII. Fue abad del monasterio benedictino de Zwiefalten en la región de Wurttemberg entre 1141 y 1146. Renuncia para ir a la segunda cruzada. Predica en Persia y Arabia. Es apresado por los sarracenos, torturado y muere en La Meca en 1148 mártir.

Vida de San Ernesto
El joven Ernesto, muerto en el año 1147, vivió de lleno en la época de la primera cruzada (1099).
Fue ella la que permitió abrir nuevos caminos para los Lugares santos a todos los peregrinos. Y, además, permitió la fundación de cuatro pequeños estados cristianos en tierras del Islám: Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli. Sin embargo, desde 1144, la caída de Edesa mostró que los musulmanes podían volver a coger lo que los franceses les habían arrebatado anteriormente, incluida Jerusalén. Esto dio lugar a la segunda cruzada (1147-1149).
Se sabe por la historia que fue un desatino.
De los 200.000 hombres y mujeres que partieron para el Oriente, volvieron sólo algunos miles.
Ernesto de Steisslingen fue uno de ellos. En su juventud entró de monje en la abadía de Zwiefalten, que da al bello lago de Constanza.
Lo eligieron abad durante cinco años para dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban.
Al término de su mandato, se marchó de nuevo a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III.
Cuando se despidió de sus hermanos religiosos, les dijo: "Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo".
Sus predicciones se cumplieron. Y desde entonces no se supo nunca cómo y dónde murió.

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